El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Recuerdo mi primera estancia en un Airbnb, fue en Milán, con mi familia. La dueña vivía en la casa pero ese fin de semana se marchaba para alquilárnosla. Romántico, por aquello de compartir tu vivienda, y sencillo de gestionar, mucho, tanto que muchos vieron en ello una oportunidad de oro para ganar mucho arriesgando poco. El boom ha sido tal que ya hay edificios enteros de pisos turísticos sin ser un apartahotel y barrios con más maletas que carros de la compra por sus aceras.
A Aragón la onda expansiva de ese boom va llegando y con ella la del hartazgo. Esta semana los vecinos del casco histórico de Teruel se quejaban de la falta de control sobre las viviendas turísticas ilegales. Los de Benasque tomaban las calles al grito de: “Necesitamos viviendas dignas y asequibles; dejadnos vivir aquí.”
Con los precios de la vivienda por las nubes y una gran parte de la población que no tiene acceso a ella o lo tiene con muchas dificultades, no parece muy ético dejar engordar una burbuja especulativa con un bien que nuestra constitución marca como un derecho.
Quienes este verano enarbolaban la bandera de la turismofobia han reconducido el término hacia otro brillante, vecinofilia. Porque no es que no quieran que la gente no vaya de vacaciones, es que quieren vivir y que lo hagan sus vecinos. Que Mario, el del primero, se pueda independizar de sus padres antes de los 35; que a la señora María, la del tercero, no la echen porque no le llega la pensión para las mensualidades de la hipoteca; o que Eneko, que viene seis meses a trabajar de pister, no tenga que dormir en su caravana porque no hay viviendas disponibles en todo el valle a un precio decente.
La culpa no es del turismo, fenómeno del que en algún momento todos somos parte. La responsabilidad es de las administraciones que deben velar por que el derecho a la vivienda sea un hecho. Parece una paradoja invertir millones en zonas despobladas para atraer más turismo si este no solo no va a servir para fijar población, sino que además la va a obligar a marcharse. A más turistas, más pisos turísticos, más segundas residencias, menos vivienda para los residentes, trabajadores de ese y otros sectores, para maestros, médicos...
La vivienda como inversión para quienes no son millonarios pero tienen unos ahorros o alguna pequeña herencia ha sido y es un valor seguro en España. Está bien como concepto pero si el uso recreativo empieza a superar al residencial, si las viviendas para turismo se detraen de las familiares, si el mercado prioriza el negocio por encima del derecho fundamental, la Administración debe corregir tamaño despropósito y proteger al ciudadano.
Entiéndeme, no es que no vea bien que te hagas rico tú, sencillamente es que quiero que el resto pueda vivir. No sos vos, soy yo.
Recuerdo mi primera estancia en un Airbnb, fue en Milán, con mi familia. La dueña vivía en la casa pero ese fin de semana se marchaba para alquilárnosla. Romántico, por aquello de compartir tu vivienda, y sencillo de gestionar, mucho, tanto que muchos vieron en ello una oportunidad de oro para ganar mucho arriesgando poco. El boom ha sido tal que ya hay edificios enteros de pisos turísticos sin ser un apartahotel y barrios con más maletas que carros de la compra por sus aceras.
A Aragón la onda expansiva de ese boom va llegando y con ella la del hartazgo. Esta semana los vecinos del casco histórico de Teruel se quejaban de la falta de control sobre las viviendas turísticas ilegales. Los de Benasque tomaban las calles al grito de: “Necesitamos viviendas dignas y asequibles; dejadnos vivir aquí.”