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A la velocidad de la luz

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Cuenta la leyenda que Goethe, en su lecho de muerte, exclamó: ‘¡Luz, más luz!’. Ojalá –pobre– hubiera podido vivir en una de las ciudades españolas que ya comenzaron a colocar la decoración navideña hace un par de semanas. Quizás entonces se le hubiera ocurrido pedir en ese trance algo más al alcance de la mano, no sé, un codillo con chucrut o una aspirina (bueno, que tampoco existía).

Cada día queremos adelantarnos al futuro con mayor desesperación. Empezamos ya a pensar en la navidad. En navidad empezaremos a pensar en el verano. Aunque en el verano, en realidad, tenemos que estar pensando siempre. Sí, ya sé que me contradigo.

El caso es que parece que nunca estamos donde toca estar. Es preocupante quedarse anclado en el pasado. Pero quizás lo sea todavía más hacerlo en un futuro que desconocemos. Queremos controlar el mañana y ese es un empeño condenado sin duda a la frustración y la melancolía.

En los días que estuvimos encerrados en casa por la pandemia de la covid-19 nos cansamos de escuchar un listado de cosas que a partir de ese momento ya no iban a ser iguales. Quizás no sería mal ejercicio ir poniendo cruces en las que se han cumplido. Me parece que nos saldrían pocas. Algunas, incluso, se han dado la vuelta. En lugar de asumir nuestra fragilidad, la incertidumbre que nos rodea, todo aquello que en un segundo puede trastocar nuestras vidas, nos hemos creído con el poder de diseñar un porvenir a la carta. Es bueno prepararse, pero sin olvidar que la preparación lo será probablemente para algo que ignoramos.

Hemos asumido que es imposible decidir de repente que nos apetece salir a cenar por ahí. Ni lo intentes: si no reservaste mesa hace un par de semanas no lo lograrás. Compramos entradas para conciertos con diez meses de antelación. Pronto habrá que incluir este tipo de bienes en los testamentos, por si no llegamos a la fecha. También puede pasar que tengamos que escuchar las canciones de nuestro grupo favorito sentados al lado de la que ya será nuestra ex pareja.

Hemos matado la improvisación y nos dirigimos, a la velocidad de la luz, hacia un tiempo ficticio que nunca existirá. 25 de diciembre, fum, fum, fum.

Cuenta la leyenda que Goethe, en su lecho de muerte, exclamó: ‘¡Luz, más luz!’. Ojalá –pobre– hubiera podido vivir en una de las ciudades españolas que ya comenzaron a colocar la decoración navideña hace un par de semanas. Quizás entonces se le hubiera ocurrido pedir en ese trance algo más al alcance de la mano, no sé, un codillo con chucrut o una aspirina (bueno, que tampoco existía).

Cada día queremos adelantarnos al futuro con mayor desesperación. Empezamos ya a pensar en la navidad. En navidad empezaremos a pensar en el verano. Aunque en el verano, en realidad, tenemos que estar pensando siempre. Sí, ya sé que me contradigo.