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La vida digital cuando estás anidado

De este confinamiento solo se sale al exterior a través de Internet. Tenemos el mundo físico prohibido y sumergimos nuestra vida en el digital para escapar del aislamiento. WhatsApp, Telegram, Instagram, Twitter, correo, Skype, FaceTime, Zoom, Netflix, HBO, Movistar+, Disney, RTVE a la carta… Un sinvivir. Y eso que no empleo casi nunca Facebook. Bueno, sí, para ver a los Titiriteros de Binéfar, pero para nada más.

A veces almuerzo los sábados con unos amigos. El sábado pasado nos reunimos en Skype a las 10 de la mañana. Comimos huevos, jamón y un poco de queso, pero cada uno en nuestra casa. Charlamos dos horas de lo divino y de lo humano. Nos pusimos al día porque, paradojas de la vida, hace dos o tres meses que no nos reuníamos.

WhatsApp es para la familia y los dichosos memes. Siguiendo las recomendaciones, en el confinamiento no hay que estar mirando las noticias continuamente  para no aturdirse ni deprimirse. También hay que tener cuidado con las noticias falsas. Por eso, no está de más dictaminar que todo lo que venga de WhatsApp es falso y así casi seguro que no te puedes equivocar. Como escuché el otro día, “si piensas mal es pecado, pero así no te equivocas casi nunca”. La cita se la atribuyen a Andreotti, el político democristiano italiano que fue siete veces presidente del Gobierno y murió en 2013.

Antes de levantarme, escucho un rato la radio en la cama. Luego, leo la prensa. Por orden: El País, Eldiario.es, EldiarioAragon.es, Radio Huesca, Diario del AltoAragón, Heraldo, El Periódico de Aragón y The New York Times. El otro día encontré un artículo muy interesante que muestra cuáles son mis actuales intereses de lectura. Lo anoté en mi libreta: Kate Murphy, en NYT, escribe un artículo sobre dejar de usar el papel higiénico. “Por qué lo estamos acumulando cuando los expertos coinciden en que la limpieza con agua es más higiénica y ecológica”. En la pieza también explica que el papel higiénico lo patentó un tal Seth Wheeler en 1891.

Por las tardes, me entretiene ver en Instagram la conversación entre periodistas que realizan a las 17 horas en CIP 2020. La mayoría de los días no lo consigo. Así que intento sacar un rato para verla más tarde si puedo. Conocí estas charlas por el boletín diario “Coronavirus, lo que debes saber hoy”, de María Ramírez en eldiario.es, otra de mis citas habituales.

Siguiendo el ejemplo de un amigo, llamo por teléfono todos los días a un familiar o a un amigo. También nos gusta hacer diariamente un ‘ping’ con nuestra hija, que vive a 9.000 kilómetros de nosotros. Un ping es lo que emplean los telecos e informáticos para asegurarse de que todo va bien en la comunicación en una red de ordenadores.

No vemos informativos en la tele. Por la noche, al estar confinados con niños, no puede faltar una película de Disney (ayer vimos Mulan y hoy toca Mulan II) y una serie intrascendente de 30 o 40 minutos para ir apagando la jornada. El teléfono y los ordenadores se quedan en otra habitación, lejos de la cama, esperando a que al día siguiente volvamos a empezar con la lectura de la prensa. Toda una rutina que, de momento, me mantiene activo y hace que vayan pasando las jornadas.

Del trabajo hablaremos otro día. De momento, voy a preparar los guantes y la mascarilla para salir mañana a realizar la compra. Es lo más analógico que hago en toda la semana y lo único que me obliga a salir del nido.

De este confinamiento solo se sale al exterior a través de Internet. Tenemos el mundo físico prohibido y sumergimos nuestra vida en el digital para escapar del aislamiento. WhatsApp, Telegram, Instagram, Twitter, correo, Skype, FaceTime, Zoom, Netflix, HBO, Movistar+, Disney, RTVE a la carta… Un sinvivir. Y eso que no empleo casi nunca Facebook. Bueno, sí, para ver a los Titiriteros de Binéfar, pero para nada más.

A veces almuerzo los sábados con unos amigos. El sábado pasado nos reunimos en Skype a las 10 de la mañana. Comimos huevos, jamón y un poco de queso, pero cada uno en nuestra casa. Charlamos dos horas de lo divino y de lo humano. Nos pusimos al día porque, paradojas de la vida, hace dos o tres meses que no nos reuníamos.