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Yolanda, Sumar y la unidad de la izquierda

Cuando se habla de unidad de la izquierda, no todos queremos decir lo mismo. En muchas ocasiones reducimos la unidad a una coalición electoral -con un programa y unas listas pactadas, incluido el tiempo que cada parte de la coalición va a hacer uso de los escaños conseguidos- cuyo horizonte no supera la legislatura. Normalmente este tipo de unión se da cuando los partidos coaligados se consideran incapaces, por sí mismos, de conseguir suficiente representación. Es una táctica defensiva, pero de poco recorrido.

A veces, también se recurre a la coalición cuando se pretende atraer a partidos más pequeños con intención de tutelarlos.

Sumar pretende ser otra cosa. Desde que aceptó “sustituir” a Pablo Iglesias como referente de la parte de Unidas Podemos en el Gobierno, Yolanda Díaz dejó claro que no iba a sustituirlo como dirigente de Podemos, que tenía su propia idea de lo que tenía que ser el espacio a la izquierda del PSOE y que se iba a tomar un tiempo de escucha y reflexión para tomar una decisión. 

La ministra de Trabajo siempre ha dicho que su objetivo era contribuir a la creación de un amplio movimiento ciudadano, que no tiene por qué llamarse Sumar, en el que también tenían que estar los partidos políticos -pero sin que estos condicionasen totalmente su estrategia-, que definiese un proyecto de país para la próxima década y fuese protagonista del cambio. 

Esto es algo cualitativamente distinto a una coalición electoral, es el intento de construir un nuevo sujeto político que, desde la diversidad, sea capaz de definir un denominador común suficientemente sólido para caminar juntos los próximos años. Compromís en España y El Frente Amplio Uruguayo, que ha logrado en dos ocasiones la presidencia del país, son algunos ejemplos. Con ese objetivo nació Sumar, una asociación -no un partido político, al menos por el momento- que no tiene como objetivo presentarse a las elecciones.

Por eso, las críticas de Podemos a Sumar no tienen sentido. Si Yolanda Díaz hubiese aceptado la propuesta que, según el portavoz de los morados, Javier Sánchez Serna le hicieron, “Hemos propuesto un acuerdo de coalición entre Podemos y Sumar para garantizar la unidad del espacio, un acuerdo donde entendemos que las listas se tienen que elaborar por primarias abiertas”, hubiera renunciado a los principios que siempre ha defendido. El proyecto habría quedado reducido a una coalición entre dos organizaciones, imposibilitando, prácticamente, la participación de otras al tener ya decidido algo tan importante como la forma de hacer las primarias. A estas alturas está más que claro que la dirección de Podemos solo pretende una coalición electoral, no le interesa formar parte del proyecto político común.

Detrás de la estrategia de Podemos de hacer públicas las diferencias y exacerbar las críticas a Yolanda Díaz, está la batalla por el relato, para lo que no dudan en presentar a la dirigente de Sumar como una persona desleal, personalista, demasiado moderada…  Es como si ya renunciasen a llegar a algún acuerdo, aunque digan que estarían encantadas de que fuese su candidata. Desde luego, no es la mejor estrategia para acordar la de publicar en tiempo real todas las diferencias que surjan en el proceso. Y no deja de ser contradictorio mantener como posible candidata a alguien tan desleal, personalista y escasamente demócrata que se niega a aceptar las primarias abiertas -habría mucho que decir de las virtudes y defectos de las primarias que propone Podemos- a toda la ciudadanía.

En estos momentos, según la mayoría de las encuestas, parece condición necesaria que la izquierda no socialista vaya unida a las elecciones para tener posibilidades de repetir el gobierno de coalición. Por eso, tanto Sumar como los partidos que comparten el proyecto tiene que redoblar esfuerzos para intentar esa unidad con Podemos y otras organizaciones progresistas. Pero la dirección de Podemos debe ser consciente de que ni debe ni está en condiciones de imponer sus reglas a los demás.

Sin embargo, la unidad electoral no es suficiente, es necesario que el proceso despierte ilusión, ganas de participar, de ser propagandista de la buena nueva. Y para eso es necesario evitar el ruido, las descalificaciones y la retransmisión de las reuniones de negociación. No hay nada más desmoralizador que ver a las organizaciones que te van a representar aireando sus miserias.

Ojalá que al final, esperemos que más temprano que tarde, se llegue a un acuerdo. Si no fuese así, sería un problema para la mayoría de la ciudadanía y una muestra más de la incapacidad de la izquierda para rentabilizar sus recursos, pero no sería un fracaso de Sumar. En primer lugar, porque las cosas no se pueden medir con una regla binaria, éxito o fracaso, y si consiguen unidad electoral los partidos que estuvieron el día 2 en la presentación de Yolanda Diaz, de fracaso nada. Y, en segundo lugar, porque Sumar no está pensado para un proceso electoral en concreto -aunque evidentemente, un acuerdo le daría un gran impulso-, pretende construir un proyecto a medio plazo que puede continuar al margen de los acuerdos y resultados de las elecciones.

Cuando se habla de unidad de la izquierda, no todos queremos decir lo mismo. En muchas ocasiones reducimos la unidad a una coalición electoral -con un programa y unas listas pactadas, incluido el tiempo que cada parte de la coalición va a hacer uso de los escaños conseguidos- cuyo horizonte no supera la legislatura. Normalmente este tipo de unión se da cuando los partidos coaligados se consideran incapaces, por sí mismos, de conseguir suficiente representación. Es una táctica defensiva, pero de poco recorrido.

A veces, también se recurre a la coalición cuando se pretende atraer a partidos más pequeños con intención de tutelarlos.