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Un remanso analógico de esperanza. El de un médico burgalés de luengas barbas de 73 años, diputado socialista y presidente de la Mesa de edad del Congreso, que se inclinó ante los españoles pidiendo perdón por el fiasco de la anterior legislatura. Tengo la sensación de que la dignidad de su gesto impactó más en los ciudadanos que en los parlamentarios y en los líderes de los partidos que, desde hace tiempo, están convirtiendo la política en una descarnada lucha por el poder en la que todo vale, en un juego de soberbia y destrucción del adversario propio de adictos digitales o de protagonistas de un “reality-show”.
Zamarrón nos reconcilió, al menos a muchos ciudadanos, con la fuerza y la belleza pacificadora de nuestro castellano frente al ardor guerrero tuitero. Ojalá sea más que un remanso analógico de esperanza del que dijo estar cojo “como el resto del Parlamento, unos inválidos y otros cojos”. Casualidad de casualidades, la imagen de la portavoz socialista que se torció el tobillo y tuvo que salir en silla de ruedas.
Lo más desasosegante es que estamos perdiendo la confianza en unos líderes incapaces de disculparse de corazón, de respetarse, de pactar pensando en todos, de hacer autocrítica, al tiempo que en el Parlamento más fragmentado de la democracia, con 16 formaciones que representan la pluralidad y la diversidad de España -en algunos casos como los que representan Torra y Puigdemont también el cuanto peor, mejor- irrumpen 52 diputados, escindidos del PP, que rematan su juramento con un imperativo “Viva España”, su España, la que nos quieren imponer a los demás, mientras que en el debate público cada vez se escuchan más las expresiones separatistas, comunistas y fascistas.
Expresiones que visualizan las dos Españas. ¡Qué lejos queda la trascendencia del entendimiento de Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, las cesiones de unos y otros durante la transición, que nos han permitido a varias generaciones de privilegiados disfrutar de las mejores décadas de la vida de este país! Algo tiene que ver con todo esto el gran fracaso de la educación, del pacto educativo, que continúa siendo un arma arrojadiza en la batalla/guerra partidaria. ¿Por qué no se enseña más y mejor historia contemporánea en las escuelas e institutos? ¿Cómo si no se puede reconducir esta aceleración digital/superficial/reduccionista que está atropellando nuestra capacidad crítica, nuestra capacidad de conocer, debatir e interpretar los hechos?.
Paradoja por paradoja. Mientras que la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, levanta la bandera de la emergencia climática, de la economía verde y del primer continente climáticamente neutral en el 2050 (el anuncio ha precedido a una nueva “gota fría” en España que vuelve a devastar municipios y áreas del litoral mediterráneo), en Aragón seguimos empeñados en llevar más vehículos y más gente al Pirineo.
Sobre la mesa están la ampliación de la estación de Cerler por el valle de Castanesa, una de las zonas más despobladas de Aragón, la unión de las estaciones de esquí de Formigal, Astún y Candanchú, y también, lo cuenta este diario digital, un proyecto de teleférico que conectaría la estación de Canfranc con el ibón de Ip, localizado a más de dos mil metros de altitud en una zona protegida de la red Natura, con la previsión inicial de atraer unos 80.000 turistas al año.
El impacto ambiental del proyecto, impulsado por Transportes por Cable, una sociedad anónima unipersonal con sede en Cuarte de Huerva, filial de la multinacional austriaca Doppelmayr (líder mundial en teleféricos, transportadores de personas para áreas de esquí, parques de atracciones), estará sometido a información pública hasta el 26 de diciembre en el Instituto Aragonés de Gestión Ambiental (Inaga). En el estudio de la promotora dicen que, al apoyarse en la estación y en una torre de Endesa de los años 60 junto al lago glaciar, solo tendría que construirse una torre intermedia y, de ese modo, se minimizaría el impacto ambiental.
Diga lo que diga el primo de Rajoy, o los que ven detrás de las campañas de sensibilización una neura de la “dictadura progre” o una conspiración del financiero Soros, la ciencia ya ha probado que el cambio climático se ha acelerado y que se está agotando el tiempo para revertir el fenómeno. Un estudio de 2016 del Observatorio Pirenaico de Cambio Climático (OPCC), que reúne a científicos de ambos lados del Pirineo, reveló que la mitad de los glaciares habían desaparecido en los últimos 35 años y que ya solo quedaban 19. De las 641 hectáreas que ocupaban las masas de hielo en 1980, quedaban 152 en 2016. En cabeza estaba el Aneto con 56 hectáreas, seguido del Monte Perdido, 36, y la Maladeta 29. La temperatura en el Pirineo ha subido 1,34 grados desde 1960 y las precipitaciones han caído un 10 por ciento.
En lo que va de siglo XXI se ha recortado el espesor de la nieve, los días de heladas, han aumentado las noches tropicales y las sequías son cada vez más frecuentes. Según la responsable del cambio climático de la ONU, Patricia Espinosa, “los cinco últimos años han sido los más calurosos de la historia, el nivel del mar ha alcanzado niveles récord, los océanos se están acidificando, los casquetes polares se están derritiendo y los desastres naturales son cada vez más frecuentes y destructivos”.
Los montañeses tienen muy poca o ninguna responsabilidad en las emisiones de gases de efecto invernadero y, sin embargo, son los que en mayor medida sufren las consecuencias de almacenar los de las ciudades. Están en su derecho de atraer actividad económica y de fijar pobladores sacando valor añadido a sus recursos pero sin estar en guerra contra la naturaleza, con proyectos que causen el mínimo daño ambiental. El mismo razonamiento sirve para las apuestas estratégicas de Aragón: logística y movilidad, nieve, producción de carne, Ebro, Amazon y energías renovables. Estas últimas pasan con nota la prueba del cambio climático.
Un remanso analógico de esperanza. El de un médico burgalés de luengas barbas de 73 años, diputado socialista y presidente de la Mesa de edad del Congreso, que se inclinó ante los españoles pidiendo perdón por el fiasco de la anterior legislatura. Tengo la sensación de que la dignidad de su gesto impactó más en los ciudadanos que en los parlamentarios y en los líderes de los partidos que, desde hace tiempo, están convirtiendo la política en una descarnada lucha por el poder en la que todo vale, en un juego de soberbia y destrucción del adversario propio de adictos digitales o de protagonistas de un “reality-show”.
Zamarrón nos reconcilió, al menos a muchos ciudadanos, con la fuerza y la belleza pacificadora de nuestro castellano frente al ardor guerrero tuitero. Ojalá sea más que un remanso analógico de esperanza del que dijo estar cojo “como el resto del Parlamento, unos inválidos y otros cojos”. Casualidad de casualidades, la imagen de la portavoz socialista que se torció el tobillo y tuvo que salir en silla de ruedas.