El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Me dicen que finalmente saltaste desde el octavo piso porque aquellos chavales te acusaban y se reían de ti, lo habían hecho desde siempre, y tú ya no podías más. Me dicen que, entre la vida que amabas con cierto desprecio y la muerte que te seducía cada día más ante los insultos de niñatos convertidos en hombres adultos sin conciencia ni elegancia, decidiste abrazar a la muerte. Y Zaragoza te llora y yo te lloro y me gusta saber que te fuiste volando para no sentir más ese miedo que te cortejaba y te dejaba sin aliento, justo en el instante en el que todos los gritos estaban dentro de tu cabeza y tú no eras más que el abandono del último grito: tu grito desgarrado y bello pidiendo auxilio en la soledad que habías inventado.
Nadie quiere hoy hablar de eso, ni de la locura ni del suicidio, y por eso hablamos del árbol que pierde sus hojas de la forma más hermosa y que, como tú, besa la tierra porque alguien lleno de vanidad y de maldad le dijo que el cielo era para la lluvia, para el sol, para las nubes y sobre todo para él y para todos los que como él decían la verdad, aunque su verdad estuviera rodeada de mentira y de podredumbre. Pero, al igual que el árbol que besa la tierra, tú lo creíste. A él y a todos aquellos que te hicieron invisible, que te acusaron, que te despreciaron y te dejaron sin vida.
El ruido de esta ciudad despierta aumenta con el paso de las horas que vivimos juntas y a veces se escuchan las alarmas de un coche de bomberos o quizá sea de policía y entiendo que la vida sigue: rutinaria y azarosa forma de desvelar hasta los secretos más enterrados. En la casa reina el silencio y oigo unos pasos en el pasillo que lleva hasta mi dulce locura y dibujo ángeles en la pared de nuestra amistad y tengo que confesarte que ya no sé muy bien cuál de las dos soy yo.
Me dicen que finalmente saltaste desde el octavo piso porque aquellos chavales te acusaban y se reían de ti, lo habían hecho desde siempre, y tú ya no podías más. Me dicen que, entre la vida que amabas con cierto desprecio y la muerte que te seducía cada día más ante los insultos de niñatos convertidos en hombres adultos sin conciencia ni elegancia, decidiste abrazar a la muerte. Y Zaragoza te llora y yo te lloro y me gusta saber que te fuiste volando para no sentir más ese miedo que te cortejaba y te dejaba sin aliento, justo en el instante en el que todos los gritos estaban dentro de tu cabeza y tú no eras más que el abandono del último grito: tu grito desgarrado y bello pidiendo auxilio en la soledad que habías inventado.
Nadie quiere hoy hablar de eso, ni de la locura ni del suicidio, y por eso hablamos del árbol que pierde sus hojas de la forma más hermosa y que, como tú, besa la tierra porque alguien lleno de vanidad y de maldad le dijo que el cielo era para la lluvia, para el sol, para las nubes y sobre todo para él y para todos los que como él decían la verdad, aunque su verdad estuviera rodeada de mentira y de podredumbre. Pero, al igual que el árbol que besa la tierra, tú lo creíste. A él y a todos aquellos que te hicieron invisible, que te acusaron, que te despreciaron y te dejaron sin vida.