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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

“American way of life”: Bienvenidos a la era instagramer

American way of life

Ana Asión Suñer

24 de septiembre de 2019 23:25 h

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Este año, la película American Beauty (1999, Sam Mendes) y yo cambiamos de década. Concretamente ella cumple los veinte, un momento vital en el que (¡por fin!) la mayoría de edad parece que se digna a introducirte en la edad adulta. En su caso se supo desde el principio que iba a convertirse en un producto atemporal, de los que vuelves a visionar tiempo después y te das cuenta que han envejecido bien, ¿O acaso ha cambiado mucho la sociedad sobre la que ironizaba en 1999? Más allá de los famosos pétalos de rosa y esa lolita que encandiló al personaje de Kevin Spacey, el largometraje es todo un reflejo de la hipocresía y las falsas apariencias que impuso el American way of life. Un modo de vida que a mediados del siglo XX se extendió más allá de las fronteras norteamericanas, y que estuvo acompañado de un voraz capitalismo en el que todavía hoy seguimos inmersos. España fue uno de los países donde se pasó de comprar por necesidad a hacerlo como símbolo de estatus, dejando a un lado la economía de subsistencia e introduciéndose a partir de los años sesenta en pleno desarrollismo. 

El sistema impuso en aquellos instantes la falsa felicidad, una idea cercana a lo que actualmente se conoce en muchos casos como postureo. Al consumismo le venía muy bien que la población adquiriese coches, chalets y que fuese guapa. Pero no solo eso, lo más importante era mostrárselo a sus amigos: ¿Cómo sino iba seguir alimentándose la rueda capitalista? American Beauty ironiza sobre este aspecto, aunque también sobre otras consecuencias derivadas de este modo de vida. La construcción de esta identidad ficticia está acompañada en la mayoría de los casos de una fuerte competitividad, que fomenta el individualismo y nos aísla de nuestros semejantes. Una dulce ironía que choca con la realidad y que queda subsanada con la creación de redes sociales artificiales, cuyas bases siguen estando cimentadas con mentiras. ¿Dónde está entonces el límite entre el yo real y el ficticio? La tensión entre ambos suele encontrar diferentes válvulas de escape y no suelen tener final feliz. De hecho, el grado de insatisfacción suele ser directamente proporcional a la perfección del disfraz. Nunca será lo mismo ocultarse bajo un simple antifaz que utilizando el vestuario de María Antonieta.

En la sociedad del siglo XXI no solo se ha continuado con esta tendencia, sino que los medios de comunicación e Internet se han encargado de convertirla en el gurú de nuestro día a día. “Consumir-mostrar” es el mantra que se repite continuamente en cada rincón del planeta, y si no puedes permitírtelo… pues te lo inventas. Lo peligroso, como también nos recuerda el largometraje de Sam Mendes, es el grado de frustración que generan los corsés impuestos por las falsas apariencias. Al fin y al cabo, en numerosas ocasiones supone ir en contra de nuestra propia naturaleza, de nuestros instintos, sentimientos y deseos. Supongo que podría estar bastante cabreada con esta situación, pero cuesta seguir enfadada cuando hay tanta belleza en el mundo.

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