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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Tirar dinero, desde un helicóptero, para activar la economía

Pedro Arrojo

Cabeza de lista al Congreso por Zaragoza de Unidos Podemos —

Se vuelve a hablar en Europa del “helicóptero del dinero”, imagen usada en 1969 por el Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, padre de la llamada Escuela de Chicago y de las teorías neoliberales que dominan la economía mundial, cuando sugería y analizaba la idea de lanzar masivamente dinero desde un helicóptero para reactivar la economía. Cuando se valora el efecto que tendría tal acción, se advierte que se dispararía la inflación, los precios subirían y, aún teniendo más dinero en su bolsillo, la gente no sería más rica, pues en realidad la riqueza existente no habría aumentado. No obstante, se puede argumentar que una acción de este tipo podría reactivar el ciclo productivo, con lo que si aumentaría la riqueza creada, vendida y comprada, más allá de la percepción efímera de riqueza generada por la lluvia de billetes.

Peter Praet y el propio Mario Draghi, desde el Banco Central Europeo (BCE), vienen defendiendo últimamente esta idea, como forma de activar la capacidad de compra de la gente, incrementar la demanda y relanzar la actividad productiva en la zona Euro. De hecho, puede decirse que el “helicóptero del dinero” ya está en marcha. Hoy el BCE ofrece dinero al 0 % e incluso a interés negativo, después de haber ofrecido a los bancos, durante los últimos años, cientos de miles de millones a menos del 1 %. Sin embargo, hay tres restricciones que quiebran la eficacia de estas políticas ante la crisis:

1-  Quien recibe la lluvia de dinero gratis no es la gente, sino los bancos.

2-  Se blinda la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza producida, entre beneficios del capital y salarios, y se destierran las políticas fiscales redistributivas.

3-  Se margina cualquier consideración que cuestione la insostenibilidad del modelo de desarrollo vigente, basado en un crecimiento acrítico del consumo.

Desde la hortodoxia neoliberal imperante, el BCE no debe prestar dinero a las instituciones públicas, sean Gobiernos, Comunidades Autónomas o Ayuntamientos, pues no son fiables; sino que debe hacerlo a los bancos privados, para que éstos, a su vez, lo presten a los ciudadanos, empresas e instituciones públicas, en el marco que impongan los mercados financieros. De esta forma, el zorro que manda en el gallinero de esos mercados, es el que pretendidamente debe garantizar el buen uso del dinero público lanzado desde el helicóptero del BCE.

Así, a lo largo de los últimos años, los bancos, principales responsables de la burbuja financiera e inmobiliaria, como promotores y beneficiarios de la “economía de casino” que generó esa burbuja, han venido recibiendo una verdadera lluvia de millones. Sin embargo, lejos de inyectar ese crédito al tejido productivo y ciudadano, los bancos priorizaron tapar los agujeros de los préstamos interbancarios que se hacen entre ellos. Por otra parte, destinaron miles de esos millones a comprar deuda pública, bajo elevados intereses, para que a su vez los Gobiernos pudieran rescatar al propio sistema financiero. De esta forma, buena parte de la deuda privada que pesaba sobre los bancos, se transformó en deuda pública a pagar por la ciudadanía.  Por último, un buen paquete de miles de millones se empleó y se sigue empleando en financiar la privatización de servicios públicos, vendidos o concesionados por 20-30 años a grandes transnacionales. Gracias a esa financiación, los grandes operadores han usado dinero del helicóptero del BCE  para “compensar” a los Ayuntamientos. Es decir, nos compran nuestra casa con nuestro dinero y luego nos la alquilan, cobrándonos los correspondientes beneficios empresariales y costes financieros, que disparan las tarifas de los servicios privatizados.

La otra clave de este gran fraude, radica en seguir avanzando en la lógica de la desigualdad, a la hora de repartir la riqueza generada. En nombre del libre mercado, acelerado y blindado desde tratados de libre comercio, como el TTIP entre la UE y EEUU, se desregulan y degradan salarios y condiciones laborales. Es decir, el sistema prefiere tirar dinero desde el helicóptero, para incrementar la capacidad de consumo y reactivar la economía, antes que redistribuir la riqueza regulando de forma más justa los salarios y las condiciones de trabajo de la gente.

Por último, queda vetado cuestionar el modelo de desarrollo, basado en un crecimiento acrítico e ilimitado del consumo, aunque ello nos lleve a una crisis de insostenibilidad ambiental, más allá de la social, que casi nadie se atreve ya a cuestionar, pero que todo el mundo tiende a dejar en segundo plano, pretextando la prioridad de la emergencia social, como si se tratara de cuestiones incompatibles y contradictorias.

Creo que no somos conscientes todavía de la envergadura de la crisis que afrontamos. Lejos del optimismo naif del Sr. Zapatero, con sus “brotes verdes”, y del cinismo demagógico del Sr. Rajoy, esta crisis ofrece perfiles de “metástasis” alarmantes, en la medida que es el propio sistema quien, lejos de resolverla, la realimenta. Una “metástasis” en la que, la primacía del poder financiero, en su insaciable voracidad, socava la sostenibilidad, no sólo de la economía, sino del propio sistema financiero. Y lo que es más grave, una “metástasis” que está destruyendo las conquistas sociales y democráticas del último siglo, al tiempo que acelera la insostenibilidad de nuestra sociedad sobre el planeta.

En esta segunda vuelta de las elecciones, el reto de atrevernos a lanzar una nueva transición democrática debe de enmarcarse en el reto de levantar un nuevo europeísmo democrático y solidario que nos permita superar el fiasco de la UE ante esta crisis. No pretendo decir que desde España podamos cambiar de un plumazo Europa, pero en estos momentos decisivos, la emergencia de un Gobierno de Progreso en nuestro país, podría y debería suponer un punto de inflexión y de cambio en la fracasada estrategia de “austeridad” que está destruyendo la UE.

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