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Maurín, el revolucionario de Huesca que se reinventó en Nueva York tras pasar diez años en las cárceles de Franco

Fernando G. Mongay

Huesca —
3 de diciembre de 2021 22:30 h

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Una multitud esperaba en el puerto de Nueva York la llegada del barco 'De Grasse'. El día 16 de octubre de 1947, entre los centenares de pasajeros que viajaban en el trasatlántico que venía de Europa se encontraba el cantante Maurice Chevalier, que despertó el interés del gentío. También viajaba en el barco, según informó The New York Times al día siguiente, Juan Negrín, que fue presidente del Gobierno de España durante la II República, y algunas otras personas notables a juicio del diario neoyorquino. Entre la marabunta de gente, pasó inadvertido Joaquín Maurín, un hombre alto y enjuto que ya había cumplido cincuenta años y viajaba ligero de equipaje tras pasar más de diez años en las prisiones franquistas.

Detenido en 1936 en Hecho, un pueblo del Pirineo altoaragonés, por un policía que había trabajado en la Brigada Político Social en Barcelona y lo reconoció de una anterior detención, Maurín, fue trasladado a Jaca y de allí a Zaragoza. En enero de 1938, fue llevado a la cárcel de Salamanca donde permaneció incomunicado hasta 1942, cuando fue trasladado a Barcelona para ser juzgado. El director de la cárcel de Salamanca le indicó que “su nombre será, de ahora en adelante, Máximo Uriarte Ortega”, con la advertencia de que no debería utilizar otro ni tampoco mencionar el lugar donde se encontraba. Ese cambio hizo que se diera por muerto a Maurín al no figurar su nombre como prisionero en ninguna cárcel. Condenado a treinta años de prisión en 1944, fue indultado en 1946.

Diez años y veintitrés días después de haber sido detenido, Joaquín Maurín consiguió la libertad. Tras algunas peripecias y gracias a las gestiones que realizó su esposa, obtuvo el visado para poder viajar a Estados Unidos. El que fuera, primero, dirigente anarquista, secretario general de la CNT en 1921, y fundador del POUM, logró un acta de diputado en 1936, poco antes del inicio de la Guerra Civil. En Nueva York le esperaba su esposa, su hijo y una nueva vida: abandonó la política y fundó American Literary Agency, ALA, una agencia de prensa que distribuía artículos a medios de América Latina.

De maestro a revolucionario

Joaquín Maurín Juliá nació el 12 de enero de 1896 en Bonansa, un pequeño pueblo del Pirineo altoaragonés que en la actualidad cuenta con menos de 100 habitantes. Estudió magisterio en Huesca. La vida en tres partes de Maurín merecería una serie de televisión para poder dar cabida a todas sus andanzas. La primera parte fue la política. En 1914, ejerció como maestro en Lleida, donde, seis años más tarde fue elegido secretario general de la UGT. Participó en 1921 en el congreso fundacional de la internacional Sindical Roja en Moscú. En octubre del mismo año resultó elegido secretario general de la CNT. En febrero de 1922 fue detenido y dejó de ser secretario de la CNT. En 1924 ingresó en el PCE y fue el responsable de la Federación comunista Catalano Balear. Con la dictadura de Primo de Rivera, lo encarcelaron en 1925 y permaneció recluido hasta octubre de 1927. Al salir de la cárcel se exilió en París, donde se casó ese mismo año con Jeanne Souvarine. Un año después, nació Mario, su único hijo. En 1930, regresó a Barcelona. Poco antes de proclamarse la II República, la Federación Catalano-Balear que dirigía se escindió del PCE. De la desavenencia nació el BOC, Bloque Obrero y Campesino, del que fue nombrado secretario general. En 1935, el BOC se unificó con la izquierda comunista de Andreu Nin formando el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que firmaría el pacto con el Frente Popular por el que Maurín resultó elegido diputado en 1936.

Adaptarse a la vida norteamericana

Unos días antes de comenzar la Guerra Civil, Jeanne viajó con Mario a París para pasar las vacaciones de verano, pero ya no volverían a ver a Maurín hasta 1947. La esposa consideraba que a Maurín “se le hizo muy difícil adaptarse a la vida norteamericana”. Mientras ella iba a trabajar, según escribió en su libro de recuerdos ‘Cómo se salvó Joaquín Maurín’ (Ediciones Júcar, Madrid, 1979), “él permanecía recluido, leyendo en una muy pequeña habitación, con la puerta cerrada y sufriendo lo que llamaba ‘el mal de la prisión’”. Además, a juicio de su mujer, dominaba el inglés “pasivamente”. Por otra parte, a Maurín no le resultaba fácil encontrar un trabajo porque el visado de visitante no le permitía trabajar legalmente. La inserción en un periódico de un anuncio ofreciendo clases particulares dio escaso resultado. No quería vivir de los ingresos de su mujer y aceptó ser representante de varias compañías norteamericanas para intentar ganarse la vida.

A finales de 1947, Maurín tuvo un grave accidente que le inmovilizó durante semanas. Cuando le dieron el alta, comenzó a poner en marcha una agencia de prensa para América Latina. La inspiración le llegó al conocer que en Estados Unidos agencias de prensa como `Syndicate’ distribuían artículos y tiras humorísticas dibujadas. Estas agencias de ‘features’ venden a los periódicos en función del territorio y permiten obtener mayores beneficios a los autores porque se distribuye el coste entre tantos medios como sea posible. El escritor recibía el 50% de los ingresos que se lograban por cada uno de sus trabajos. El otro 50% era para la agencia. Para contactar con los periódicos de América Latina, Maurín acudió a la Biblioteca Pública de Nueva York de la calle 42. Allí encontró las direcciones de los diarios y comenzó a escribir para ofrecer los servicios de ALA.

Maurín lo hacía todo

Para empezar, a falta de otros autores, distribuía sus artículos con distintos seudónimos, dando así la impresión de que ya contaba con colaboradores. La agencia arrancó en casa de Maurín, quien, según explica su esposa en el libro de recuerdos, “lo hacía todo: correspondencia, contabilidad, artículos, tirada, expedición, cada operación con nombres distintos”. Para que en su nueva actividad no se le recordara por su pasado político, Maurín empleaba varios seudónimos, basados en los apellidos de su madre o de personajes inventados. Además de Félix R. Anderson, Maurín firmaba con nombres como Julio Antonio Roy (nombre de un tío), que escribía dos artículos por semana. WK Mayo, un ‘pen name’ de un supuesto colaborador que trabajaba en la ONU, que era más prolífico y escribía tres artículos cada siete días. Cuando actuaba como administrador de la agencia firmaba su correo empleando el apellido de su madre: J.M. Juliá.

En los inicios, las estrellas de la agencia fueron algunos de los intelectuales españoles en el exilio. Las cosas iban bien para el matrimonio y trasladaron su domicilio en 1951 a un apartamento en Riverside Drive, frente al río Hudson. ALA comenzó a obtener resultados económicos y Maurín creó su torre de marfil en una vivienda donde el río “que tiene algo de mar” se convierte “en un compañero inseparable”. Aunque el altoragonés aseguraba que “preferiría el cantarino arroyuelo de Bonansa, pero tengo que conformarme con el Hudson, majestuoso y mudo”.

Consejos de viejo periodista para aprender el oficio

A finales de 1952, ALA distribuía los artículos a una veintena de diarios. Maurín aprendió el oficio mientras lo practicaba. Desconocía el funcionamiento de los periódicos, pero los colaboradores de ALA le ayudaron a entenderlo. Una de las firmas que se incorporó en la primera etapa fue la de Ramón J. Sender. Al ser ambos altoaragoneses, el paisanaje y unos cuantos amigos comunes aceleraron su relación. Sender nació en Chalamera, Huesca, en 1901. Maurín había nacido cinco años antes también en la provincia oscense. En la numerosa correspondencia que se cruzaron Sender y Maurín durante años se encuentran interesantes consejos del primero sobre cómo escribir para los periódicos.

El día 10 de enero de 1953, Sender recomienda a Maurín: “Un consejo de viejo periodista. Hay muchas redacciones de periódico donde por estar hecha la copia a un espacio no la leerán. Los periódicos que son ya sus clientes tal vez no den demasiada importancia a eso pero los nuevos se resistirán. Nunca se envía a la imprenta —ni en España ni en América— nada que no esté escrito a dos espacios y hay países como Méjico donde la ley obliga (como facilidad para el tipógrafo) a enviar los originales escritos a máquina y a dos espacios”.

La relación epistolar entre los dos altoaragoneses comenzó en 1952. Maurín ofreció a Sender escribir para ALA un artículo semanal de alrededor de 1.500 palabras sobre “literatura en general”. En la siguiente carta, el creador de la agencia le propuso que cobrara las dos terceras partes de la recaudación por la venta de los artículos o un fijo por artículo semanal de 40 dólares durante los seis primeros meses, “que serán de ensayo”.

Tres años más tarde se tuteaban en las cartas. Maurín recomendó a Sender que acortara los textos porque resultaban demasiado largos. “Conviene que disminuyas la extensión de los artículos de media página”, escribió a la vez que ensalzaba el trabajo de su colaborador: “Has alcanzado la categoría del primer crítico literario en lengua española. Que sería así, ya lo sabía yo cuando hace tres años te invité a formar parte de ALA. En los tres años transcurridos hemos ganado posiciones firmes —otras están menos afianzadas—, y es de esperar que poco a poco sigamos progresando”.

Y, efectivamente, continuaron progresando. En la nómina de colaboradores que inició el periodista y escritor colombiano Germán Arciniegas, figuraban nombres de tanto prestigio como Salvador de Madriaga, Luis Araquistaín, Pablo Neruda, Alejandro Casona, Miguel Ángel Asturias y Arturo Uslar Pietri, entre otros. ALA daba la impresión de ser una gran agencia por los autores que escribían y porque los artículos aparecían en una gran cantidad de diarios. Maurín pasó de solicitar colaboraciones a recibir cartas de autores que querían escribir para ALA. La red que había tejido funcionaba a la perfección sin salir de su casa.

En noviembre de 1973, Joaquín Maurín murió en Nueva York. Dos años después, su viuda vendió la agencia que, sin ser un gran negocio, facturaba mensualmente una cantidad considerable. El político que comenzó una nueva vida al crear una agencia de artículos para periódicos en Nueva York, falleció, a los 77 años, tras crear un mundo basado en la correspondencia desde un despacho con vistas al Hudson.