Como es un campo alto desde allí se ve Berbegal y la llanada del Somontano, y por el otro lado tira a Guara y los puebletes de sus faldas o faldriquera. Las veinte estelas o bloques de granito forman un bosque mágico, simbólico, religioso-laico. No apetece meterse, también es un poco laberinto. La soledad se echa encima. El verano incita a toda clase de locuras, como bañarse en embalses inaccesibles o meterse por pistas pedregosas y pensar en el pasadofuturo. El presente, contra la tendencia indolente de hoy, no existe. No res / no way.
Este Ulrich Rückriemen, como su nombre indica, debe ser un mistico tremendo, pues ha edificado en este altiplano una catedral minimalista, un templo megalítico que a veces es una cárcel (interior), una jaula, un altar... o un reclamo para esas civilizaciones extraterrestres (extraterrestres que sepamos) que nos miran o nos ignoran, o las dos cosas. Estas veinte torres llevan desde el 95 haciendo nervios al universo, sus ondas graníticas telúricas deben de estar ya tan lejos como las naves Voyager 1 y 2.
En el vídeo se aprecian los pueblos y castillos, quizá Azlor y Azara o Abiego, los del lado de Guara; el bosquecillo de carrascas; los hierbajos del suelo, unos incipientes almendros en el campo adyacente, los bancos y chaise-longs de hormigón blanco, un atril de homenaje a las víctimas del covid (que sigue habiendo tantas), el miedo de las luces del atardecer... ah, y unas nubecillas que sin duda son naves espaciales... o se han escapado de un cuadro de Jorge Gay.
La excursión es inolvidable. Y si se olvida (quizá porque se grabó mal)... para eso está el vídeo.