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Las navatas, cuando el río era camino y no frontera: el viaje de la madera del Pirineo a la desembocadura del Ebro

Recuperación del descenso de Navatas en 1983

Candela Canales

29 de octubre de 2021 21:54 h

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La navata es el nombre que se le da en la mayor parte de Aragón a las plataformas formadas por troncos talados que, desde la antigüedad hasta mediados del siglo XX, servían para trasladar por vía fluvial la madera desde los bosques del Pirineo a las ciudades ribereñas del Ebro y hasta su desembocadura en Tortosa, donde se concentraba la demanda, así se explica en el libro 'Navatas y navateros', escrito por Chesús Yuste y editado por la Diputación Provincial de Huesca y por PRAMES.

El nombre de esta actividad varía según el territorio, en Navarra las conocen como almadías y en el Pirineo Catalán con el nombre de rai. Tenga el nombre que tenga, esta actividad formó parte de desarrollo económico y social de las zonas de montaña durante mucho tiempo.

“Cuando hablamos de navatero nos imaginamos a los duros hombres de la montaña que bajaban en pie en unas navatas hasta el Ebro y luego hasta el Mediterráneo. Esa es la parte final del proceso, pero detrás del trabajo de navatear está todo la labor previa de talar los bosques, desemboscar la madera sacando el árbol, lanzar los troncos sueltos y manejarlos por todo el recorrido hasta llegar a los ligaderos donde poder ligar los troncos y construir las navatas”, explica Yuste. Cuenta también que era un proceso “muy complicado” y que, después de todo esto, es cuando las navatas se echaban al río y emprendían el camino hasta Zaragoza o Tarragona.

Esta construcción de troncos presentaba una anchura de entre 4 y 4 metros y medio, pero su longitud y su peso variaban en función de su composición, que dependía de la demanda de maderos de diversos tamaños. Por lo general, se componía de tres plataformas de troncos atadas entre sí, una tras otras y su peso solía alcanzar de máximo las 21 toneladas.

En cuanto a los navateros, la mayoría de ellos eran pequeños agricultores o ganaderos que, durante la primavera, se dedicaban a las navatas. “No eran unos aventureros, eran trabajadores que peleaban duro para mantener a sus familias, convirtiendo su faena en una lucha constante con la montaña, con el bosque y con el río”, expone el texto escrito por Yuste.

“Vivían en condiciones muy difíciles en zonas de montaña pero desde el llano se les veía con un cierto halo de heroísmo y se les recibía con una cierta envidia porque eran gente que viajaban, llegaban hasta el mar. Yo imagino que ver el mar para gentes de interior en aquellos tiempos era algo épico”, continúa Yuste.

En abril comenzaban a descender por los ríos pirenaicos las primeras navatas, aunque los meses de mayor actividad eran mayo y junio, ya que era cuando los ríos tenían un caudal mayor debido al deshielo primaveral. En invierno no era frecuente verlas, ya que el frío y el hielo, unidos al escaso caudal, incrementaban los peligros del viaje, “pero en alguna ocasión la necesidad de atender plazos urgentes de algún cliente obligaba a los navateros a jugarse la vida navatiando en aguas heladas”, relata el libro.

Pérdida del oficio

El transporte fluvial de la madera empezó a morir hace un siglo, en la década de 1920, con las obras de regulación de los ríos pirenaicos, impulsadas por la creciente presión de las compañías eléctricas y de los regantes, que supuso la construcción de presas, túneles y centrales que bloqueaban los cauces empleados por los navateros. Además, se desarrollaron las carreteras que comunicaban en valle del Ebro con el Pirineo. El último documento oficial que consta en la cuenca del río Aragón data del 16 de junio de 1936, expedido por el alcalde de Berdún. 

Sin embargo, la Guerra Civil prolongó la vida del tráfico navatero durante algunos años más en la década de los 40. “La España de la posguerra carecía de camiones y de combustible, lo que devolvió las navatas a los ríos pirenaicos en las zonas más deprimidas. Esta recuperación apenas duró unos años: el creciente número de camiones sustituyó por completo a las navatas a mitad de siglo”, se explica en el texto.

De esta cultura navatera permanece el concepto de río como un camino y no como una frontera. “El río era un espacio de conexión entre la gente de montaña y las del llano”. Esta idea de los ríos vivos ha llegado hasta nuestros días y “la recuperación del descenso de navatas, aunque sea en clave festiva, es un hito para recuperar el papel del río como río vivo que es vida, que es cultura y un medio de transporte que nos entronca con el pasado”, explica Yuste. El 12 de junio de 1983 las navatas volvieron a descender por el Cinca. Más de tres décadas después de su desaparición, los últimos navateros del Sobrarbe recuperaron su oficio.

El libro pretende “rendir homenaje” a esa gente que logró crear cultura con el transporte fluvial de la madera y de paso a las nuevas generaciones que desde los años 80 han querido recuperar el trabajo de navatero, rescatando ese descenso por los ríos pirenaicos “como reivindicación de la identidad montañera”, concluye Yuste.

En 2013 el Gobierno de Aragón declaró la cultura del transporte fluvial de madera como Bien de Interés Cultural Inmaterial. En la actualidad, una candidatura conjunta integrada por los municipios que recuerdan anualmente esta tradición está promoviendo ante la UNESCO que la cultura del transporte fluvial sea incluida en la lista de Patrimonio Mundial. En esta candidatura participan Polonia, Alemania, República Checa, Letonia y España, a través del impulso de Aragón, Navarra, Cataluña, Castilla La Mancha y Comunidad Valenciana. 

Este libro forma parte de la colección 'Paseos por la historia', libros en formato bolsillo que buscan acercar el patrimonio a los habitantes del territorio y a quienes visitan, en cualquier época del año, el Alto Aragón.

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