“Tengo la sensación de volver a casa”, dijo Juan Alberto Belloch cuando, hace unas semanas, tomó posesión de su plaza de magistrado en la Audiencia de Zaragoza, a la que se incorporará cuando quede disuelto el Senado para ejercer cinco años, hasta su jubilación a los 70. El ministro que había sido juez en España será, dentro de unos meses, el juez que fue alcalde en Aragón.
Después de casi 20 años en la judicatura, en los que ejerció como vocal del Consejo General de Poder Judicial (CGPJ) y portavoz de Jueces para la Democracia, fue, con Baltasar Garzón y Ventura Pérez Mariño, uno de aquellos tres fichajes con toga de Felipe González, los “independientes no afiliados” para “el cambio del cambio”. En 1994, cuando llevaba menos de un año como ministro de Justicia de Felipe González, un exconcejal zaragozano lo situó en el primer plano de la actualidad: el fugitivo Luis Roldán, cuya captura le dio tantos quebraderos de cabeza como su búsqueda tras asumir la doble cartera con Interior.
Las huellas más visibles de su paso por Justicia e Interior fueron un innovador Código Penal que los siguientes gobiernos han dejado irreconocible y una Ley del Jurado históricamente cuestionada y que tendrá que aplicar cuando vuelva a vestirse la toga. También afrontó un cambio de estructura del que más tarde seguirían llegándole ecos cuando, unos años después, aterrizó en Aragón. Fue recibido como “cunero”, aunque nunca ha estado claro que un turolense pueda considerarse forastero en una ciudad donde la mitad de los vecinos han nacido en otros municipios de Aragón.
Las consecuencias de esos cambios fueron algunas tiranteces con Carlos Pérez Anadón, que en 1994 pasaría de la Dirección General de Política Interior a presidir la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y que ahora le sucede como cabeza de lista del PSOE local tras haber sido su teniente de alcalde de Urbanismo y de Policía, y una estrecha colaboración con su tándem femenino de lugartenientes, las juezas Margarita Robles y Teresa Fernández de la Vega, clave, esta última, para materializar los proyectos de la Expo como vicepresidenta del Gobierno con José Luis Rodríguez Zapatero.
Belloch llegó a Zaragoza en la segunda mitad de los 90, cuando el siroco libanés agitaba de nuevo a su partido tras la caída de Felipe González y la tremenda etapa de José Marco en la DGA. “Esto es Beirut”, había dicho en los 80 Alfonso Guerra tras conocer las guerras internas del PSOE local. El exjuez pacificó la plaza con el bálsamo de doce años de Alcaldía, en la que, siempre en minoría, se mantuvo gracias a tres pactos: una coalición con CHA (2003-2007), otra con el PAR (2007-2011) y acuerdos con CHA e IU en un cuatrienio de fases tormentosas.
En esos doce años desarrolló el mandato más prolongado de un alcalde democrático en la ciudad. El chistavino Amado Laguna de Rins se quedó a poco más de tres meses de los doce años en su primer mandato, antes de repetir por un año en el tránsito de los siglos XIX al XX.
Los alcaldes zaragozanos llevan treinta años esperando al vecino un millón, el cual, en realidad, ni está ni se le espera. Belloch deja una ciudad con 702.123 empadronados. Lejos, incluso, de los 784.000 que pronosticaba el plan urbano de 1986. Son 60.542 más de los que había y dan lugar a una ciudad más cosmopolita: uno de cada siete zaragozanos (100.852, el 14,3%) ha nacido en otro país. El crecimiento demográfico de la capital en estos doce años se debe al empuje de estos últimos, que han aumentado en 57.497.
El alcalde de la Expo
Juan Alberto Belloch pasará a la historia como el alcalde de la Expo, de sus obras complementarias como la Z-40 o el Parque del Agua, del tranvía (aunque la iniciativa fue de CHA), del boom de la bicicleta, de la extensión de la ciudad por el norte hacia Parque Goya y hacia el sur por Valdespartera, de la integración de las riberas del Ebro y, también, del Ebrobús, con su periódica polémica primaveral por el dragado y la estival por los efectos ambientales del azud en un río torrencial de fuertes estiajes. Eso, como la segregación de Villamayor, a la que se opuso, quedará en la ciudad, en la que está por ver cómo evolucionan el sistema de contratas y privatizaciones (Ecociudad, Parques y Jardines, bus urbano) o la concesión de La Romareda por 75 años que ha solicitado el Real Zaragoza.
Las hemerotecas registran también proyectos fallidos como Expofloralia, los Juegos Olímpicos de Invierno o la peatonalización de Don Jaime, además de polémicas como dedicar una calle a José María Escriva de Balaguer, fundador del Opus Dei, aprovechando los cambios de denominación que conllevó la Ley de Memoria Histórica. No fue su única decisión controvertida relacionada con la iglesia: votó con los 15 concejales del PP contra los otros 9 de su grupo y los 6 de CHA e IU para evitar que el crucifijo fuera retirado del salón de plenos.
Belloch se ganó cierta fama de expeditivo. Por ejemplo, con su teniente de alcalde de Infraestructuras y de Participación Ciudadana, Antonio Becerril, al que apartó de todas sus funciones la misma mañana que supo que el sumario de la operación Molinos recogía varias conversaciones del edil con un destacado personaje de la presunta trama de corrupción urbanística. Sin embargo, el ayuntamiento sigue sin personarse en el caso Blasco, en el que un juzgado investiga la intervención del exconcejal del PAR en una operación inmobiliaria. También fue generoso con sus rivales –invitó a la mesa a su antecesor José Atarés al ganar la designación para la Expo y promovió dedicar a José Antonio Labordeta el Parque Grande- y compaginó las políticas sociales con la reducción de la elevada deuda municipal.
Ahora, el alcalde que fue juez y volverá a serlo comparte el tiempo de sus últimos días como primer edil y el final de su etapa como senador con el estudio, para ponerse al día en leyes antes de reincorporarse a la judicatura y de ceder, hoy día 13, la vara de mando a su sucesor.