¿Se puede salir de la ideología de la época?

Mariano Gistaín

5 de abril de 2023 22:49 h

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La ideología de la época es la que nos piensa. Esta frase es de la reseña de Manuel Arias Maldonado sobre el libro del filósofo Antonio Valdecantos titulado “La modernidad póstuma”. La reseña salió en el número de diciembre pasado de la revista Letras Libres (en la que colaboro) pero lo leo ahora (el artículo está en la web en abierto) y todo lo que cuenta incita a leer el libro. 

¿Quién no se ha sentido esclavo de su tiempo? De los memes, de las modas, de la ideología o ideologías. Si es que hay varias en liza, lo que ya aporta (o aportaría) una cierta competencia, el famoso libre mercado. El lenguaje es ideología, los titulares, los anuncios, el aire. Estas líneas. Esta misma duda de si hay una ideología o varias ya es un error, puesto que todas son la época: un globo de sentido que nos envuelve y nos dicta lo posible. 

Explica el catedrático y articulista que Valdecantos define la ideología como “como el conjunto de mentiras que se hacen verdad mediante su difusión”. ¿Quién no se ha sentido alguna vez constreñido por la o las ideologías que nos llevan, que son el aire y sustentan las creencias y mitos del momento, de las décadas de una vida? 

Lo que más oprime es la sensación de no saber definir o limitar o concretar en qué consisten esos supermemes que forman el credo, el corpus de “razones” del flujo vital. Quizá haya algún libro, o una web, o un think tank que se dedique a enumerar esos supermemes y a analizarlos. Quizá ese libro sea en parte el de Valdecantos. En todo caso la ideología de la época sería el sustrato incuestionable, invisible. 

Todo cambia, todo se desvanece, la propia ideología invisible o subyacente –como un de los tipos de inflación–, se va moldeando, pero es difícil apreciar los cambios, los matices, las fisuras. La receta de Valdecantos ante ese imperativo sería la resistencia... y la indolencia. 

Pero hay que leer la reseña de Arias Maldonado para que apetezca leer el libro y también para entrar en ese tema que a menudo o siempre esquivamos: ¿hay algo genuino personal, de mí, en mis sentimientos, pensamientos, manifestaciones… o soy enteramente al 100% un mero producto de la época? ¿Puedo conseguir un 1% de singularidad íntima, inconfesable? La época prescribe esa hazaña como requisito de marketing, o sea, pública y notoria, o sea, dentro de la ortodoxia; por eso la pregunta, el intento, ha de ser en la intimidad. 

A veces nos asalta esa duda razonable. Y la que le acompaña (aunque ahora ya se ha desechado: es un anacronismo): ¿es posible un ápice de originalidad? No ya de la originalidad absoluta, radical, reservada a los genios como Einstein (que crean las condiciones para la próxima época), sino de la originalidad pequeña, personal, incluso íntima. 

Y eso sin mencionar la era de la copia y del software que produce realidades que no existen, como las imágenes fakeadas de Trump detenido. 

La salida inmediata sería el humor, pero un humor que cuestionara los dogmas que forman la época quizá no sea posible, o haría falta mucho valor y talento (que quizá es lo mismo). A la vista está que este artículo ni lo intenta. Y también, quizá sería útil, no sé, el amateurismo. 

Quizá una forma ínfima de salirse a ratos del tubo mental emocional que nos lleva, el líquido amniótico de la época, sería descansar del flujo de entradas que proporciona el mundo por tantas vías y sencillamente pensar, hacer garabatos al margen, garabatos amateur. Recuperar cierta soledad y las zonas plácidas de la infancia, aunque sea reinventada (modelada por “lo posible” que dicta la época). Aquel lema de “paren el mundo que me bajo” se podría cambiar por: “me despisto un rato”, sin necesidad de apelar ni apear al mundo, tan inabarcable como íntimo. Pero la vida interior es el propio mundo. Claro que esas microsalidas de emergencia forman parte también del corpus de recetas de autoayuda que componen, con todo lo demás, la ideología de la época. Y la pregunta inevitable: ¿la libertad sería saber salirse de la época?