Santolea y su calvario: la lucha por mantener vivos los vestigios de la desaparecida villa medieval

Isabel Traver

13 de enero de 2022 22:02 h

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Pilar Ballestero abandonó Santolea en 1966, cuando tenía 14 años. La acompañaban su madre y sus hermanos, y aun cuando se estaban marchando, no terminaba de creerlo. “Toda la vida supe que ese momento llegaría, pero una no se hacía a la idea, pensé que volveríamos”. Pero lo cierto es que cuando regresó años después, del pueblo que ella recordaba con sus tres largas calles principales, sus dos iglesias o sus muchos comercios no quedaba nada. “Lo habían dinamitado”, explica.

Santolea desapareció en 1972, pero la vida se había esfumado de sus calles años antes. En 1927 se empezó la construcción del embalse que habría de terminar con el pueblo. La primera gran migración se produjo en el 30, cuando muchos vecinos, viendo como las tierras de cultivo que les daban de comer quedaban anegadas, tuvieron que marcharse. Esto hizo que la población descendiera a la mitad en solo dos décadas –de 780 habitantes a 365–. Pero la herida no se cerró y el sangrado de vecinos continuó hasta la década de los 60, cuando recibió el batacazo final. En 1970 se acometió un recrecimiento del embalse y se obligó a la población a abandonar el lugar. La Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) ordenó demoler las casas, no porque se fuera a inundar el emplazamiento –que quedaba a 10 metros por encima de la cota del pantano– “sino para evitar que los santoleanos pudieramos volver”, aclara Pilar.

En pie solo quedaron solo unos pocos edificios, además el calvario y el cementerio de la localidad, estos últimos se salvaron gracias a su ubicación, apartados del pueblo. El año pasado, la Asociación Santolea Viva, formada por 200 antiguos vecinos y descendientes de la localidad, logró que el Calvario se declarase Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés, un reconocimiento que celebraron por todo lo alto. “Nuestro mayor deseo es conservar los últimos vestigios patrimoniales que quedan de Santolea y dignificar la memoria del pueblo”, explica Laura Berné, presidenta de la asociación. 

Sin embargo, ahora ha surgido una nueva piedra en el camino. “Tanto la CHE como nosotros creíamos que el Calvario y el cementerio eran suyos, y ya habíamos hablado para que se hiciesen cargo de ellos, pero investigando nos hemos dado cuenta de que realmente el Calvario es del Obispado de Teruel porque no llegó a expropiarse”.

Por el momento desconocen cuales son las intenciones del Obispado respecto al calvario. “Tenemos que hablar con el Obispado todavía, pero lo ideal sería que lo cediera al Ayuntamiento de Castellote y que este se hiciera cargo, porque no sabemos si va a hacer algo al respecto, teniendo en cuenta que hasta ahora ha dejado que se caiga”, señala Berné. Su mayor deseo es que el calvario pueda reconstruirse y hacerse visitable.

De estilo barroco, el calvario data del siglo XVIII. En su día fue uno de los mejores ejemplos de este tipo de construcción en la provincia, junto a otros como el de Alloza. Su peculiaridad es que disponía de una capilla por cada una de sus 14 estaciones, algo habitual en los calvarios de la zona del mediterráneo, pero no en el interior. El recorrido finalizaba en la ermita de Santa Engracia, patrona de la localidad. Los vecinos reconocen que el estado de conservación es “muy malo” y es que al paso del tiempo hay que sumar los numerosos saqueos a los que ha sido sometido.

Algo similar ha ocurrido con el cementerio, otro de los espacios que a los santoleanos les gustaría recuperar. Sin embargo su propiedad es un misterio, puesto que la CHE asegura ahora que en los papeles de expropiación no aparece este lugar. “Es un tema sensible porque la última persona que se enterró murió en el 65, con lo cual aun tiene familiares vivos. Y además, como está bastante apartado se han profanado tumbas, el muro está prácticamente derruido y no se puede entrar por la puerta, hay que entrar por un agujero en la pared”, asevera Berné. Por el momento solo han logrado que la CHE y la empresa que trabaja una cantera en el antiguo barranco de Santolea, arreglen el camino de acceso.

Santolea sigue muy viva

La Asociación Santolea viva surgió hace ahora 10 años, cuando varias familias hicieron una visita conjunta al que había sido su pueblo. Este encuentro que tuvo lugar el 16 de abril, día de Santa Engracia, se repitió los años posteriores, cada vez con más afluencia de gente gracias a las redes sociales. “Creamos la asociación con ese primer objetivo, que los santoleanos pudieran encontrarse al menos una vez al año en su pueblo. Fue muy bonito y emocionante, sobre todo los primeros años, porque había mucha gente que no se veía desde los 70”. Así llegaron a juntarse hasta 200 personas, que ahora forman parte de la asociación.

Con los años, la asociación pensó que debía dar un paso más y hacer lo posible para que su historia no cayese en el olvido. “Incluso para la gente del Maestrazgo lo que pasó con Santolea era muy desconocido y queríamos que se reconociera un poco lo que supuso para las familias de Santolea tener que marcharse de su pueblo y sacrificarlo por un bien común”.

Así es como decidieron que sus esfuerzos se centrarían en dignificar lo que aun quedaba de Santolea, el calvario, el cementerio y las ruinas del pueblo. A las actuaciones que ya conocemos sobre los dos primeros quieren sumar la posible construcción de un edificio ubicado donde el antiguo casco urbano, que sirva como centro social para las reuniones de los santoleanos, y al mismo tiempo como centro de interpretación.

 “Ya hace tres años que intentamos que se actúe en estos bienes y que se arreglen en la medida en la que se pueda, porque lo que queremos es que el nombre y la historia de Santolea siga viva. El valor que tiene la Asociación al final es que los mayores han conseguido transmitirnos a los descendientes el amor por Santolea y sus ganas de luchar porque esto no quede así”, asegura Bernabé.

Además la asociación ha estado muy activa los últimos años, realizando actos como una exposición, en 2017, de antiguas fotografías de Santolea tomadas por Miguel Perdiguer, un santoleano de 103 años de edad. El verano pasado llevaron a cabo las jornadas “De vuelta al origen” por pueblos que tuvieron relación con Santolea en el pasado y para las que organizaron una charla, una obra de teatro y un concierto, todo ello relacionado con la despoblación y con Santolea. Esperan repetirlas este verano. También en el 2021 salió a la luz el libro, Santolea ¡Existió!, basado mayoritariamente en apuntes de uno de sus vecinos, José Aguilar.

Centro neurálgico de la zona

Santolea comenzó su declive con el inicio de la construcción del embalse en 1927, pero hasta entonces sus calles rezumaban vida y el pueblo era un verdadero centro neurálgico y hervidero de gentes que llegaban de localidades cercanas para comprar provisiones, hacer recados o simplemente de visita.

El pueblo vivió su momento más dulce a finales del siglo XVIII. Entonces había más de 840 vecinos censados y contaba con casi cualquier servicio que se pudiera imaginar: desde una escuela, una tienda de comestibles, dos carnicerías, dos carpinterías, una farmacia, una herrería, una fábrica de tejidos, una tejería, una sastrería y zapatería; e incluso una fonda, una tienda de vinos y una expendeduría de tabacos. Además disponía de médico, secretario, fiscal, juez, párroco, practicante, veterinario y, por supuesto, profesores, uno para los chicos y otra para las chicas. 

Su ubicación, en una loma sobre el río Guadalope, propició un gran desarrollo de la actividad agrícola.  Santolea contaba con una de las huertas más fértiles del Maestrazgo donde se cultivaba de todo: desde árboles frutales, almendros, olivos, trigo, vides… Además, el río favoreció la instalación de dos fábricas en la vega, una de aceite y otra de harina.

Ya en el siglo XX la población había decrecido, pero Santolea gozaba aún de muchos de sus servicios y de otros nuevos. “La farmacia por ejemplo no la conocí, ni la tejería, pero entonces teníamos una confitería muy buena en el pueblo, yo recuerdo ir allí de niña, luego como todo el mundo tuvo que cerrar y el dueño se marchó a Barcelona”, cuenta Pilar Ballestero.

A pesar de ser muy joven cuando todo ocurrió, Pilar recuerda ser consciente del progresivo declive de su pueblo. “Ocho años antes de marcharnos nosotros se fueron nueve o diez familias del pueblo hacia Valmuel y Puig Moreno, muchas de mis amigas de la escuela se marcharon entonces”.

Pilar es de las que no se pierde un encuentro de santoleanos por nada del mundo. Aun se pregunta cómo sería su pueblo ahora, si no la hubieran derrumbado hace cuatro décadas. “Cuando vuelvo por allí es una mezcla de tristeza y alegría porque de repente parece que vuelvo a tener 12 años, solo el aire me huele diferente”. Hace tiempo Pilar decidió arreglar la masada donde vivió su madre de joven, muy cerca de Santolea, y allí va siempre que puede con su familia, aunque reconoce que daría lo que fuera por volver a la casa donde creció, su casa.