Aunque son muchísimo menos conocidos que Oscar Schindler y su famosa lista, dos aragoneses consiguieron salvar del Holocausto la vida de cuatro veces más personas que el empresario alemán: Ángel Sanz Briz, 5.500 y Sebastián Romero Radigales, 640. Más allá de las cifras, el escritor Ángel Arribas (Madrid, 1949) destaca cómo el zaragozano Sanz Briz y el grausino Romero Radigales, a diferencia de Schindler, no obtuvieron ningún beneficio. Arribas ha pronunciado recientemente un par de conferencias en Zaragoza sobre estos dos aragoneses reconocidos como “Justos entre las naciones” por el estado de Israel.
¿Por qué piensa que Ángel Sanz Briz y Sebastián Romero Radigales decidieron arriesgar sus vidas por otros?
Porque actuaron conforme a su corazón y no conforme a los dictados de la razón. Se dieron cuenta de que su propia seguridad y la de sus familias tenía menos importancia que la vida de aquellas personas que estaban siendo enviadas al matadero, como el ganado. En un primer momento, cuando cogían a los judíos, los metían en los trenes de mercancías y desaparecían de las ciudades, a nadie le parecía bien, pero no sabían qué pasaba exactamente, solo sabían que nadie volvía. Pero después, escaparon los primeros presos de Auschwitz y contaron lo que ocurría. Entonces, hubo personas que cobraron por dar pasaportes -algunas entidades internacionales hicieron muchísimo negocio a costa de esto- y hubo otros, como Raoul Wallenberg o Ángel Sanz Briz en Budapest, o como Sebastián Romero Radigales en Atenas, que hicieron lo que les dictaba su conciencia, en contra además del criterio oficial de las autoridades del gobierno al que servían. Su objetivo único era salvar el mayor número posible de vidas.
Usted subraya que tanto Sanz Briz como Romero Radigales se arriesgaron, además, sin buscar nada a cambio...
Sí, hay una escena muy dramática en La lista de Schindler en la que Óscar Schindler reconoce que si se hubiese desprendido de su reloj de oro habría podido poner una persona o dos más en su lista. Lo que no queda tan claro en la película, a pesar de que fue el motivo real, es que Schindler estaba salvando a los trabajadores de su fábrica para que siguiesen produciendo, con los contratos que había suscrito con el gobierno nazi al que pertenecía. Por tanto, sí, salvó vidas, pero las salvó por su propio beneficio personal. En la película no queda clara esta motivación egoísta del personaje. Pues bien, ni Ángel Sanz Briz ni Sebastián Romero Radigales sacaron ningún beneficio de todo lo que hicieron. Al contrario, les supuso esfuerzo, dinero y enfrentarse a castigos. De hecho, a Sanz Briz se le castigó duramente: se le trasladó a Suiza, a una oficina consular en San Francisco, en Estados Unidos... fue dando tumbos. Cuando estaba en Ámsterdam, el gobierno al que había servido por todo el mundo ni siquiera le permitió asistir a la ceremonia en la que el Yad Vashem le reconoció como “Justo entre las naciones”; solo una vez muerto, su viuda pudo recibir la medalla acreditativa ya en el año 1980. Por su parte, Sebastián Romero Radigales hizo un inventario con todas las joyas, bienes y otros objetos de valor que le confiaron los judíos y les fue reintegrado a los familiares cuando consiguieron la libertad. Este gesto muestra de hasta qué punto actuaban sin ningún tipo de egoísmo, sin ningún tipo de beneficio, simplemente por satisfacción personal y por obedecer a su conciencia. Ambos eran profundamente religiosos.
¿Merecerían, entonces, más reconocimiento que el famoso Óscar Schindler de la película?
Yo creo que sí. La película de Spielberg está muy bien hecha y ni la producción, ni la puesta en escena, ni la ambientación, ni el marketing son los mismos que en los trabajos sobre los diplomáticos aragoneses. Si en España miráramos un poco más por lo nuestro, nos daríamos cuenta de que a veces estamos ensalzando cosas que aquí están hechas ya dos, tres y cuatro veces más. Sanz Briz y Romero Radigales salvaron cuatro veces más vidas que Óscar Schindler. Además, no es una cuestión de número, sino de cómo lo enfocaron. Decía otro aragonés ilustre, Francisco de Goya, que el mayor enemigo de un aragonés es siempre otro aragonés. Da la sensación de que en Aragón y también en España, lo nuestro no interesa tanto. La película El ángel de Budapest está concebida con pocos medios; es una producción de Televisión Española, que podía haber puesto más recursos, pero al menos ha hecho algo. Cuando me documenté para escribir El dossier de las mujeres sin rostro, me di cuenta de que estos dos personajes no tienen un reconocimiento al nivel de su hazaña. Sobre todo, por cómo lo hicieron, porque no tuvieron ninguna complicidad del estamento nazi y no tuvieron tampoco beneplácito ni cobertura de su propio gobierno; al contrario: les requerían para que dejaran de hacer lo que estaban haciendo. No tuvieron nada a favor y, sin embargo, siguieron contra viento y marea.
¿Cómo se las apañaban para ayudar a los judíos?
Los dos hicieron prácticamente lo mismo: utilizaron un decreto que había permitido a todos los sefarditas que pudieran acreditar su origen solicitar la nacionalidad española hasta el 31 de diciembre de 1930. Este decreto, por tanto, en el 44 y en el 45, llevaba años caducado. Sin embargo, se sirvieron de él y lo convirtieron en un coladero, evidentemente. Además, arriesgando su propio prestigio, su patrimonio personal y el de algunos amigos, alquilaron casas y las consideraban anexos a la delegación consular española. Así, casas que acogían quizá a 70 personas, estaban protegidas porque fuera había una bandera española y un cartel que decía, por ejemplo, que era un departamento de estudios hispánicos, bajo la protección del consulado español. Eso era suficiente para que ni los caza judíos se atreviesen a entrar porque España era un régimen amigo de Hitler, que estaba con el eje. Cuando empezaron a utilizar a Cruz Roja y a otros estados no beligerantes, los llamados neutrales, para que les apoyaran escondiendo a la gente, comenzaron a llamarles “amigos de los judíos” y a recabar del régimen de Franco que pusiera coto a todo eso. Nadie podía creerse que tanta delegación y tanto edificio perteneciera realmente a la actividad consular cuando, por ejemplo, en Budapest, Ángel Sanz Briz quedó como único representante del cuerpo consular.
¿Hicieron algo más para aquellas personas a las que no pudieron acoger?
Sí, gracias a Radigales, los judíos sefarditas de Tesalónica tuvieron, digamos, mejor trato que el resto en los campos de concentración a los que fueron enviados. Por ejemplo, trató de que les enviaran en vagones de tercera y no en vagones de ganado. En el campo de concentración de Bergen-Belsen, que es donde murió Ana Frank, hubo 636 judíos sefarditas de Grecia confinados, pero no eran considerados “enemigos del Reich”, no estaban en la lista a gasear. Al final, las presiones de Radigales sirvieron para sacarlos de allí. Se dice que España los acogió, aunque solo les acogió durante dos semanas: lo que tardaron en pasar por la frontera de Portbou y subir a un barco en Barcelona con dirección a América, a la Palestina inglesa o a Marruecos. Uno de los supervivientes salvados por Radigales, Isaac Herrera, me contó cómo en los campos les había tocado sufrir condiciones mucho mejores que a los demás, simplemente por su condición de españoles. Él tenía 9 años cuando fue enviado a Bergen-Belsen, no entendía nada y no sabía por qué le sacaban de su casa. Por cierto, contaba que su familia era muy importante en Tesalonica, les confiscaron todo y su padre se quejaba amargamente de que le habían arrebatado su bandera de Aragón, que era lo que le unía con España. También conocí a una superviviente salvada por Sanz Briz, Eva Benatar, que era un bebé de pecho durante los bombardeos aliados en Budapest. Ángel Sanz Briz dio asilo a su familia en un sótano para que pudieran resguardarse. Una vez bajo su protección, les consiguió poner a salvo, como a tantos otros, con una idea ingeniosísima: el número de judíos sefarditas censados en Budapest era de unas 200 personas y, por pesado, por insistente, porque era un mal menor, los nazis de Hungría permitieron a Sanz Briz hacer 200 pasaportes. Pues bien, codificó cada pasaporte con letras. El objetivo era no pasar nunca de 200 pasaportes, pero hizo el pasaporte 1A, el 1B, el 1C... Además, una familia entera entraba dentro de cada uno de esos documentos. Ningún pasaporte con un dígito superior a 200 iba a ser admitido como salvoconducto a España, pero salvó a 5.500 personas.
¿Hubo más diplomáticos que hiciesen lo mismo?
Hubo muchos más que lo hicieron, aunque el Yad Vashem solo otorga la distinción de “Justo entre las naciones” a los no judíos que salvaron a judíos durante el Holocausto cuando se han podido documentar sus acciones. Cuando las tropas entraron en París, descubrieron que el embajador español en París había refugiado a judíos de la persecución de los propios franceses. La Casa Sefarad en Israel de España, que pertenece al Ministerio de Asuntos Exteriores, cuenta con relativa frecuencia que un diplomático español en Berlín salvó otras dos vidas. Merece ser “Justo entre las naciones” aunque hubiese sido solo una. La lista de Schindler comienza diciendo que “quien salva una vida, salva un universo entero”.