Hoy en día, Carmen Magallón (Alcañiz, 1951) casi se toma a risa que su tesis sobre “Pioneras españolas en las ciencias” levantase tantas ampollas hace 20 años. Esta doctora en Ciencias Físicas reivindica que hay mucha diversidad entre las mujeres científicas. Y piensa que ya no están menos valoradas que sus compañeros hombres, pero que todos, ellos y ellas, tienen problemas para investigar y conciliar.
Usted leyó su tesis sobre “Pioneras españolas en las ciencias. Las mujeres del Instituto Nacional de Física y Química” allá por 1996. Han pasado más de 20 años. La ONU declaró el 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia en 2015. ¿Es una satisfacción después de tiempo?
Sí, es una satisfacción y una compensación histórica por todo lo que se me hizo pasar cuando leí mi tesis en 1996 sobre historia de las mujeres en la ciencia, sobre las primeras españolas en los campos científicos, en particular, en Física, Química y Matemáticas. Eso, en aquellos años, no era considerado algo interesante. Sin embargo, para hacer una tesis sobre historia de la ciencia hay que saber ciencia; es decir, si yo investigo a Dorotea Barnés, que había introducido la espectroscopía Raman en España, yo tenía que saber qué era esa espectroscopía Raman, qué sentido tenía, qué valor, moverme con las fórmulas... Pero, ya digo, en aquellos años no se consideraba interesante; me pusieron muchos problemas en la Facultad de Ciencias de Zaragoza.
¿No se entendía que hiciera falta investigar sobre las mujeres pioneras?
Claro, sobre todo, es una cuestión de inadecuaciones porque siendo Física, yo tenía que ser doctora en Físicas. Entonces, ¿doctora en Físicas con una tesis sobre historia de las mujeres en la ciencia?, ¡madre mía!, era algo difícil de tragar para algunos... (risas) Por eso, ha sido una satisfacción cuando en los últimos años se ha empezado a dar valor a este trabajo. La historia, finalmente, pone las cosas en su sitio. Ya está bien. Arriesgarte, a veces, haciendo una tesis, un libro o un trabajo de este tipo, es importante porque a partir de esa publicación, ha habido muchísimos investigadores e investigadoras que han seguido tirando de esos hilos, haciendo biografías. Incluso José Sanchis Sinisterra, que fue profesor mío en Teruel, creó una obra de teatro sobre pioneras en las ciencias con cinco dramaturgas jóvenes.
¿Por qué hemos tardado tanto?
Sobre todo, porque es una temática que se ha investigado, pero ha tardado mucho en pasar a los currículos y en hacerse visible socialmente. Antes se han visibilizado las aportaciones de las mujeres a la literatura y a la filosofía. Es más fácil: en literatura y en filosofía, las mujeres escriben libros, esos libros se pueden publicar, dan discursos... sin embargo, las mujeres científicas sólo se introducen en campos que no tienen una visibilidad tan clara, aunque con sus vidas están mostrando una nueva forma de participar en la sociedad que antes no tenían. Cuesta más en la ciencia, desde luego, por las propias características del trabajo científico, que es más callado, más cerrado en equipos de investigación. Ya de por sí, yo creo que también hay un problema de visibilización de lo que hacen los científicos hombres y mujeres. No tenemos mucha cabida en los medios de comunicación, no se da a conocer tanto como una obra de teatro o una película.
En el prólogo de su tesis, que también publicó en 1998 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, usted hablaba de una “laguna en el relato histórico”, por la “creencia generalizada de que no ha habido mujeres en ciencia”. ¿Qué efectos ha tenido esta laguna?
Sí, frente a la queja que he expresado antes, también tengo que señalar que he tenido un reconocimiento impresionante. El libro se agotó y se reeditó en 2004 por el empeño de las mujeres investigadoras del CSIC. Sobre la laguna en el relato histórico, cuando se pregunta en un aula o en la calle, todo el mundo piensa en Madame Curie, pero ha habido muchísimas más científicas. Por un lado, ha habido más mujeres destacadas, sobresalientes, del tipo a Madame Curie, como Hipatia de Alejandría, Sofia Kovalévskaya, primera doctora en matemáticas, o también Émilie du Châtelet, que estudió la naturaleza del fuego. Junto a esa primera línea de las mujeres destacadas, una segunda línea de trabajo sería que ha habido mujeres que se han integrado en equipos de investigación como los hombres, sin destacar excesivamente, pero entrando a trabajar con ellos. Ahí, ha habido muchas astrónomas, médicas, botánicas... de hecho en el siglo XVIII hay un artículo que se pregunta por qué la botánica es también una ciencia adecuada para los hombres; la botánica estaba completamente en manos de las mujeres. Esto sería un paradigma de grupo, que es donde se insertan las pioneras españolas en las ciencias: no hay ninguna que fuera destacadísima, pero están en los grupos de investigación, haciendo lo mismo que los hombres. Otra línea de investigación muy interesante se dedica a señalar los sesgos androcéntricos, incluso sexistas, en las teorías científicas. Serían las teorías que ha habido sobre “la naturaleza de las mujeres”, sobre la biología del hombre y de la mujer, las capacidades intelectuales... La ciencia se ha dedicado a investigar aquellas preguntas que los hombres poderosos de la época han considerado interesantes y misteriosas, pero las mujeres han introducido otras preguntas cuando han entrado en las ciencias. Por eso, también decimos que incluir a las mujeres ha mejorado la ciencia. Por ejemplo, el análisis de aguas no era considerado científico hasta que lo planteó una mujer. Muchas preguntas que nacen de la vivencia de una mujer han mejorado la ciencia. Por tanto, en estos últimos 20 ó 30 años se han desarrollado distintas líneas de investigación que han ido rellenando ese vacío que comentábamos, pero ahora falta darlas a conocer.
Usted biografió a las tres primeras doctoras en Químicas de España: María Antonia Zorraquino, Ángela García de la Puerta y Jenara Vicenta Arnal. ¿Qué es lo que más le llama la atención de estas tres mujeres?
Mi primer artículo publicado sobre este tema es de 1991, en la revista Llull, de historia de la ciencia. Ahí ya mencioné que en la Universidad de Zaragoza hubo tres doctoras; en ese momento, no teníamos estudios que compararan con el resto del país. Después hemos comprobado que son las primeras doctoras en Químicas en España, aunque hubo antes una doctora en Física en 1926. Yo hablé con María Antonia Zorraquino cuando ella tenía ya más de 90 años y lo que me llamó la atención entonces es que había tenido una trayectoria muy interesante, tenía su tesis, había hecho estudios... y, sin embargo, casarse le sacó de la ciencia. Ella me dijo que su padre, que era un hombre ilustrado, le había dicho que no se casara ni con un rico, ni con un noble, sino con un hombre inteligente. Ella lo había hecho, se casó con un hombre inteligente que llegó a ser decano de la Facultad de Ciencias de Zaragoza. Aun así, le sacó de la ciencia porque en esa época, que la mujer trabajara era un menoscabo para un hombre. Eso me sorprendió en principio, pero luego he visto que estas tres mujeres son muy distintas. Ángela García de la Puerta continuó trabajando toda su vida, fue catedrática en el Instituto Miguel Servet. Su hija insiste en que ella nunca consideró que lo que hizo fuese algo extraordinario, sino que le gustaba estudiar, estaba apoyada por su padre -era importante, porque los padres eran los que mandaban- y, dentro de su normalidad vital, tuvo hijos. La tercera pionera, que es Vicenta Arnal, tiene desde el punto de vista científico una carrera más brillante porque hizo investigación, salió al extranjero... no se casó. Son, por tanto, tres casos muy distintos. Es importante subrayar la pluralidad de la vida de las mujeres científicas, no se nos puede encasillar en un estereotipo. Hay diversidad. Lo que, tal vez, sí podemos decir que les pasa a todas es que no se conocen. Cada generación tiene que recuperar el pasado, no hay una transmisión histórica. Quizá lo que une a todas es esa dificultad para incluirse en lo que se llama el mainstream o la corriente principal del conocimiento que se transmite. Si las mujeres tienen menos poder en la sociedad, también tienen menos poder para ser introducidas en el canon, en lo que se transmite.
¿La sociedad de la época les veía como “bichos raros”?
Deberíamos distinguir entre unos países y otros. Yo creo que, en la sociedad española de principios del siglo XX, a estas señoras que estudiaban, hijas de maestros o personas ilustradas, se les aceptaba. No tuvieron inconvenientes para entrar en la Sociedad Española de Física y Química, para recibir becas de pensiones que mandaba la Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas, que es precursora del CSIC, salieron a Alemania, Estados Unidos, Francia... nuestra sociedad era bastante abierta hasta la guerra civil, al menos, las capas medias, que es de dónde salen estas señoras; no hablo del conjunto rural, donde un alto porcentaje de los españoles era analfabeto. En Gran Bretaña, las mismas mujeres de clase media tuvieron que pelear para entrar en las sociedades científicas. Los anglosajones eran muchísimo más sexistas: no les dejaban asistir a las sesiones, fumaban para que las señoras no pudieran estar en las reuniones, las despreciaban... En Francia, hubo una ridiculización de estas mujeres: las “preciosas ridículas”, que escribió Molière. Nuestra sociedad española, tal vez por ser muy pocas y por ser de familias ilustradas, trató bastante bien a estas pioneras científicas, al menos a principio de siglo.
¿Hoy se trata “bastante bien” a las mujeres científicas españolas? ¿Se les trata igual que a los científicos hombres?
Yo creo que en los últimos años, se valora a las científicas. Lo que chirría es quizá la estructura de la sociedad, que está pensada para que la persona científica esté dedicada desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde sólo a su tarea de investigación, dejando de lado tareas de cuidado o de crianza. Eso es lo que más critican las investigadoras jóvenes: la dificultad de mantener unos ritmos de investigación y de trabajo que permitan a la vez desarrollar otros espacios vitales que consideran importantes. Las mujeres valoran todas estas tareas de cuidado y crianza y los hombres jóvenes también. Yo tengo un hijo doctor en Químicas y sé que mi hijo dedica tiempo al cuidado, pero está costando encontrar una estructura social que realmente valore ese cuidado y lo reparta por igual, que es en lo que estamos en los movimientos de mujeres. La próxima huelga del 8 de marzo es también huelga de cuidados, precisamente, para hacerlo visible.
¿Le preocupa que las mujeres de hoy en día todavía sigan accediendo de forma muy minoritaria a algunas carreras, como ingeniería informática, por ejemplo?
Sí, efectivamente. Esa es una cuestión que se arrastra históricamente. La Química siempre ha sido una ciencia que ha atraído mucho a las mujeres, no es casualidad que las nuestras tres primeras doctoras sean en Química. Pero sigue habiendo, sí, esa desigualdad entre lo que atraen unas carreras y otras a hombres y mujeres. De nuevo, creo que esto es un problema que atañe a la socialización: a los juguetes que se compran a niños y niñas, a la imagen de la propia disciplina. A mí, en algunas ocasiones, me han preguntado sorprendidos cómo he podido hacer Físicas; si soy tan femenina, ¿cómo me puede gustar eso? Son prejuicios sociales hacia determinadas disciplinas porque cuando preguntas a las niñas si les gusta una materia dicen que no, aunque el contenido sí les gusta. Es decir, dicen que no les gusta la Física, pero les gusta jugar con imanes, las ondas... Por eso, decimos que mostrar ejemplos de científicas que en la historia han trabajado en esos campos es una manera de hacerlo accesible a las jóvenes.
Más allá de las actividades organizadas en torno al 11 de febrero, ¿se podría hacer más?
A través de los medios, hay que visibilizar modelos e involucrar el arte, el teatro, las películas... para que se pueda abrir ese margen de libertad para las niñas, que vean que es posible que estudien ciencias. El caso de Ágora, la película de Amenábar, fue genial porque se veía un modelo de mujer científica que era admirada por los chicos y a la que se reconocía autoridad. Se podrían hacer muchas más películas sobre figuras de científicas porque es una cuestión de mentalidad. La ley, por supuesto, ayuda, pero también hay que trabajar en la cultura. Por cierto, a lo mejor la legislación sí podría, por ejemplo, potenciar las líneas de investigación sobre ciencia y género para acceder a los proyectos de investigaciones. Hace unos años, fueron eliminadas, como si no hubiera que seguir investigando sobre esta temática.