- Especial sobre despoblación: “Aragón vacío”
¿La despoblación de un territorio es un lastre o una oportunidad? El Aragón oficial se ha inclinado durante décadas por la primera opción, en un tradicional enfoque pesimista, similar al que aplica a otros asuntos como el agua, que tiene entre sus hitos más destacados el artículo 107.8 del Estatuto de Autonomía, que alega la existencia de ese problema para reclamar fondos, pero sin alusiones a un eventual propósito de remediarlo.
“Para determinar la financiación que dentro del sistema [autonómico] corresponde a la comunidad –reza-, se atenderá al esfuerzo fiscal, su estructura territorial y poblacional, especialmente, el envejecimiento, la dispersión, y la baja densidad de población, así como los desequilibrios territoriales”.
Sin embargo, ese tratamiento ha comenzado a cambiar. La despoblación iniciada con el éxodo rural de mediados del siglo pasado “llevó aparejada saldos vegetativos negativos, elevados índices de envejecimiento y bajas tasas de fecundidad en los asentamientos más afectados”, en un proceso que “ha comenzado recientemente a extenderse al conjunto de Aragón”, donde “las perspectivas de cara al futuro no son optimistas incluso para los núcleos más poblados”, señala la introducción de la Directriz Especial de Política Demográfica y contra la Despoblación que impulsa la Consejería de Vertebración del Territorio, cuya “pretensión” consiste en “contribuir en sus propuestas a superar las limitaciones que las características demográficas de Aragón imponen a su desarrollo territorial”.
Una decadencia reversible
La evolución de la demografía es muy dispar en Aragón, comunidad que ha perdido en cinco años un 3 % de su población (más de 40.000 habitantes) tras haber ganado un 7,5 % en un periodo de tres lustros que incluye el del pinchazo, y cuyo peso en el censo estatal pasó del 4,9 % al 2,1 % a lo largo del siglo XX, en el que, al mismo tiempo, duplicó su cifra de habitantes.
En ese lustro, marcado por la crisis global, la emigración de jóvenes y el regreso de migrantes a sus países de origen (la población extranjera supera el 10 % en 202 municipios), 18 de las 32 comarcas han perdido vecinos (casi un 15 % en el Campo de Belchite), aunque otras como Valdejalón, la Ribera Alta del Ebro o el Bajo Aragón caspolino “ofrecen datos muy positivos”.
Aragón, la comunidad española con menor densidad (13,97 habitantes por kilómetro cuadrado) excluidas las capitales, padece un problema de macrocefalia, con la mitad de la población aglutinada en la capital al tiempo que varios municipios de su entorno (19 de los 21 de su comarca natural crecieron con la burbuja), como Cuarte y María en el corredor del Huerva, La Muela al sur, La Puebla de Alfindén al este o La Joyosa y Pinseque Ebro arriba ofrecen los mayores incrementos poblacionales de la comunidad, tendencia en la que compiten cuantitativamente con Huesca, Teruel y Calatayud.
En lo que va de siglo, y mientras las previsiones del INE (Instituto Nacional de Estadística) y de Eurostat pronostican descensos de entre 63.000 y 102.000 vecinos, 540 de los 731 municipios aragoneses perdieron habitantes, lo que también significa que más de la cuarta parte (191) los ganaron. Entre ellos, uno emblemático como Salcedillo, en las Cuencas mineras, que duplicó su población tras haberse situado durante décadas entre los menos poblados del Estado.
Otros, como los de La Galliguera, que logran atraer a más de 80.000 turistas al año (buena parte de ellos extranjeros) explotando de manera sostenible los recursos naturales mediante el turismo activo pese a la amenaza del embalse de Biscarrués; Ricla, con su peculiar sistema de reparto de la tierra y la apuesta por productos de calidad como la cereza que colocan por toneladas en los países emergentes, o Castelserás, donde la tendencia descendente de su curva demográfica se paró hace algo más de una década, coincidiendo con el desarrollo del comercio electrónico, son, junto con experiencias como el renacer de Jánovas, la prueba del nueve de que los procesos de despoblación, envejecimiento y retroceso vegetativo son reversibles desde lo local.
No un fin sino una consecuencia
En este sentido, la nueva estrategia aboga por tratar la despoblación como “un problema territorial y no exclusivamente demográfico”, mientras matiza que “el objetivo no es el crecimiento en sí mismo, sino un desarrollo demográfico equilibrado y el bienestar de las personas residentes” mediante un “crecimiento económico sostenible, asociado con sus límites ecológicos y acompañado de la creación de empleos de calidad”.
Es decir, que “el incremento de la población de un territorio o su límite ideal (…) no debería constituir una finalidad en sí mismo sino una consecuencia del cumplimiento de otros objetivos” como la reversión del saldo vegetativo, la mejora del empleo, la atracción de población migrante, el regreso de los jóvenes, la ampliación de la banda ancha a todo el territorio como derecho universal, el fomento de la movilidad tecnológica y colaborativa y dotar de funcionalidades e interdependencias estratégicas a la malla de asentamientos urbanos.