Se sienten como “islas diminutas en el océano”, a pesar de la enorme labor que realizan en los pueblos, algunos minúsculos de apenas 100 habitantes. Esta es la situación de las pequeñas bibliotecas municipales o, al menos, así la describen las bibliotecarias que están al frente de ellas. La mayoría son mujeres. Ahora estas profesionales se han unido y han creado la asociación de bibliotecarios/as municipales de Aragón para sumar fuerzas y para que sus reivindicaciones sean atendidas, o al menos escuchadas.
En total, son 95 bibliotecarias que trabajan en localidades de las tres provincias aragonesas. Aunque las separan kilómetros de distancia, comparten los mismos problemas. Dependen del presupuesto de los ayuntamientos, en ocasiones limitado para atender este tipo de servicio, y de las subvenciones de las diputaciones provinciales o las comarcas, aunque estas no siempre están aseguradas.
Además, hay diferencias por provincias. Mientras la Diputación Provincial de Huesca destinó 160.000 euros para renovar los fondos de estos centros; la de Teruel distribuyó menos de la mitad: 50.000 euros. En la diputación de Zaragoza estas subvenciones han quedado diluidas en las ayudas PLUS, que no son finalistas y que, según señalan desde la asociación, han perjudicado mucho a las bibliotecas.
Tampoco las comarcas tienen una política de bibliotecas a pesar de que tienen las competencias en esta materia. “Depende de la comarca, hay algunas que sí que dan ayudas y otras que dan cero euros”. La bibliotecaria de Alcorisa (Teruel), Maite Pérez, pone un ejemplo de esta incertidumbre a la hora de contar con un presupuesto. “Ahora con el cambio de Gobierno tendremos que ir a la comarca de nuevo a explicar nuestra labor y a pedir que nos ayuden, cuando debería ser algo asegurado”, comenta a eldiario.es.
Sobre todo, porque las bibliotecas se convierten en el centro social y cultural del municipio. Su labor no se limita al préstamo de libros, sino que actúan como auténticos dinamizadores culturales. Realizan actividades dirigidas a todas las edades, desde los más mayores hasta los más pequeños. Todos tienen cabida en la biblioteca. Pero además son un apoyo para los vecinos.
Lo cuenta así la bibliotecaria de Nuez de Ebro (Zaragoza), Ana Arjol, quien lleva más de 30 años al frente de este espacio. Ha ayudado a redactar currículums a quienes buscan trabajo; a hacer los deberes del colegio o incluso a buscar hoteles o alojamientos para las vacaciones. “Hacemos de todo porque no tienen otro sitio a donde ir, vienen incluso a fichar el paro por Internet o incluso cuando hay una avería de agua y el Ayuntamiento está cerrado, porque aquí tenemos los teléfonos del alguacil o del alcalde”, relata.
Arjol lamenta que estas pequeñas bibliotecas municipales no tengan opción de pertenecer a la red de bibliotecas de Aragón al no cumplir unos requisitos porque eso facilitaría mucho su labor. En primer lugar, podrían acceder al mismo programa informático e intercambiar libros entre los centros sin coste. Ahora lo hacen, pero tienen que asumir con sus escasos fondos los gastos de envío que supone enviar un ejemplar de un lugar a otro.
Para acceder a esta red de bibliotecas se exige un número de horas de apertura, que en los pequeños municipios es muy difícil cumplir. “El mínimo son 15 horas semanales y eso las bibliotecas de pueblos de 500 o menos habitantes no lo pueden cumplir”, sostiene. Esta biblioteca, que tiene 5.200 ejemplares, abre tan solo dos tardes a la semana.
La asociación que han creado les ayuda a optimizar recursos. Comparten el planteamiento y el material de las actividades más exitosas. La biblioteca de Biescas (Huesca), que abre todas las tardes de lunes a viernes, es también un ejemplo de “centro neurálgico” del pueblo. Hay días que la clase del Instituto se traslada a la biblioteca. Allí los alumnos aprenden a buscar información en fuentes fiables y a contrastar lo que muchas veces encuentran en internet. La biblioteca abre también sus puertas a los más pequeños de Infantil y, por supuesto, a los más mayores con iniciativas como 'Lectura entre costuras'.
“Me enteré de que había un grupo de mujeres que se reunían a coser en una casa durante los meses de invierno y les propuse transportar eso a la biblioteca y abrirlo a todo el mundo que quisiera venir aunque no supieran enhebrar un aguja. Ellas les enseñan. Leemos poesía, relato corto..., y es un gusto estar con ella porque se aprende muchísimo, de cómo se vivía antes aquí, compartimos recetas...”, comenta.
La costura da paso a la música en los miércoles musicales gracias a una colección de discos de vinilo que una vecina donó a la biblioteca. “Es un material tan delicado que no se puede prestar, la única forma que se me ocurrió para que todo el mundo pudiera aprovecharla es poner música un día a la semana”, explica.
En resumen, estas bibliotecarias, que no sienten suficientemente reconocido su trabajo por parte de la Administración y que se han unido en una asociación para alzar la voz, trabajan “mucho”, aseguran, por mantener vivo el pueblo a través de la cultura.