Convivir con el síndrome del impostor: “Vivimos en una sociedad en la que existe mucha presión para triunfar”

“Creo que el momento en el que me di cuenta de que algo no iba bien fue a mediados del 2019. Acababa de ganar el premio de novela Oz editorial y mi círculo cercano lo celebraba como un gran logro del que yo no era capaz de percibir ningún mérito”, explica Vanessa R. Migliore, una escritora de 29 años que convive con el síndrome del impostor.

Esto, que según el International Journal of Behavioral Science afecta al 70% de las personas, sería un ejemplo de cómo y qué es el síndrome del impostor, también llamado síndrome del fraude. Esta afección no es considerada un trastorno psicológico ni una patología, por lo que no se recoge en el Manual diagnóstico de los Trastornos Mentales. Aun así, hace que las personas sean incapaces de asimilar sus logros y que asocien los buenos resultados a únicamente golpes de suerte que pueden desaparecer en cualquier momento.

“Podría definirse como la incapacidad o la dificultad para reconocer los logros propios, minimizándolos, restándoles importancia o asociándolos a factores externos. Esto viene acompañado en muchas ocasiones de la sensación de sentirse un «fraude» y el miedo a que en cualquier momento la gente descubra que en realidad se es «un fracaso»”, explica Beatriz Esteban, psicóloga general sanitaria que reside en Valencia, sobre este término que se acuñó en 1978 por Pauline R. Clance y Suzanne A. Imes.

Por su parte, Denisa Praje, de 23 años y también psicóloga, lo cataloga como “un fenómeno en el que alguien es percibido como competente y exitoso bajo criterios externos, pero se siente incapaz, inepto y poco merecedor de esos reconocimientos”. Considera que existe un conflicto entre las expectativas que uno tiene sobre sí mismo y las que los demás le hacen saber, ya que quien lo siente tendría “miedo a no cumplirlas”. El síndrome del impostor engloba, por ende, pensamientos del tipo: “Yo no soy capaz”, “No soy tan bueno como piensan” o “No sé lo suficiente ni estoy preparado para hacer esto”.

Estos sentimientos suelen estar relacionados con la falta de confianza en uno mismo, la baja autoestima, el perfeccionismo o el miedo al fracaso. Asimismo, y generalmente, se ha documentado en el ámbito académico y profesional ya que, tal y como apunta Esteban, “vivimos en una sociedad muy orientada al logro y al éxito en la que existe mucha presión para «triunfar» en estos ámbitos”. A lo que Praje cree que “es más común en mujeres por la socialización diferencial de género en la que siendo mujer mostrar seguridad se castiga con mayor frecuencia y se asocia a ser soberbia”.

Las causas de este síndrome no están claras, aunque se relaciona con una serie de factores como la expectación, la inmediatez, los estereotipos sexuales, las diferencias salariales y la percepción de éxito, fracaso y competencia. Hablar de él sin generalizar y disociarlo de las redes sociales y su inmediatez es un reto, pero Vanessa R. Migliore, que es más conocida como Iris de Asomo por libros como ‘El despertar de las brujas’, sí piensa que “las redes sociales dan facilidades a la hora de acceder a profesionales de la salud mental” y de visibilizar este tipo de situaciones.

Efectos en la calidad de vida

El síndrome del impostor va más allá de estos pensamientos recurrentes y de la influencia de factores externos, ya que puede tener efectos directos sobre la calidad de vida de las personas que lo sufren. Según cuenta Beatriz Esteban, en el caso en el que la persona tenga creencias negativas sobre su propia valía “muy arraigadas”, esto puede interferir en diferentes áreas sobre todo cuando tienen que ver con enfrentarse a nuevas oportunidades.

“Esta experiencia puede derivar en un ciclo. Por miedo a que se descubra que realmente son un fraude, la persona realiza un sobreesfuerzo para poder realizar su objetivo a la perfección. En el caso de que tengan éxito en lo que se proponían, es posible que asocien ese éxito con el sobreesfuerzo o la angustia que sintieron de no ser suficientes. De forma inconsciente, van desarrollando la creencia de que sus logros se deben precisamente a que se han «machacado», lo cual aviva la creencia que comenzó el ciclo y se empieza el bucle otra vez”, apunta Esteban.

Denisa Praje indica que “todas las personas deberíamos reconocer los logros de los demás no solo cuando aparecen estas reacciones” para que se refuercen las aptitudes de seguridad y se aplauda también cuando las personas acceden a proyectos, arriesgan o proponen ideas. “Es responsabilidad de las personas que tienen poder en ciertos espacios hacer que todas se sientan con el mismo derecho a cometer errores y que se sientan cómodas haciendo ciertas cosas que se les propone”, señala.

Ante esta perspectiva, cabe cuestionarse cómo se lidia con la frustración, ansiedad y estrés que genera este síndrome. La posibilidad más recurrente y que, hoy en día, se está trabajando en su normalización es el hecho de acudir a un profesional, a un psicoterapeuta, para no llegar a autoimponerse altos estándares que nunca se llegan a alcanzar.

Ir a terapia como sinónimo de empezar a gestionar

Vanessa tuvo la valentía de acudir a terapia a finales de 2020, aunque habla de “trabajo constante”. La cuarentena acentuó un deterioro notable en su estabilidad emocional y una serie de situaciones complicadas le hicieron caer en depresión. Tras la necesidad de “salir del foso”, ahora sabe que las emociones que sintió cuando premiaron su libro “no forman parte de la realidad” e intenta en todo momento poner en perspectiva “esa voz crítica que se tiene en la cabeza” y que busca “una perfección inalcanzable”.

“Desde la terapia se pueden moldear las verbalizaciones que uno hace sobre sí mismo y las atribuciones que hace sobre sus éxitos y fracasos, así como los patrones de comportamiento evitativos o perfeccionistas que mantengan el problema […]. Cada persona tiene un bagaje de historia vital en la que ha ido aprendiendo a sentirse de una manera en según qué entornos e interacciones, por lo que la posible intervención psicológica sería única”, explica Denisa Praje sobre el tipo de atención que se podría dar en el caso de tener la posibilidad de acceder a ella que, bajo su punto de vista, es limitada.

Para Beatriz Esteban se está normalizando poco a poco el ir a terapia entre los más jóvenes y cada vez son más los que hablan abiertamente sobre sus consultas. Esto lo relaciona con que, en los últimos años, se ha hecho cada vez “más evidente” la necesidad de luchar por una atención psicológica de calidad en el país y de poder garantizar la salud mental de toda la población. Además, gracias a que “los jóvenes están siendo un altavoz muy potente e importante para hablar de la salud mental”, considera que “se podrá dejar atrás la sensación de miedo que aparece cuando se habla” al haber relacionado durante mucho tiempo la vulnerabilidad con la debilidad “en vez de verlo como algo propio y natural del ser humano”.