Tres mujeres frente al exilio y el franquismo: “Lo peor era la Brigada Político Social. Si hablábamos tenían orden de disparar”
La II edición de La Imagen de la Memoria organizó, el pasado lunes 14 de enero, la mesa redonda “Mujeres, exilio y franquismo”, con la participación de tres mujeres cuyas vidas quedaron marcadas por la guerra, el franquismo, la represión y el exilio. Tres historias contadas de viva voz en La Casa de la Mujer de Zaragoza.
Con lo que estas tres mujeres contaron, se podían llenar varias páginas de un guion de ficción. Pero son hechos reales. Y los sufrieron en sus propias carnes. Son tres mujeres orgullosas de sus vidas y de sus decisiones. Del hecho de haber podido superar todas las dificultades de la guerra y el sufrimiento de la sublevación franquista. Tres caminos de un mismo éxodo.
Esperanza Martínez, la Sole
“Empecé siendo republicana, me hice guerrillera y después de hacerme guerrillera me hice comunista”, es la directa y ordenada introducción que hizo Esperanza Martínez, la Sole, nada más empezar su intervención.
Comenzó como punto de apoyo de la guerrilla durante la guerra, pero el avance del ejército fascista y la consiguiente represión terminó por hacerla decidir incorporarse a la guerrilla, “yo no quería que me cogieran. Comuniqué que me incorporaba a la guerrilla antes de que me cogieran porque ya sabía lo que me esperaba”. Tras dos años en el monte y la progresiva disolución de la guerrilla decidió encaminarse hacia los Pirineos para poder escapar de España. Al formar parte del Partido Comunista, este pudo darle apoyo una vez llegó a suelo galo. Pero su filiación política terminaría por jugarle una mala pasada.
La misión que le encomendaron fue la de hacer de agente puente para traer a guerrilleros desde España y ayudarles a cruzar la frontera. El viaje hacia España se desarrolló sin mayor problema. Contactó con los guerrilleros, informó a su compañera Celia de que su “paquete” debía tomar otro camino diferente al de la venida y preparó el retorno a Francia.
“El primer guía, el que nos trajo, era un buen hombre, pero el de la vuelta no”, afirmó con severidad. “Hacía demasiadas preguntas, cosas, además, que no tenían por qué interesarle. En San Sebastián, aunque yo ya desconfiaba de él, se ofreció a sacar los billetes a Salamanca; donde tenía que recoger a mi compañera Celia con sus guerrilleros. Subimos al tren y fue entonces cuando nos traicionó. Sabía que por culpa de ese hombre me detendrían y así fue”, contó.
La Sole fue detenida por dos guardias civiles que subieron al tren junto al guía, “al menos pude salvar el dinero que llevaba para la misión, lo metí en una rendija y no lo encontraron. Me alegro por el que se lo encontró, que le aproveche. Lo importante es que no se lo llevaron los guardias”, aseguró entre risas. La detuvieron a ella y a su compañera junto con los guerrilleros que iban a sacar del país.
Acabaron presas del régimen franquista. Primero a Burgos con insultos y desprecios. Después comisaría con interrogatorios y golpes, “pero lo peor era la Brigada Político Social. Si hablábamos en los traslados tenían orden de disparar”, afirmó. Y tras Burgos, Madrid: “Entonces no estaba el de la medalla (Billy el Niño), tenían otra generación anterior. Ahí nos molieron a hostias. En gobernación mataron a golpes a uno de los guerrilleros que fue a buscar Celia y pasamos meses ahí con palos y más palos”. De ahí la mandaron a Valencia, por su raigambre aragonesa. En la cárcel de Valencia le esperaba otro torturador: Tomasín
Con dos consejos de guerra fue trasladada de centro a centro hasta llegar a Alcalá de Henares, donde la concentración de presas políticas le hizo la cárcel más “sufrible”. “Hacía menos capas de las que podía y les decía que la calidad llevaba tiempo. Era mi manera de sabotear”. Finalizó esta orgullosa guerrillera riéndose del sistema penitenciario franquista.
Esperanza Martínez fue condenada a 23 años 4 meses y un día de prisión.
Rosarito Clemente: dos exilios
La historia de Rosarito Clemente pasa por vivir el exilio dos veces. La primera vez en la Bolsa de Bielsa por el Puerto Viejo. “Yo tenía nueve años y junto a mi madre y hermanos pasamos dos meses atrapados con nieve a la altura de nuestras cabezas. El frío casi nos mata”, atestiguaba. Superaron la montaña, la nieve y el frío, pero su periplo solo había comenzado.
En Francia recorrieron errantes varios pueblos de acogida durante varias semanas. Finalmente se quedaron en la Alta Garona francesa: “Pasamos seis meses en un pueblecito de donde guardo bonitos recuerdos”. Hasta que su padre les reclamó en España. Sus nuevos vecinos de acogida les desaconsejaron volver, “tenéis la guerra perdida” o “no tenéis nada que hacer ya en España”, les decían para disuadirles de la idea de volver. Una posibilidad de hogar y empleo en Francia decantó el destino de Rosarito Martínez y de su familia: “Iríamos con mi padre que estaba en Ripoll y volveríamos todos juntos a Francia”, les dijo su madre y volvieron con destino Cataluña.
De nuevo en España, la familia volvía a estar unida. Ahora debían encarar el camino del exilio por segunda vez. Salir por Cataluña resultó más sencillo que cruzar el Pirineo aragonés en invierno. Unos vagones les llevaron desde Puigcerdà hasta Francia. De nuevo la trampa estuvo en los trenes. “Nos separamos de mi padre y no nos llevaron al lugar donde estuvimos la primera vez. El tren, un tren maravilloso donde pasamos tres días, nos dejó en un viejo castillo junto al Loira. Allí pasamos seis meses. Tuvimos que adaptarnos de nuevo y cada vez había más refugiados”, así explicó Rosarito Clemente un viaje que a sus nueve años parecía un camino sin fin. “Gracias a que mi madre es muy escoscada nos ganamos a una de las señoras de la casa de acogida que teníamos y las cosas comenzaron a ir un poco bien”, explicó.
Su nueva ubicación era una zona donde las simpatías por el régimen de Franco eran evidentes y los exiliados españoles no eran bien recibidos, “no puedo decir que nos trataran mal, en comparación con mucha gente pudimos tener un exilio tranquilo a pesar de todo”, y añade, “si que nos hacían muchos desprecios o nos trataban como apestados si es que nos trataban, pero no paso de ahí”.
Parecía que podían asentarse de nuevo, “entonces nos movieron otra vez. Los alemanes habían invadido Francia y se acercaban. A nosotros nos matarían y seguirían adelante”. No tenían opción y el gobierno de Francia tampoco estaba muy de su lado, “nos obligaron a presentarnos voluntarias para el traslado a España y no fuimos voluntarias; fuimos forzadas”, aseguró, “nos dijeron que a España juntas o a Rusia separadas y finalmente nos marchamos de nuevo. Al ver los tricornios al otro lado de la frontera dimos media vuelta”. De nuevo huyeron por Francia.
Martínez quiso dedicar sus ultimas palabra a los exiliados que acabaron en campos de concentración: “Conseguimos evitar los campos. Ellos sí que sufrieron un horror, mi padre estuvo en uno. Yo no sé si lo hubiera superado”, concluyó.
Paquita Hernando: un exilio ibérico
“Mataron a mi padre, apalearon a mi madre y tengo cinco hermanos a los que no conocí”, Paquita Hernando no pudo contener la emoción y se rompió entre lágrimas y quejíos por unos segundos. Tardó poco en recomponerse y expuso su historia al auditorio.
Tuvo que salir sola del país con 20 años, pero su éxodo no acabó al cruzar los Pirineos. Tras la guerra retornó y entregó su vida al sindicalismo en España. Esta decisión le supuso llevar a la policía secreta siempre pisándole los talones, “a cada casa que cambiábamos nos la registraban. Siempre sentíamos que estaba ahí”. A comienzos de los años 60 vivía en Mieres junto a su marido y sus dos hijas, “en el 62 comenzó una huelga de tres meses. A los tres meses la Guardia Civil terminó la huelga metiendo a los trabajadores en los talleres pistola en mano. Una noche entraron a las casas de los trabajadores y se llevaron a mi marido”. Tras detenciones e interrogatorios a los trabajadores más implicados en la huelga, esta llegó a su fin. Al marido de Paquita Hernando, y a toda la familia, le reubicaron en Barcelona hacia donde tuvieron que partir.
“Mi primer pantalón me lo puse en Barcelona en los 60. En esos años la ciudad era un referente de modernidad. Incluso en esos años pude tomar mi primera pastilla anticonceptiva. Era algo inimaginable en otros lugares”, explicaba Hernando de su segundo destino. A los tres años, de nuevo reubicación: siguiente destino, Zaragoza.
Se trajo la libertad a Zaragoza, los pantalones y su hábito de montar en moto. Aunque añoraba la modernidad y libertad que respiró en Barcelona, “estaba cansada de todo lo que había pasado y no quería más. Intenté dejar la política, pero nunca pude”, explicaba. Hasta que un día volvieron los problemas: “A mi marido no le dejaban en paz desde que nos detuvieron juntos un primero de mayo tras la manifestación de trabajadores. La policía le apodó el Asturiano y le seguían allá donde iba, hablaban con los jefes, con compañeros… Durante años tuvimos que aguantar todo eso”, recordaba. La presión policial y la persecución política no acabaron con Paquita Hernando, “nunca he dejado de ayudar y de hacer cosas porque siempre he sentido que las cosas que he hecho las he hecho por amor a los demás”. No ha dejado Zaragoza.
“Al final, ayudar a los demás es lo que me ha movido toda mi vida y no me arrepiento de nada a pesar de todas las dificultades. Luchábamos por la idea de que la gente viviera mejor”, y sentencia, “me parece fatal que la juventud no se movilice ante algo tan terrible como lo que está surgiendo, la ultraderecha. Las van a pasar muy canutas”.