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“Los libros de texto no son una guía de vida”

César Bona (Ainzón, Zaragoza, 1972) llega a nuestra cita con la moto del casco bajo el brazo. Es consciente de que atrapa la atención de los que le escuchan, sonríe todo el tiempo y contagia optimismo. No da importancia a que su protectora de animales tenga alcance internacional o al premio del Ministerio de Educación por su corto de cine mudo; lo que le enorgullece es que los niños de esos proyectos están luchando contra el maltrato animal y han conseguido que sus familias dejen de estar enfrentadas.

Aunque a veces se toma unos segundos para pensar sus respuestas, habla muy deprisa, saltando de un argumento a otro y recordando algo que añadir a lo apuntado antes. Da la impresión de que las ideas se le agolpan, de que se le ocurren continuamente proyectos para sus alumnos. De hecho, durante la breve sesión de fotos, aprovecha para pedirle un teléfono a alguien que podría participar. Ya está tramando algo.

Mucha gente habrá oído hablar de un zaragozano nominado al “premio Nobel de los profesores”, pero quizá no todo el mundo sabe por qué, ¿cómo lo explicarías?

Estoy seguro de que habrá mucha gente que no lo sabrá. Yo no tengo nada de especial, solo me divierto en clase. Para mí, estar en clase diariamente es pasarlo muy bien, me siento afortunado estando con niños. Una profesora que estuvo conmigo haciendo sus prácticas me decía que cuando entraba en clase, me veía a mí y a los niños sonriendo. Ella, desde fuera, veía la magia de cosas que, para mí, son cotidianas en clase.

Sí me gusta educar a los niños para que sean seres comprometidos con el medio, con la sociedad, con lo que les rodea... Que intenten cambiar el mundo. Todos mis proyectos han ido en esa línea y han buscado estimular su esencia, que es la curiosidad y la creatividad.

¿Esto debería ser lo habitual en todas las clases?

Sí. Si yo tuviera una varita mágica, cambiaría algunas asignaturas en la Facultad de Educación. Falta educación emocional. Y también falta fomentar que los futuros maestros tengan madera de líderes frente a la sociedad, que no se limiten a meterse en la burbuja de las matemáticas o el inglés; ese modelo está obsoleto. Si los maestros son líderes y muestran a los niños cuántas cosas pueden hacer, los niños serán líderes también y tendrán un pensamiento crítico. Hay que enseñarles que ellos pueden dar un paso para cambiar las cosas. No son los adultos de dentro de unos años, ahora mismo pueden actuar, pueden contagiar con sus acciones y pueden ser ejemplo para miles de niños y para las personas que tienen alrededor.

Hace tiempo que voces con mucho prestigio como José Antonio Marina o Claudio Naranjo reclaman más interés por la educación emocional. ¿Por qué cuesta tanto introducirla en las aulas?

Supongo que por la inercia de quienes se encargan de diseñar los planes de estudios. O porque hace falta una mentalidad dispuesta a arriesgar un poco más. Parece obvio que somos emociones y, desde luego, no somos más conocimiento que emociones. Cuando cualquiera llega a su casa, lo que quiere es estar a gusto con las personas con las que vive.

Además de la educación emocional, está muy interesado en que los alumnos puedan expresarse en público...

Sí, para mí la expresión oral es muy importante. Sirve no solo para dar charlas delante de 400 personas, también para expresar las emociones, los sentimientos, los pensamientos, las emociones, defender los argumentos... A todos nos ha pasado que en algún momento, no nos hemos atrevido a hablar o a actuar ante una injusticia. No entiendo cómo la expresión oral no se estimula más en las aulas. También es necesaria en la Facultad de Educación.

Frente a esos contenidos que faltan, ¿sobran otros?

Sí. Por ejemplo, sintaxis. A mí me encanta la Lengua española y la sintaxis se me da muy bien. Pero hay que educar para la vida. Si tengo que elegir entre sintaxis o que las personas sepan expresarse, yo me olvido de la sintaxis. Con la mirada puesta solo en la Selectividad, se fijan los contenidos que los alumnos tienen que aprender en Secundaria, en Primaria... Y, entre esas exigencias, nunca aparece que tienen que ser seres empáticos o saber expresarse en público, que es lo que realmente sirve para la vida.

¿Cómo convence a otros profesores reticentes?

Con hechos. Resulta que se sorprenden cuando un niño que antes era tímido está encima de una silla hablando durante dos minutos de Mary Wollstonecraft, de la Revolución Francesa, del respeto a los animales o de la lucha contra el racismo.

¿Los padres también ponen pegas?

Los padres tienen su función, somos un equipo. A veces cuesta convencerles de que el libro de texto no es la guía de la vida. Para mí, seguir la guía del libro de texto es perderse muchas cosas que pasan diariamente fuera y dentro de los niños.

Muchas veces, uno tiene que estar muy convencido de lo que quiere. Cuando hacía lo de “El Cuarto Hocico” (la protectora de animales virtual premiada por Jane Goodall), los padres venían a decirme que los niños tenían que estudiar sintaxis y ortografía. Yo les pedía paciencia y les decía que sus hijos estaban aprendiendo algo que no estaba en los libros, pero que acabarían aprendiendo también las materias. Una chica tenía 19 faltas de ortografía en los dictados y acabó teniendo solo dos porque le interesaba escribir bien para invitar a la gente a la participar en la protectora. El objetivo no es que aprendan ortografía, sino que la usen para algo.

Además, los profesores podemos educar en manada, la clase es una micro-sociedad. Los niños pueden contagiarse entre ellos, comprobar cómo reacciona un compañero si algo le ha dolido. Hay valores fundamentales como el respeto al medio ambiente, a las personas, que son básicos.

¿Y viceversa? ¿Si los profesores tienen que educar en valores, los padres también deberían intentar despertar la curiosidad?

Sin ninguna duda. No se puede generalizar, a veces solo falta información y no hay un libro de instrucciones para ser padre. Esto va unido al problema de los deberes y con la falta de tiempo que tienen los niños. Para mí, los niños necesitan tiempo. Muchos pasan toda la tarde haciendo los deberes y después, a cenar y a dormir, ¿cómo van a ser curiosos? ¿O cómo van a tener ganas de volver al cole? Necesitan tiempo para disfrutar de la infancia.

¿Esto también lo aplicarías a las actividades extraescolares?

Los padres reconocen que es el único momento que tienen para hacer otras cosas. Si la actividad realmente gusta al niño, es fantástico. Pero no sé dónde leí que para poder crear, uno tiene que llegar a aburrirse. La imaginación de los niños es maravillosa. De adultos, nos volvemos más rancios, más serios. Hace poco releí “Los objetos nos llaman”, de Juan José Millás, y es maravilloso porque Millás tiene abierto el tubo que le une con el niño que fue. Es una maravilla escuchar a personas con imaginación.