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Marta Roldán padece anorexia nerviosa desde 2016: “La báscula marcaba menos, pero en el espejo no notaba cambios”

Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) suponen alteraciones psicológicas de la conducta alimentaria, afectan a la salud física y a la salud mental de quien los padece, y pueden llegar a tener consecuencias mortales. 

Una persona con TCA puede caracterizarse por preocuparse en exceso con su peso y su imagen corporal, aunque pueden desarrollarse de distintas maneras y tener diferentes características. Por este motivo, se pueden diferenciar algunos como el trastorno por atracón, la vigorexia, la ortorexia, la anorexia, la bulimia o el trastorno de evitación–restricción de alimentos, entre otros.

“Con 15 años empezó a preocuparme mi imagen. Yo quería cuidarme más, comer más sano, llevar una vida saludable… Y empecé a cambiar mis hábitos de alimentación. Dejé de comer fritos, dulces, ultra procesados, azúcares, salsas, hidratos de carbonos… hasta que, sin darme cuenta, acabé permitiéndome comer solo frutas, verduras, pollo y productos 'zero', afirma Marta Roldán Herrero, una joven de Zaragoza de tan solo 20 años que estudia el Grado en Periodismo en la Universidad de Zaragoza.

Según revela, “tenía obsesión” con contar las calorías de los alimentos y con estar informada de “cada producto del supermercado, de cada hamburguesa del McDonald's o cada bocadillo”. “Tenía cuadernos enteros escritos por mí con la información de cada producto y me los aprendí de memoria”, explica.

Se me fue completamente de las manos. Me di cuenta de que algo no iba bien, pero no sabía lo que me pasaba ni cómo parar

Todo llegó hasta el punto de “vivir solo por y para eso” pesándose todas las mañanas. Como perdía peso de manera rápida, “siempre quería más y más” a pesar de que en sus ojos “la báscula marcaba menos, pero en el espejo no notaba ningún cambio”.

“Cada vez era un problema más grave. Empecé a saltarme comidas, a esconder y tirar lo que me ponían en el plato, mentía en casa… Y llegué a pesar 32 kilos. Se me fue completamente de las manos. Me di cuenta de que algo no iba bien, pero no sabía lo que me pasaba ni cómo parar”, asegura Marta, que acabó pidiendo ayuda en casa porque “sola no podía salir de ahí”.

Además, la joven comparte: “Tuve miedo cuando me di cuenta de que quería parar y mi mente no me dejaba hacerlo. Que me sentía culpable si comía un plátano, un cacho de pan o un puñado de arroz blanco… Es una lucha contra ti misma. Tenía miedo a recuperar peso a la vez que era mi mayor deseo porque sabía que lo necesitaba”.

A raíz de esto, en septiembre, cuando cumplió 16 años, entró en la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del Hospital Clínico de Zaragoza, donde la llevaba un equipo compuesto por pediatras, psicólogos, psiquiatras y enfermeros. Esas navidades estuvo ingresada cinco semanas en el hospital y cuando pasaron, aunque ganó peso, no era una señal de estar curada.

Tal y como afirma la futura periodista, recuperarse de un TCA es un proceso “muy largo”. “El ingreso me salvó de morir porque entré al hospital bajo mínimos, con 42 pulsaciones, insuficiencia cardiaca, tensión bajísima, muchísimo frío, mareos y se me había ido la menstruación, pero yo tenía que seguir yendo a consulta y estar controlada”, apunta.

Marta Roldán tuvo que ir de forma rutinaria a consultas de pediatría y psiquiatría –cada vez más espaciadas en el tiempo– a pesar de no considerarlas “nada fructíferas”. En ellas “simplemente” le mandaban una dieta, revisaban que no hubiera perdido peso y no profundizaban “más allá”, concretamente, en el problema psicológico que ella seguía teniendo. “Solo ganando peso, mi anorexia no se iba a curar”, señala la joven respecto a su principal problema, que no era “lo que se veía y actuaba de punta de iceberg”, sino “todo lo que había detrás en cuanto a emociones, inseguridades, miedo y ansiedad”.

La influencia de las redes sociales en los TCA y la respuesta del entorno

Según cree Roldán, una de las causas para el desarrollo de su TCA fue la presión e influencia de las redes sociales y los estereotipos que se difunden a través de ellas. Compararse con cuerpos editados de otras chicas, querer imitar las dietas “milagrosas” de sus stories bajas en kilocalorías, unirse al “realfooding” y ayunos intermitentes son algunos de los movimientos peligrosos que “se difunden como algo normal y acaban haciendo mucho daño porque es tan insano comer todo ultraprocesado como no permitirte comer ni uno”.

Las redes sociales repercuten en el inicio de estos trastornos. Los filtros de Instagram, los retoques en las fotografías, las poses, las recetas light, el realfooding que demoniza a los ultraprocesados, las chicas “super productivas con cuerpos perfectos que comen genial y entrenan monísimas”, son algunas de las cosas que destaca Marta sobre estos espacios, que también tienen su lado positivo “si se hace buen uso de ellos”. 

“Desde fuera veían a una niña enferma. Estaba extremadamente delgada, se me marcaban todos los huesos, tenía la piel muy pálida y muchas ojeras. Se me caía el pelo y no tenía fuerzas”, detalla, aunque a nivel emocional se aislaba y “estaba triste, no sonreía, era una persona mucho más fría, nada cariñosa, enseguida discutía y lloraba todos los días”.

Hay signos de comportamiento muy claros como los rituales alimentarios raros que se basan en cortar la comida en cachos pequeños, comer despacio, evitar alimentos calóricos y grasos, la progresiva restricción alimentaria, evitar las comidas en familia

Para ella hay signos de comportamiento “muy claros” como los “rituales alimentarios raros” que se basan en cortar la comida en cachos pequeños, comer despacio, evitar alimentos calóricos y grasos, la progresiva restricción alimentaria, evitar las comidas en familia, realizar ejercicio físico de manera compulsiva o esconder comida. En cuanto a las “señales físicas” suma la pérdida de peso injustificada, el frío, la piel seca, estreñimiento, amenorrea, palidez, mareos y caída del cabello.

De esto modo, Roldán recuerda que sus amigos, a los que no los culpa, “no lo llegaron a entender en ese momento” e incluso algunos sentía miedo o rechazo y se alejaron de su lado y del problema. Sin embargo, hubo quienes la criticaron “por querer llamar la atención” y otros –“los atrevidos”– le dieron consejos, en general, “nada acertados” reduciéndose su círculo de amistad considerablemente.

“Los que estaban a mi lado de verdad fueron muy cautos y los puedo contar con los dedos de una mano. Aprendieron cómo era la enfermedad y actuaron en consecuencia siempre de la mano de profesionales. Se informaron, se intentaron poner en mi piel y lo siguen haciendo”, agradece, además, ha sumado nuevas amistades en la universidad, donde contó su situación desde el primer día.

Un camino de “avances y retrocesos” que ahora busca visibilizar, prevenir y ayudar

Desde el primer momento en el que ingresó en el hospital han pasado cuatro años de lucha con “avances y retrocesos” y “aprendiendo a convivir contra los monstruos”. La recuperación es lenta, pero para ella es “posible” a pesar de necesitar “mucha fuerza de voluntad y no bajar la guardia” en el que es esencial la comprensión y el apoyo, también del entorno familiar “sin enfados ni reproches”.

Después de esos 40 días ingresada sin salir a la calle, sin privacidad para ir al baño, sin verse en un espejo, sin levantarse apenas de la cama, con pijama y moño desecho y sin escuchar música, cuando la joven salió “necesitaba contar lo poco que merece la pena acabar ahí” y compartir con sus seguidores, amigos y familia lo que sentía y necesitaba en ese momento.

“Lo había pasado muy mal y quería contarlo para que otras niñas que aun estuvieron a tiempo, no cayeran. Para que los familiares y amigos de afectados, que no tienen fuerzas para hablar, conocieran lo que sentimos. Para que mis amigos me entendieran y me ayudaran”, confiesa Roldán, que “tenía pánico a comer con gente porque creía que iba a ser el centro de las miradas”.

Mi objetivo es concienciar sobre la necesidad de prevenir estas enfermedades, conseguir más medios públicos que funcionen de verdad

A partir de ese momento, Marta empezó a subir fotografías y textos a las redes sociales sobre sus progresos, recaídas e historia, como también ha hablado en la radio sobre su TCA realizando, al mismo tiempo, campañas de prevención. 

Según se expone en la Guía de Práctica Clínica sobre TCA, entre alrededor del 60% de los casos se recupera totalmente, un 30% de manera parcial y un 10% cronifica la enfermedad. Por lo tanto, ella considera que “sí es posible la cura completa y permanente”, aunque una de cada dos personas aproximadamente no lo hagan.

“La anorexia no es un capricho. No es una tontería. La gente se muere. La anorexia es la enfermedad mental con mayor tasa de mortalidad, ya sea por desnutrición, insuficiencias cardiacas o suicidios”, asegura, quien también considera que este trastorno en concreto se asocia más a las mujeres por cómo se caracteriza a pesar de que la vigorexia, –que también es un TCA–, sí se desarrolle con mayor frecuencia en los hombres, que “incluso consumen sustancias como hormonas y anabolizantes esteroideos para estimular la masa muscular”.

Aun así, aunque se pueden hacer distinciones entre los TCA, “que no quita para que sean igual de importantes”, Roldán apunta que los trastornos alimentarios pueden ocurrir a cualquier edad a pesar de que afecten principalmente a los jóvenes. De hecho, el 94% de los afectados son mujeres de 12 a 26 años, pero “no son exclusivos de esta etapa”. Según ACAB (Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia), estos trastornos se inician cada vez en edades más tempranas, en torno a los 8 o 9 años y cada vez, hay también más casos entre varones y gente mayor.

Actualmente, Marta sigue asistiendo a consultas en el Hospital Provincial porque sigue con medicación y recuperándose, a lo que añade que “la atención en la sanidad pública deja mucho que desear respecto al tratamiento de los TCA y hacer falta terapias especializadas, nuevos métodos y consultas diferentes”.

Asimismo, como estudiante de periodismo y persona afecta busca dar difusión a la Guía de Buenas Prácticas para Medios de Comunicación que se publicó desde la Asociación Valenciana de Familiares de Enfermos con Trastornos Alimentarios: Anorexia y Bulimia (AVALCAB) con la finalidad de proporcionar recomendaciones sobre el tratamiento y evitar los principales errores observados en la divulgación de información. 

“Mi objetivo es concienciar sobre la necesidad de prevenir estas enfermedades, conseguir más medios públicos que funcionen de verdad (terapias, profesionales especializados, seguimiento real, apoyo para familiares…), luchar contra todo el contenido web que hace apología a los TCA, advertir del peligro del mundo fitness y de las fotografías retocadas, y proporcionar herramientas para que se tengan en cuenta las señalas de alerta y se pueda identificar y frenar un posible TCA”, concluye.