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“Las mujeres africanas son la fuerza principal de trabajo del continente”

“Más allá de los estereotipos y los prejuicios: las mujeres, motor del desarrollo de África” fue el título de la conferencia que pronunció hace unos días la directora general de la Fundación Mujeres por África, Teresa Langle de Paz (Almería, 1965). Fue en el marco de las primeras Jornadas de Feminismo y Cooperación al Desarrollo, organizadas por el Gobierno de Aragón.

¿Cuáles son los prejuicios más extendidos sobre las mujeres africanas?

Hay muchos, pero creo que todos giran alrededor de dos ejes. El primero sería el de que las mujeres africanas son víctimas: que son siempre pobres, del ámbito rural, que tienen todas una vida “muy vivida”. El otro eje es que se les visualiza siempre como personas pasivas, a las que hay que ayudar, que son receptoras de nuestros proyectos, de nuestras buenas intenciones, de nuestros apoyos. Pueden aparecer otros prejuicios dependiendo, por ejemplo, de dónde vengan las mujeres: si son mujeres que van con velo, que vienen del mundo árabe, o si son mujeres negras influye mucho.

Los prejuicios suelen venir en parte casi siempre del desconocimiento de la realidad, pero ¿por qué en el caso de las mujeres africanas son estas ideas las más frecuentes y no otras? 

En primer lugar, porque son prejuicios que están envueltos en los que tenemos en general sobre el continente africano y sobre el mundo en vías de desarrollo. No podemos desligarlos de los estereotipos, que vienen, como decías, en principio, por el desconocimiento absoluto que tenemos del contienen africano; por la falta de acceso a la información, más allá de los documentales sobre el ámbito rural, de violencia, de terrorismo o de los suburbios de las ciudades. Los estereotipos alrededor de las mujeres africanas se derivan de esa visión, de nuestra mirada neocolonial, pero además se mezclan con nuestros estereotipos de género, con nuestros prejuicios del machismo internalizado que tenemos, de la mirada hacia las mujeres en general. Tenemos el prejuicio de que los hombres son mucho más violentos, es todo más salvaje... 

¿Y de dónde viene esa idea sobre la actitud pasiva de las mujeres africanas?

Es lo mismo; de los estereotipos machistas que tenemos en general. A las mujeres, en los patriarcados se les tiende a ver como “receptoras de”, “necesitadas de” protección o de cuidado. Estamos hartas de ver películas donde aparece siempre el héroe masculino que protege y que salva a la mujer. Es el imaginario simbólico que da forma a nuestras culturas patriarcales. En el caso de las mujeres africanas, esto se mezcla con las jerarquías de las dinámicas geopolíticas del mundo donde occidente tiene un papel preponderante de poder sobre los países en vías de desarrollo y, dentro de esos países, el continente más machacado del mundo es África. Se entremezclan las dos cosas. Lo último que tendemos a pensar es que son las mujeres las que están liderando muchos de esos procesos de desarrollo, son activas en todos los frentes en el continente. Son enormemente activas en esos procesos y poderosas en ese sentido, aunque luego tengan que enfrentarse a realidades muy difíciles en su cotidianeidad, que están magnificadas dependiendo de los contextos africanos. Hay países que tienen muchos problemas y muy duros, pero tendemos a pensar en ellas más como víctimas, como pasivas, y no vemos tanto que están empujando a sus comunidades, sus países, sus proyectos, sus vidas y sus familias. Cuando ocurre todo lo contrario, que las mujeres africanas son la fuerza principal de trabajo del continente; tenemos un desconocimiento total de esto. Y son líderes natas, no en el sentido esencialista de que haya nacido con esa cualidad, sino porque son mujeres que, por cultural, por cómo han crecido, son fuertes. Tenemos mucho que aprender de ellas como líderes que arrastran, cuidan, transforman sus propias comunidades, luchan contra problemas inconcebibles para nosotros. 

¿Qué ejemplos podemos poner de estos liderazgos de mujeres africanas?

Hay muchísimos. En la Fundación Mujeres por África trabajamos con líderes de todos los niveles sociales y sectores profesionales. Por ejemplo, en el campo de paz y seguridad, las mujeres están liderando procesos y movimientos sociales importantísimos. La paz de Liberia, por ejemplo, se consiguió gracias a las mujeres. En el ámbito comunitario de base, en las cooperativas, son ellas las que están machacándose a trabajar y muchas veces son las que consiguen mantener a sus familias. Las científicas, en la investigación, también tienen papeles importantísimos; hay científicas africanas impresionantes. Y en todos los sectores: en la educación, en la sanidad…  Hay muy pocos médicos en África; son las mujeres enfermeras las que están manteniendo el sistema público de salud, si existe, y son las promotoras de salud, si no existe. Las mujeres realizan un papel esencial en todos los ámbitos. Además, África es uno de los lugares del mundo donde más mujeres emprendedoras hay. En Kenia, el 48% de las pequeñas y medianas empresas están lideradas por mujeres, a pesar de la dificultad extra que tienen para acceder al crédito porque, a lo mejor, no tiene permiso del marido para acceder a una cuenta bancaria o no tienen siquiera una cédula de identidad al no estar registradas... Por tanto, hay dificultades añadidas, pero son capaces de reinventarse, lo que demuestra su fuerza y su resiliencia. O en política, hay muchísimas parlamentarias africanas. Todo el mundo habla del parlamento de Ruanda, donde el 70% de los representantes son mujeres; pero hay muchos otros países. Nosotras, en España, acabamos de romper un techo de cristal por ser el primer país del mundo con cuatro mujeres vicepresidentas del Gobierno y por que hay más ministras que ministros. En Sudáfrica son casi el 50% desde hace tiempo. En Etiopía, lo mismo. En Uganda, son casi el 40%.

Escuchando esto, ¿hay incluso menos machismo en África que en Occidente?

Bueno… hay machismo en todas partes. Diría que no se trata de más o menos machismo, sino más bien de grados, de intensidades, de cómo se manifiestan esos machismos. En otros lugares, hay problemas brutales de machismo, de violencia sexual, de mutilación genital, que te llevan a preguntarte cómo pueden existir todavía tantas víctimas. Hay problemas que son rampantemente machistas; nadie puede negar que eso es machismo -incluso personas que no se reconocen como feministas-, porque es una opresión brutal clara y directa sobre las mujeres, pero es más bien una cuestión de grados. Nosotros vivimos en sociedades patriarcales, en España también. El machismo está en todas partes, lo que pasa es que a veces en nuestras sociedades es más invisible, pero existe y nos condiciona la vida igual. Nosotros hemos eliminado algunos problemas muy fuertes y brutales que todavía persisten en algunos lugares de África. Sin embargo, hay países africanos que tienen ya constituciones y leyes específicas por la igualdad de género. En Sudán del Sur tienen algo que, de alguna manera, todavía no existe aquí: hay una ley específica contra la discriminación de la mujer y por la igualdad salarial. En Túnez y Marruecos, hay una ley contra la violencia de género; el problema a veces es la aplicación de esas leyes, el seguimiento, los presupuestos o las costumbres muy arraigadas en algunos sectores de las sociedades difíciles de erradicar. Los feminismos africanos están empujando muy fuerte. En Sudáfrica, hay un movimiento feminista importantísimo. También hay pensadoras muy importantes en el mundo anglosajón africano, que además nos aportan una visión alejada del individualismo con el que estamos acostumbradas a manejarnos las feministas en Occidente: trabajan con marco conceptual muy interesante, más comunitario, del que también tenemos mucho que aprender las feministas y nuestras sociedades. No lo reduciría a más o menos machismo, porque si caemos en divisiones tan categóricas nos estamos perdiendo una vez más la especificidad de un continente inmenso y rico, con sus 55 países y con montones de culturas diferentes, lenguas, ámbitos rurales frente a urbanos... mucha singularidad de la que tenemos poquísima información. Eso es otro estereotipo que tenemos, que África es más machistas que nosotros.

¿Cuál es choque cultural que llevan peor las mujeres africanas que llegan a España?

Creo que el racismo, aunque en España no nos reconocemos como una sociedad racista. Es la asociación del color de la piel a un contexto rural, pobre… Es un racismo internalizado, incluso en espacios bienintencionados, no necesariamente es un racismo agresivo y violento, sino un racismo más bien por ignorancia o desconocimiento. Acercarse a estas mujeres, conocerlas, saber que vienen con su trayectoria vital, anhelos, bagaje cultural, ilusiones, cualidades, capacidades, inteligencias o deseos, tenemos que tratar de ver y conocer todo eso. Se trata de no meterlas a todas en el mismo saco, el saco de las mujeres inmigrantes africanas. ¿Qué quiere decir eso? ¡Si estamos hablando de un continente tan inmenso y diverso! No ser capaces de ver su singularidad como personas es la violencia más grande que puedes ejercer: no ver a la persona, que tu visión esté tamizada sólo por una idea general que, además, es muy problemática. Tenemos que aprender a hacer autocrítica y autoanálisis en la manera en que miramos hacia las mujeres africanas. Deberíamos tener capacidad de informarnos, de buscar fuentes. Me parece muy interesante la manera en que María Mies dice que la falta de información es un sistema colonial interno subyacente, la manera en que se transmite qué es importante y qué implica una jerarquía del conocimiento, marca de qué importa informar en el mundo y de qué no. Debemos fomentar una visión autocrítica para buscar esa información y, en segundo lugar, desde la humildad, intentar entender cómo es nuestra mirada hacia esa información que hemos encontrado. Es muy importante, sobre todo, una vez más, escuchar directamente a las mujeres como fuentes de la información: lo que ellas tienen que enseñarnos, lo que están haciendo, lo que ellas desean y quieren y cómo lo están haciendo. Son ellas las que están impulsando montones de procesos de transformación de sus sociedades. Hay que escuchar qué tienen que decir, porque tenemos mucho que aprender, escuchar y ver directamente y apoyar para que esos procesos cojan más fuerza, uniendo a lo que nosotros podamos aportar.