Una escuela rural con tres alumnos: organización, creatividad y el “consejo de sabios” de los jubilados del pueblo

María Pilar, David y Khadija son compañeros/as de clase. Los únicos. Están juntos en el aula, en el recreo, en las excursiones. En el pueblo. Si fuera un colegio convencional, quizá nunca se hubieran hablado. No habrían compartido ni se habrían enseñado. Obvian su diferencia de edad y han aprendido a hacer de la diversidad virtud.

Eran las tres personas (Khadija, la más pequeña, cambió de escuela hace una semana) que, junto con su profesora, Marivi Elena, mantenían viva (lo seguirá estando con dos) la Escuela de Alba del Campo, una localidad turolense de poco más de 100 habitantes. Este centro pertenece al Colegio Rural Agrupado Cuna de Jiloca, que aúna a cinco escuelas de pequeñas localidades: “En un colegio normal hay aulas y pasillos, aquí las aulas son las escuelas y los pasillos las carreteras”, dice la docente.

María Pilar tiene 11 años y está en 6º de Primaria; David es su hermano, que tiene 9 años y estudia 4º de Primaria. Ambos son de Alba del Campo. Khadija es de Marruecos y llegó a España cuando su padre encontró trabajo en Santa Eulalia del Campo (a 8 kilómetros de Alba).

“La diversidad hay que convertirla en una ventaja”

eldiario.es habla con Marivi Elena antes de que la pequeña deje esta escuela. Da mucha importancia al número de alumnos, obviamente, pero aún más a la diferencia de niveles, y eso, dice, también pasa en un colegio grande, porque, aunque organices el aula con gente de la misma edad –a priori, un grupo homogéneo–, “nadie pone en duda que a nivel académico hay una gran diversidad”.

Y esa diversidad, apunta la profesora, “hay que convertirla en una ventaja, no en una pega”. ¿Cómo? Elena hace mención reiteradamente a la organización y a tener claro “qué es lo característico de cada nivel”. A partir de ahí, se trata de aprovechar la oportunidad de que unos puedan aprender de otros: “Es muy importante combinar muy bien el trabajo individual con el grupal”.

Una muestra: “Ahora estamos con un proyecto sobre animales salvajes porque nos vamos de excursión al Bioparc de Valencia. El material para cada uno de ellos es distinto, pero el tema es el mismo. Cuando hablamos de criterios de clasificación de los animales, por ejemplo, lo hacemos juntos”.

Al otro lado del teléfono se percibe una sonrisa en la docente cuando, orgullosa, cuenta que, en muchas ocasiones, María Pilar enseña a Khadija: “Y no está perdiendo el tiempo, para nada, si una es capaz de ayudar a otra es que está aprendiendo bien”.

El hecho de que puedan ponerse en el lugar de otro con más facilidad que en un colegio convencional (por una mera cuestión de espacio y trato), hace que se retroalimenten educativamente. La pequeña, afirma su profesora, “observa rutinas de los mayores y tiene una autonomía y destrezas adquiridas que no son propias de su edad, parece más mayor”.

Más allá de la educación

Otro de los elementos característicos más aprovechables es el entorno: Elena lo explica de forma muy gráfica: “Si queremos saber algo, nos vamos a preguntar a la farmacia, a la tienda… Aquí no hay peligro de salir con los niños, está todo cercano”.

También van a aprender al parque, “donde siempre hay tres señores mayores que llamamos el 'consejo de sabios'. Si tenemos alguna duda sobre el pueblo, les preguntamos ellos. Por ejemplo, allí fuimos cuándo quisimos saber el gentilicio de Alba”.

La (obligada) cercanía es otro factor basilar, que, sostiene la profesora, favorece la convivencia, el trato y la inclusión: “Vivimos en un ambiente muy familiar, todo el mundo es bien recibido. Da igual lo que hay detrás de la persona: procedencia, raza, origen, no importa, a todo el mundo se le recibe con los brazos abiertos”.

“Llevo 30 años dando clase, es una elección personal”

Marivi Elena habla con sumo cuidado, dejando claras las diferencias entre una escuela como la suya y otra de una ciudad, pero sin situar una por encima de otra y sin menospreciar (todo lo contrario) el trabajo de sus compañeros y compañeras. Lo transmite con emoción y orgullo. Se nota, como ella misma confiesa, que es su elección y no se arrepiente: “Para una profesora joven, esto debería ser un reto, pero para mí, que llevo 30 años dando clase, es una apuesta personal. Lo elegí porque quería”.

Es su manera de hacer frente a la despoblación, de luchar “por mantener, siempre que sea posible, un servicio tan importante como la escuela en una localidad muy pequeña”. En un centro escolar con tres, cuatro o cinco alumnos, indica la docente, “el maestro cobra una relevancia superior a la normal”. La creatividad, explica, debe estar en el ADN de cualquier maestro o maestra, “pero en una escuela así hay que tener aún más”.