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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“El pacifismo es hijo del feminismo”

Ángela Cenarro (Zaragoza, 1965) tiene difícil encontrar un hueco para atendernos justo el 25 de noviembre, el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres: trabajos pendientes de corregir, el teléfono móvil suena de cuando en cuando y pronuncia una conferencia durante la jornada Lo personal es político. Las mujeres en los conflictos bélicos

Aun así, accede a reservarnos unos minutos con una condición: terminar a tiempo para participar en la concentración contra la violencia machista convocada a las puertas del edificio Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. Esa es “la otra guerra” de las mujeres.

¿Qué papel han desempeñado las mujeres en las guerras del siglo XX?

La Primera Guerra Mundial es la primera vez que las mujeres participan de forma muy masiva y significativa en el esfuerzo bélico. Están en la retaguardia, supliendo a los hombres que estaban en el frente: en el campo, la distribución de productos de primera necesidad, la sanidad, la asistencia... también en las fábricas de armas y en los talleres para hacer uniformes. Es una novedad histórica que se debe al modelo de guerra total, que requiere de un gran esfuerzo humano y material. Durante la Guerra Civil Española, las mujeres vuelven a trabajar en la retaguardia, pero además, tenemos el fenómeno de las milicianas: mujeres que van al frente en una coyuntura muy excepcional: en los primeros momentos de la guerra, con el hundimiento del estado republicano y la revolución. Enseguida, las mujeres son retiradas del frente para volver a desempeñar sus trabajos en la retaguardia. Y en la Segunda Guerra Mundial tenemos mujeres en la retaguardia, mujeres encuadradas en unidades y batallones del ejército y también otro fenómeno nuevo: la resistencia antifascista. Yo veo que hay una evolución, un proceso de progresivo acceso de las mujeres a los conflictos bélicos y también una progresiva politización en el antifascismo y en ideales igualitarios democráticos.

¿Es una incorporación progresiva a la guerra en paralelo con la entrada de la mujer en la vida pública?

Efectivamente, de hecho, la movilización masiva en la Primera Guerra Mundial aceleró el acceso de las mujeres al espacio público. De todas formas, son dos fenómenos que van entrelazados, es difícil establecer la relación causa-efecto. Además, es un legado ambiguo: por un lado, la guerra es una experiencia de libertad y de empoderamiento para las mujeres; por otro lado, en las guerras, salvo excepciones, las mujeres nunca están en posiciones de liderazgo ni de mando. Es decir, aunque es un espacio que ellas ocupan siempre de una forma subordinada, su sensación es de liberación, por el hecho de acceder a experiencias nuevas y a espacios en los que no estaban antes. También es interesante subrayar que no hay un modelo único de participación de las mujeres en las guerras. Sin embargo, una vez terminadas las luchas armadas, siempre se repiten dos tendencias: los esfuerzos para que las mujeres vuelvan a casa y la invisibilización de su papel durante el conflicto. En el franquismo y en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el objetivo es el retroceso, paralizar la dinámica de cambio feminista con políticas pro-natalistas, de retorno al hogar, con incentivos a los patronos para que contraten a hombres y no a mujeres... Y, como apuntaba antes, las mujeres pocas veces son reconocidas como heroínas de guerra: se insiste en que es un deber femenino apoyar a los estados en guerra, en la idea de que sus tareas están estrechamente relacionadas con su rol femenino-maternal... La tendencia es a normalizar, a no reconocer el carácter extraordinario de las mujeres en las guerras. En los pocos casos en que se encumbran heroínas es quizá también una manera de visibilizar a mujeres de forma individual, en una representación con la que las mujeres no se identifican. Pero, sobre todo, hay una invisibilidad histórica, las mujeres suelen quedar fuera de los relatos, es un ángulo muerto de la historiografía.

¿Cuál es, entonces, la conquista de las mujeres en las guerras?

Es difícil de establecer. Probablemente, la tendencia a largo plazo en la primera mitad del siglo XX es la progresiva politización y concienciación política de las mujeres, a través de unas experiencias de socialización que tenían que ver con el pacifismo, el antifascismo, la solidaridad internacional y la protección a las víctimas en la guerra. Es de ahí de donde surge una vía más clara de visibilidad y de participación de las mujeres.

¿Las mujeres son también diferentes como víctimas?

Sí, el abuso y la destrucción del cuerpo de la mujer es algo que se utiliza como arma de guerra en todos los conflictos de la historia. En la Segunda Guerra Mundial, por supuesto, las mujeres fueron violadas en el marco de la ocupación nazi, en los campos de concentración. Pero lo tremendo es que también fueron violadas por el ejército de liberación soviético. A menudo se cree que las violaciones solo eran atrocidades de los fascistas, pero es un arma de guerra que no entiende de ideologías. Ocurre lo mismo con el rapado de la cabeza y la ingesta del aceite de ricino. Fue un ritual muy utilizado en la guerra de España como castigo de los fascistas contra mujeres de izquierdas, pero durante la liberación europea fue al revés: fueron los hombres y algunas mujeres de izquierdas los que impartían estos castigos. ¿Por qué? Porque tenía un fuerte componente de género, no tenía tanto que ver con una ideología política: se trataba de castigar a las mujeres como cuerpos sexuados, suponía privar a la mujer de su feminidad. El ricino tiene una clara connotación simbólica: el cuerpo de la mujer, en tanto que cuerpo reproductor, tenía que ser purgado para dejar de ser un cuerpo contaminado. Desde ideologías políticas distintas, se aplicaron castigos similares porque compartían la concepción de género sobre cuál es el lugar que tenía que ocupar la mujer en el nuevo marco del estado nación que se estaba construyendo. No olvidemos que las guerras son momentos de refundación nacional. Nada queda al margen de ese proceso. La vida, las experiencias y los cuerpos de las mujeres, tampoco.

¿El aceite de ricino no se utilizó para los hombres?

Hay algunas noticias de que el fascismo lo utilizó para castigar a los homosexuales. Era la manera de cuestionar su masculinidad, identificándolos con una mujer y reduciéndolos, por tanto, a un cuerpo que puede ser agredido y purificado con impunidad.

¿Las mujeres también han tenido un papel distinto a los hombres en los movimientos pacifistas, de oposición a las guerras?

Las mujeres no son naturalmente pacíficas y el pacifismo no es algo privativo de las mujeres, pero sí han puesto en marcha este movimiento colectivo, significativo históricamente, desde una posición de liderazgo y de autoridad femenina. El pacifismo es un movimiento que nace del feminismo, porque utiliza las redes que tenía creadas el sufragismo como movimiento internacional para organizar el congreso de La Haya de abril de 1915. Una de las grandes aportaciones de las mujeres a la Primera Guerra Mundial fue crear la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad. Por eso, el pacifismo es claramente un hijo del feminismo de primera ola, aunque es una corriente que se escinde, porque el grueso del feminismo apoya la guerra al identificarse con la causa del patriotismo y el nacionalismo.

¿El papel de las mujeres sigue siendo hoy diferente en las guerras y en lo movimientos pacifistas?

Hay una diferencia importante en las guerras posteriores a la de Yugoslavia: no tengo claro que encajen en el modelo de guerra total, en el sentido de que no hay una movilización masiva de la población; es un modelo de guerra aérea. Además, desde que las mujeres entran en el ejército, participan en el frente igual que los hombres. En el anti-belicismo, las mujeres sí siguen teniendo un papel diferente, sin duda. El pacifismo que surge con fuerza en los 60 y los 70 va a asociado a un activismo feminista, entre otros movimientos. Y en todas las guerras del siglo XX, ha habido organizaciones de mujeres que han intentado superar el conflicto por vías pacíficas o, una vez iniciado, intentar ponerle fin.