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“A mi tío le prepararon una hoguera en la plaza para quemarlo”: los testimonios detrás de la querella de Zaragoza contra los crímenes del franquismo

Emoción y tristeza. Alegría por el paso dado; pesar por el tiempo de espera. Rabia y recuerdos que forman un crisol de emociones en el pecho de María Andresa Marikovich y Fidel Ibáñez, familiar de asesinados y torturados y víctima directa del franquismo respectivamente. Son la memoria de tantos que se fueron por no callar. La reminiscencia de los que, insurrectos, lucharon y gritaron.

Ella, él y otras muchas personas han puesto letra y voz a la querella criminal por los crímenes contra la humanidad cometidos por el franquismo en Zaragoza, que el pasado 31 de enero presentó el consistorio de la capital aragonesa. En total, reúne 136 testimonios que acusan a siete policías, siete gobernadores militares y once civiles como presuntos autores de delitos de genocidio y crímenes de lesa humanidad, asesinato, detención ilegal, torturas sistemáticas y desapariciones forzosas.

96 de los hechos denunciados tuvieron lugar entre 1936 y 1942. María Andresa Marikovich Cánovas no había nacido, pero ha escuchado demasiadas veces los hechos que destrozaron a su familia. Imposible ignorarlos: “No olvido, y, si hay dios, que perdone él”, dice. Por su madre y sus tías supo que, el día del golpe de Estado de 1936, su tío, un anarquista de Aljafarín (Zaragoza) había viajado a la capital: “Al volver le habían hecho una hoguera en la plaza del pueblo para quemarlo vivo”.

Al ver el macabro recibimiento, evoca, se escapó, “pero le pegaron dos tiros”. A pesar de todo logró huir al monte, donde se recuperó hasta que pudo marcharse: “No supimos nada más de él”. Mientras estuvo escondido en la montaña, “mi abuela (su madre) le llevaba mendrugos de pan en los calcetines cuando decía que iba a buscar leña”.

Pero eso no iba a quedar así: “Al no pillar a mi tío fueron a buscar a mi abuelo y lo metieron en el calabozo. Alrededor del 30 de julio lo sacaron y lo fusilaron”.

Tampoco era suficiente: “Cuando vieron que sacaban a su padre del calabozo, y sabiendo que lo iban a fusilar, mis tías se agarraron a sus piernas, a una de ellas le dieron con el mosquetón y le cortaron la oreja”. Después, continúa María Andresa, “les cortaron el pelo y les pusieron una banderica. A mi abuela le pusieron un cartel en la espalda que ponía ‘roja’ y la pusieron a barrer las calles”.

Su madre, que también pisó la cárcel en aquellos tenebrosos años, es quien ha impelido en María Andresa la fuerza para seguir: “Tenía obsesión por saber dónde está enterrado su padre, y se murió (en 1997 con 78 años) sin saberlo. Hacer esto se lo debo a ellos”.

52 asesinatos, 46 detenciones y 11 torturas

La recopilación de testimonios la ha llevado a cabo la Asociación Libre de Abogados de Zaragoza (Alaz) en la Oficina de Atención a las Víctimas del Franquismo. Se han recogido testificaciones de 52 asesinatos, 46 detenciones ilegales (42 de ellas desapariciones forzosas) y 11 torturas.

12 de estos hechos denunciados acaecieron en la segunda etapa establecida para elaborar la querella: de 1963 a 1975. “Era el domingo 30 de abril de 1968 sobre las 9:30 de la mañana, yo iba a empezar a hablar en una reunión de CCOO, de la que fui fundador en Aragón, nada más tomar la palabra, nos vimos rodeados por miembros de la Brigada Político Social. Estábamos unos 500 y se llevaron a 53 detenidos, procesaron a 13, yo cumplí una pena de tres meses y un día”.

Esa fue la primera vez que detuvieron a Fidel Ibáñez. Lo rememoró emocionado, pero clarividente, en el acto de presentación de la querella. La segunda fue años más tarde, en el 72: “Volvíamos de Madrid, de un encuentro estatal de CCOO, íbamos mi compañero, mi mujer y yo y nos dieron el alto, a él, nada más bajar, le pusieron la metralleta en las costillas, a mi mujer le dije: ‘Nos acaban de cazar’”.

Las dos detenciones no fueron igual, su desemejanza es aún patente en el cuerpo de Fidel: “La primera vez me torturaron, me rompieron los dos tímpanos, aún llevo tres agujeros en el derecho. En la segunda no, llegaron a la conclusión de que daba igual, hicieran lo que hicieran el resultado iba a ser el mismo”.

María Andresa y Fidel son los ojos, los llantos y las heridas de tantos y tantas. Nombres y caras. Porque no se habla números, como aseguró el historiador Herminio Lafoz –que ha participado en la elaboración de la querella–, “hablamos de gente que trabajó por una justicia social, que se dejó la vida, de campesinos que no sabían ni leer ni escribir, pero que tenían una cosa clara: el servicio a la democracia”.