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El proyecto educativo de un colegio público de Teruel, motor de repoblación de la España vaciada

Un cartel reivindica los servicios públicos en las calles de Olba.

Irene Alconchel Ciria

1 de agosto de 2020 23:52 h

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François Wirthensohn proviene de Valencia, es maestro y muy pronto será padre de una familia numerosa. Tras 14 años de carrera, 12 de ellos como interino, el próximo curso repetirá centro por primera vez. Por fin, como profesor podrá formar parte de un proyecto a largo plazo y como progenitor ofrecer a sus hijos una educación pública innovadora en una de las zonas más despobladas de Europa: el municipio turolense de Olba, donde un huerto ecológico ha remplazado a los libros de texto.

El caso de Wirthensohn es doblemente especial, pero no el único curioso en este pueblo sin industria ni grandes extensiones agrícolas, explotaciones ganaderas o cualquier otro sector productivo que pueda dar respuesta a las necesidades laborales de las familias que en los últimos años se han instalado en él: artistas, informáticos, empresarios, artesanos... que decidieron trasladarse a un enclave rural para echar raíces y que desde hace años ejercen el hoy tan mentado teletrabajo. A la mayoría de ellas el factor que les ayudó a decidirse fue el tipo de educación que recibiría su descendencia.

Como a Alicia y Toni, padres de una niña de cuatro años, que eligieron el municipio de Olba, pese a la baja dotación de recursos públicos y las malas carreteras de la zona, por creer que sería el lugar idóneo para criar a su hija. Afirman sentirse “afortunados” de haber encontrado una vivienda en este pueblo de clima benévolo, situado entre montañas, bañado por el río Mijares y dividido en núcleos urbanos separados por varios kilómetros cuyos nombres son tan peculiares como Los Ramones. La escasez de casas en alquiler o venta es ya un problema para muchas de las familias que desean mudarse a este recóndito rincón de la comarca de Gúdar-Javalambre.

¿Qué tiene de especial el proyecto educativo de Olba?

La artífice de este fenómeno fue Delfina Ruiz, que llegó desde el País Vasco hace casi 30 años y que se jubiló hace otros dos. Esta maestra fue poco a poco gestando el modelo educativo que hoy se aplica. Cuentan que, al principio, lo hacía casi a escondidas. Conocida como Delfi, decidió emplear el huerto como herramienta transversal para impartir todas las materias curriculares y desechar los libros de texto, con el objetivo de poner en valor “la naturaleza, el cuidado mutuo, el interés del alumnado, el respeto por su ritmo de aprendizaje y la escucha”.

A partir del huerto ecológico se fueron articulando talleres paralelos donde aprender matemáticas, economía o una alimentación saludable que hoy se enmarcan en Proyectos Ambientales. Los pequeños y pequeñas cultivan, recogen, y transforman las frutas y hortalizas que luego venden en el mercado local un domingo al mes mediante su propia empresa, Lusanai, cuyos beneficios van destinados a su autogestión. Esta iniciativa se acompaña de otros aprendizajes como teatro, biodanza, educación emocional, yoga, encuadernación, experimentos, biblioteca, creación de cuentos o bosque-escuela.

El siguiente paso que dio Delfi fue implicar a las familias. En el año 2016 este compromiso se materializó con la creación de la Comunidad educativa Marina, que hoy está formada por 37 familias, el alumnado, la maestra Delfi ya jubilada y el equipo docente. Matilde Sotos es madre, psicóloga y parte activa de ella y, según narra, “conformarla ha sido posible gracias a un camino de mucho crecimiento, con partes duras como en todos los procesos colectivos, pero que ha conseguido resultados muy enriquecedores”.

Por otro lado, Wirthensohn destaca la importancia que la “pedagogía del cariño” tiene dentro del proyecto. “Al cabo de los años de docencia te das cuenta de que lo qué haces no es tan importante como el cómo lo haces. Esta aula funciona porque está en consonancia con las necesidades de los niños y niñas y porque a junto a sus padres y madres formamos una gran familia. Un proyecto así puede encontrarse en centros privados o en la educación libre, pero es muy difícil hallarlo en colegios públicos”, explica el casi recién llegado maestro.

Oportunidad para hace historia en la Adminstración de la Educación española

Teruel ha perdido en un siglo la mitad de su población debido a la emigración y al envejecimiento. Con 229 personas censadas en 2019, Olba se queda al límite de entrar en la categoría de “desierto demográfico”, es decir territorio donde habitan menos de 10 habitantes por kilómetro cuadrado. Mientras la mayoría de colegios en el medio rural están sufriendo el azote de la despoblación, el alumnado en este pueblo ha experimentado un crecimiento exponencial desde principios de este siglo. Hace casi 20 años la escuela estuvo a punto de cerrar por contar con cuatro alumnos; en 2015 esta cifra aumentó a 25 y para el próximo curso ya hay 45 matrículas. Que un colegio se haya convertido en el principal motor de repoblación es una notable excepción.

Sin embargo, esta buena noticia trae para Sotos contradicciones continuas: “Existe un discurso político que dice que va a apoyar proyectos de innovación educativa, que quiere luchar contra la despoblación, pero a la ahora de la práctica no se aportan recursos suficientes para ello. Vemos que en Barracas -el pueblo más cercano ya en la provincia de Castellón- van a construir un edificio nuevo para sus 10 alumnos, con un presupuesto de 800.000 euros, mientras que aquí por el momento Educación solo nos ha asegurado 20.000 euros para reformas”. “Ahora tenemos unas necesidades más que evidentes porque el alumnado no para de aumentar. Sufrimos una situación insostenible de falta de medios y espacios”, añade.

Para poder seguir acogiendo a todas las familias interesadas en la escuela, la comunidad educativa Marina se ha reunido con el Gobierno de Aragón, al que ha solicitado el reconocimiento del proyecto educativo, autonomía para su gestión, diseño y coordinación (que implicaría su escisión del Centro Rural Agrupado y la creación de un colegio unitario); la construcción de un edificio con las instalaciones necesarias para su desarrollo y la consolidación del equipo docente del centro para alcanzar la estabilidad del profesorado.

Si finalmente estas demandas fueran satisfechas, Olba conseguiría un hito en la historia de la administración de educación española, que, según ha investigado Wirthensohn, sólo se ha dado en una ocasión en La Rioja. La Escuela Rural de Olba, que pertenece al Centro Rural Agrupado Javalambre junto a otros seis pueblos (Manzanera, Los Cerezos, Arcos de las Salinas, San Agustín, La Venta del Aire y Albentosa), pasaría a ser un colegio unitario, logrando así autonomía para seguir desarrollando su proyecto educativo y consolidar el trabajo ya avanzado. Un fenómeno atípico que traería un aliento de vida a la España vaciada.

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