“Se ha tenido que luchar especialmente frente al absentismo escolar. No conseguían que la gente fuera al colegio”

Este fin de semana se ha estrenado en la 49 edición del Festival de Cine de Huesca Las clases, un documental dirigido por Orencio Boix (Huesca, 1981) que invita a pensar sobre la escuela pública en tiempos de pandemia. La cinta comenzó a grabarse con la vuelta presencial a las clases del pasado mes de septiembre, en uno de los colegios más multiculturales de Zaragoza, el Ramiro Soláns.

¿Por qué otro documental sobre la educación?

No es una iniciativa mía. En realidad, es un encargo de la Fundación Cotec, que se dedica a la innovación en general y tiene una sección dedicada a la innovación educativa. Durante el confinamiento, esta Fundación estaba elaborando un programa de investigación con docentes de toda España y de todo el espectro educativo: escuela pública, concertada, privada, todos los niveles... Es un programa que todavía está activo, se llama “La Escuela es lo primero” y que buscaba dar respuestas a los docentes en tiempo de confinamiento. Entonces, en un momento dado, se piensa que el momento educativo que se está viviendo con la pandemia es realmente excepcional, sin precedentes recientes. Deciden que hay potencial como para contar una historia y dejar testimonio de lo que ha ocurrido. Si nos fijamos, la pandemia se ha analizado, fundamentalmente, en tres dimensiones: la crisis sanitaria, por supuesto; la crisis económica y también se ha hablado bastante de la crisis ecológica, en la que ya estábamos inmersos y sobre la que ahora nos ha dado más tiempo a pensar. Sin embargo, el mundo de la educación no ha estado tan presente como estos otros tres planos. Por eso en Cotec, apostaron por promover un documental inscrito en este momento: ver qué estaba pasando en la educación en tiempos de desescalada. La cinta arranca en septiembre de 2020, en el momento en el que se recupera la escuela de forma presencial. En ese momento, se pone en evidencia, por si alguien todavía no se había dado cuenta, que la pandemia no ha sido igual para todo el mundo, en la educación tampoco. Las brechas sociales, culturales y económicas se ven especialmente reflejadas en colegios donde hay mucha población en riesgo de exclusión o con rentas bajas.

¿Por qué en el colegio Ramiro Soláns?

Es otra de las premisas del encargo, porque una de las personas que colabora con la Fundación Cotec, Alfredo Hernando, que tiene una página web, escuela21.org, sobre escuelas de todo el mundo que se han dedicado, por distintos motivos, a la innovación educativa, no entendida sólo en el sentido tecnológico, no tiene por qué. Es una guía de escuelas de todo el mundo y en España, una de las que le llamó la atención en su día fue el colegio Ramiro Soláns. 

¿Qué tiene de especial este colegio?

Es un colegio público del barrio Oliver, que es un barrio de tradición obrera que, como ha ocurrido en muchas grandes ciudades de Europa, ha acogido a mucha población inmigrante y también mucha población de etnia gitana. El colegio es su reflejo. A principios del siglo XXI, era un colegio con un índice de abandono altísimo: sólo el 7% de los alumnos que iniciaba allí su formación terminaba 6º de Primaria. Cuando entró el equipo directivo nuevo, capitaneado por Rosa Llorente, consiguió revertir la situación en algo más de diez años: ahora acaban Primaria el 80% de los alumnos. El Ramiro Soláns es algo más que un colegio, realmente, es un centro abierto al barrio que trabaja estrechamente con las familias. Este tipo de centros tan abiertos, donde hay mucha porosidad, se han visto especialmente lastrados por la pandemia. Otros colegios más cerrados, en los que las familias no participan tanto, en los que no tienen apenas relación con la comunidad educativa más allá de las tutorías... no lo han notado tanto. El Ramiro Solans tiene muchos proyectos de intervención comunitaria, trabajan con todos los agentes del barrio, tienen el proyecto Hilvana de mujeres gitanas y árabes con su línea de ropa... Hay muchas historias que hacen que sea más que un colegio.

¿Cómo han funcionado este curso en estos colegios que eran antes tan abiertos?

Han hecho lo que han podido. En un primer momento, el hecho de ser filmados en una situación tan excepcional como esta, a algunos docentes les incomodaba un poco porque eran retratados en un colegio que, en realidad, no era el suyo: a veces tenían que tomar medidas que iban en contra incluso de sus propios principios pedagógicos. Lo hacían, porque había que hacerlo, pero retratar ese momento les resultaba incómodo. La implicación por parte de los docentes ha sido excepcional. Lo que he visto ha sido una comunidad que, a parte de sus horas lectivas y de preparar las clases, han intentado contactar con las familias por todos los medios, han desarrollado experiencias de reunir a familias, profesores y alumnos, respetando las medidas sanitarias; han conseguido compartir dentro de la comunidad educativa mediante círculos restaurativos... 

¿Qué son esos círculos restaurativos?

Es una práctica que ya venían haciendo. Con cierta frecuencia, todos los maestros y toda la comunidad educativa se juntaban al aire libre, en círculos, para compartir todo lo que les estaba pasando a raíz de las medidas adoptadas por la pandemia. Es decir, comparten todas las preocupaciones, todas las inquietudes. Han tenido que luchar especialmente -y creo que han tenido éxito- frente al absentismo escolar. Era un problema porque había mucho miedo al contagio, sobre todo, al principio del curso. No conseguían que la gente fuera al colegio, ha sido un trabajo extra que han tenido que hacer. Pero no les ha resultado difícil porque había una confianza previa generada entre el colegio y el barrio.

Además del absentismo, ¿qué más problemas han surgido o se han agravado?

El absentismo ha sido uno de los problemas principales. También, las brechas tecnológicas durante el confinamiento. Muchas veces, son familias muy numerosas, inmigrantes de primera generación, que quizá tienen una sola manera de conectarse a Internet y necesitan tener esos datos disponibles para hablar con Gambia. Entonces, que de repente los esfuerzos educativos se centraran en la tecnología on line, fue una de las grandes dificultades. También desde el colegio la trabajaron mucho, a base de teléfono, de que los docentes llamaran y llamaran, casi con clases personalizadas.

¿Cómo se construye el documental Las clases? 

Está construido con tres bloques. El primero es observacional, que emparentaría con el documental francés Ser y tener, es decir, con plantar una cámara en una clase. No es fácil porque una cámara, con un equipo de sonido, con la pértiga... es un intruso, altera completamente la dinámica de una clase y los niños se despistan con cualquier cosa nueva. El reto ahí era hacerse invisible, pasar muchas horas para ver una clase con total naturalidad y captar realmente su esencia, intentar ver esas cosas realmente extraordinarias que surgen a veces, el aprendizaje. Queríamos reflejar la realidad no sólo dentro de las clases, sino también fuera: en la medida de nuestras posibilidades, queríamos grabar en los domicilios de las familias, porque la educación no sólo es la educación formal, también es lo que le pasa a un niño en el parque con sus amigos.

¿Cuál sería la segunda manera de hacer en el documental?

Hay una parte en la que hemos hecho intervenir a los alumnos. Me apetecía poner en juego las pedagogías de la emancipación, hacer del aprendizaje algo activo por parte del alumno. En este sentido, nos hemos centrado en dos clases: una, de los niños de 3 años y otra, de los alumnos de quinto de Primaria, que han hecho unos textos libres que hemos incorporado como voces en off del documental. También han hecho una serie de reflexiones sobre qué es hacer un documental y como se construye. Además, hay una serie de talleres plásticos coordinados por Isidro Ferrer en los que hablaron de las desigualdades. A través de esos dibujos de los alumnos, se han hecho los títulos de crédito y el cartel de la película.

¿Y la tercera?

Es un híbrido entre las dos, es un aparte más ensayística. Me parece que la filosofía y la educación formal están íntimamente ligadas desde sus inicios. Una de las primeras instituciones educativas formales que hubo en la historia de la humanidad es la academia de Platón. Contacté con un investigador sobre pedagogías, Carlos Magro, y con una filósofa, Marina Garcés. Entonces, les hice pasear por el barrio Oliver y les planteé algunas cuestiones para reflexionar sobre educación, en especial, sobre el papel que juega la educación en la reducción de las desigualdades y cómo es posible que, a pesar de tantos años de escuela pública, por sí sola, no pueda compensar esas desigualdades, cómo de alguna manera la escuela también reproduce las desigualdades, pero cómo serían aún más profundas sin esa escuela pública. A partir de esas premisas, estas personas van paseando y reflexionando por el barrio Oliver y se encuentran con el colegio: en una de esas actividades de quinto, los alumnos prepararon una entrevista para ellos sobre cuestiones relacionadas con la educación. En el colegio Ramiro Soláns hay una radio; la aprovechamos para esa entrevista. Entonces, finalmente, el mundo teórico y el de la praxis cotidiana del colegio se encuentran y establecen un diálogo. Ahí es donde surgen las tensiones más interesantes, a veces completamente imprevistas por la inocencia de las preguntas de los niños y se profundiza sobre el presente y el futuro de la educación.

¿Hay conclusiones en esa conversación final?

No, no es un congreso. Sólo hay un intercambio y un aprendizaje entre unos y otros. Surgen realidades no esperadas. Si hay conclusiones, son en modo de pregunta, porque se cuestionan realidades educativas. Una de las preguntas fundamentales es cómo queremos ser educados. Es entender que la educación no es algo ajeno, es apropiarnos del futuro. Estamos en un momento en el que todas las visiones del futuro son apocalípticas a todos los niveles. Es una visión del futuro con la que está creciendo una generación y que genera impotencia. Si hay alguna conclusión es que tenemos algo que decir sobre lo que queremos que sea el futuro.