Un trozo de Tíbet en el Pirineo: la comunidad budista de Panillo, motor zen de desarrollo en la comarca oscense de la Ribagorza
La España vacía, el fenómeno de despoblación rural así acuñado por el escritor aragonés Sergio del Molino, entró con fuerza en la precampaña electoral para despertar a la clase política de su letargo y llamar a la acción. En Panillo, municipio de 60 habitantes en la comarca oscense de la Ribagorza, una comunidad de monjes budistas es motor de desarrollo. El templo Dag Shang Kagyu, construido hace más de tres décadas entre bosques de pino carrasco y olivos, atrae miles de personas al año interesadas en las diversas actividades impartidas en el centro o movidas por la curiosidad de visitar un trozo de Tíbet en el Pirineo.
En el templo budista es el año lunar 2146, año del Cerdo de Tierra que siembra estabilidad, fertilidad y abundancia. Para los 30 lamas y colaboradores que conforman la comunidad estable de Dag Shang Kagyu también es momento de expansión. “Estamos acometiendo las obras del nuevo albergue poco a poco, conforme van entrando fondos de las donaciones de socios, de la tienda y de la editorial de libros, que es nuestra forma de autofinanciación”, explica la presidenta del centro, Isabel Alcántara, de origen valenciano y una de las vecinas que ha sumado Panillo en los últimos años gracias a la proyección de la comunidad religiosa.
En 100 hectáreas de terreno, dejando atrás el núcleo urbano, se alza solitario el templo budista, blanco y dorado como un castillo de cuento infantil. La entrada principal está coronada por la rueda del dharma, símbolo de sabiduría, custodiada por dos ciervos que hacen alusión al primer sermón de Buda. “Cuando entras en las inmediaciones del templo te encuentras en un lugar no habitual, como transportado de repente a otro mundo”, confiesa el alcalde de Graus, José Antonio Lagüens, quien participa de forma regular en celebraciones organizadas por el templo. Otros visitantes, sin embargo, llegan tan solo para hacerse la foto. “Hemos tenido que llamar la atención a personas que no entienden que este es un lugar de tranquilidad. Nos vimos obligados a colgar carteles de ‘Silencio, por favor’ por el bullicio que se organizaba en momentos clave para nosotros como las enseñanzas”, se lamenta Isabel Alcántara.
Escapar de la multitarea
El estrés, la multitarea y un ritmo de vida acelerado forman parte de la realidad urbanita. Quizá por ello son cada vez más las personas que deciden acercarse al budismo “para conocer la mente y cómo calmarla”, según apunta Alcántara. Para aquellos que quieran profundizar en las prácticas budistas o simplemente desconectar, el templo ofrece actividades de iniciación a la meditación, clases de yoga y disciplinas integradas dentro del taoísmo, como el chi kung, una técnica ligada a la medicina tradicional china que combina respiración, postura corporal y control de la mente.
El creciente interés por las actividades desarrolladas en este centro budista ha obligado a acometer obras de ampliación con la construcción de otras 40 habitaciones, algunas de ellas con facilidades para alojar a personas con capacidades especiales. Una vez finalizado el proyecto, declarado por el consistorio de Panillo como construcción de interés cultural, el centro podrá dar cobijo a unas 150 personas.
“Nuestros picos de afluencia se concentran cuando recibimos a determinados maestros para impartir enseñanzas, en primavera, con las vacaciones de Semana Santa, y en verano”, explica la presidenta del centro. Ejemplo de esta buena acogida fue la llegada en marzo de la maestra lama Etsun Khandro Rimpoché, con una agenda internacional que la trajo desde Londres y Ámsterdam hasta la Ribagorza para congregar a más de 200 practicantes budistas durante un fin de semana. En junio, el centro se prepara para una cita esperada: la de su fundador Kyabche Kalu Rimpoché, quien considera Panillo como su cuartel general en Europa.
De la acogida escéptica a las paellas compartidas
Pero no siempre fue fácil para esta comunidad budista decidida a prosperar en tierras lejanas. “En los primeros años de andadura los vecinos mostraron extrañeza y recelo. Desconocían qué actividades iban a desarrollar en el municipio o cuáles eran sus hábitos y costumbres. Recibieron su llegada con escepticismo, nunca con rechazo”, matiza el alcalde de Graus. Con el tiempo y la convivencia los lamas se han ido integrando en la cotidianeidad de la comarca y las poblaciones aledañas se han beneficiado de su atractivo recibiendo turistas y nuevos residentes. Así, el líder espiritual del centro, el lama Drubgy, mantiene una colaboración muy estrecha tanto con las autoridades de Graus y Panillo, que nunca faltan a la celebración en febrero del año nuevo tibetano, como con los párrocos de ambas localidades. Una complicidad que también les ha llevado a compartir mesa y sobremesa, tal y como desvela el edil grausino: “Con el lama Drugby nos juntamos a veces a reflexionar y a comer paella de verduras, porque ellos son vegetarianos”.
Según cifras del Ayuntamiento de Graus, entre 13.000 y 15.000 personas al año visitan el templo budista. “El lamasterio suscita el interés de mucha gente, no solo de creyentes, sino de personas que buscan traer un poco de paz a sus vidas a través de la meditación, el yoga o el mindfulness”, señala Lagüens.
El silencio, la estepa salpicada de aliagas, pinares y olivos. La belleza del entorno natural de Panillo ha cruzado fronteras generando la afluencia de visitantes de otras comunidades y latitudes, de personalidades de la economía, de la política o del cine, como el actor estadounidense Richard Gere, budista reconocido y defensor de la causa tibetana en todo el mundo. Quizá las palabras del grausino más internacional, Joaquín Costa, llegaron hace más de 30 años a los oídos de los budistas fundadores y determinaron su asentamiento. Él ya lo dejó escrito: “En este laberinto de montañas del Alto Aragón, que hace pensar en un gigantesco florecimiento de la tierra, y en las cuales parece que se respira aún el aliento virginal de la creación, la Naturaleza, más que convidar, obliga al recogimiento”.