Del ruido y el bullicio de la ciudad, a la tranquilidad y sosiego del pueblo. De los grandes almacenes y supermercados, a la plaza y caminos de campo. La diferencia es evidente y así lo ven las personas que sufren el Trastorno del Espectro Autista. Durante el confinamiento se demostró: no es lo mismo estar encerrado en un piso de 70 metros cuadrados en un bloque de viviendas que en una casa de pueblo con dos pisos, corral y huerto. Ana Jordán vive con su hijo Fran en Abiego, a 32 kilómetros de Huesca, en la Sierra de Guara. Y aunque dice que se pega la vida en el coche, “el día a día de un joven con autismo es mucho más fácil en el pueblo”.
El pasado 20 de marzo el ministerio de Sanidad aprobó la normativa que habilitaba “a las personas con discapacidad, alteraciones conductuales, con diagnóstico de espectro autista (…) y un acompañante a circular por las vías de uso público”. Esto marcó un antes y un después para este colectivo, que sostiene que era una “verdadera necesidad y no un capricho”. “En un pueblo puedes andar por cualquier camino sin encontrarte a nadie. Eso le iba súper bien”, afirma Ana. Asegura también que la vida en Abiego, con 237 habitantes, es mucho más sencilla porque “todo el mundo lo conoce y él conoce todo su entorno. Tiene su familia, amigos, vecinos, su plaza donde jugar”.
Fran fue al colegio en el propio pueblo hasta que cumplió los doce años y se trasladó a Monzón, a un centro de educación especial. El cambio fue brusco hasta el momento que supo convivir con esa rutina. “Está el contrapunto de trasladarse en coche a todas las terapias, nos pegamos la vida en el coche. Sin embargo, no noto mal comportamiento cuando nos desplazamos a la ciudad, lo tiene asumido. Eso sí, tengo que estar pendiente de si se nos cruza un coche o un grupo grande de gente. Eso en el pueblo no pasa”, señala la madre.
Cambios en las rutinas
El TEA afecta a cada persona de una forma totalmente diferente. Así, por ejemplo, muchos presentan una discapacidad intelectual asociada mientras que otros tendrán sus capacidades en el rango medio de la población. Este matiz ha condicionado que en unas familias con algún miembro afectado haya vivido la cuarentena de forma más natural y llevadera. Otro caso es el de Alexandra, que vive en Almudévar, a 21 kilómetros de Huesca. Su madre, Isabel Labarta, explica que durante el confinamiento su hija estaba encantada de no poder ir al colegio.
Ahora que ha empezado el curso dice que “las clases son muy tristes este año”. El grado de autismo de Alexandra no es tan alto, tiene algo de independencia aunque no le gusta salir de su casa. “Cuando hay mucha gente no se encuentra a gusto. Por eso en el pueblo está bien con su círculo cercano. Pero a la hora encontrar gente especializada siempre estás más limitada”, indica. “Ahora en el colegio se está agobiando todavía más. Eso de ir un día sí y otro no le ha descolocado. Si para nosotros es complicado imagínate para ellos”, señala Isabel.
“La vida en el pueblo es más sencilla, calmada y sin estrés”
“Lleva la mascarilla, pero cuando puede la baja, no le gusta. Para mantener la distancia hay que estar apartándolo todo el rato de la gente. Le he explicado lo del virus pero le preocupa poco. Tengo que estar al 100% pendiente”, explica Ana Jordán. No obstante, afirma que la Asociación Autismo Huesca le ayuda mucho. “Llegué perdida y me sirve muchísimo para compartir experiencias con otros padres y ver que no estoy sola. Ahí aprendo de los demás”, destaca. Asimismo, Isabel Labarta indica que el apoyo psicológico brindado les viene muy bien.
“Hay determinadas cosas que igual no las veo. La valoración de la Asociación es muy buena porque me ayudó a encontrar un profesor que se adapte a estos niños. Que los entienda y les sepa explicar es muy complicado”, insiste. Santiago Arnillas, presidente de la Asociación Autismo Huesca lo tiene claro: “La vida en el pueblo es más sencilla, calmada y sin estrés. Les marca y son más tranquilos. Estando en familia y el buen ambiente hace que repercuta en su estado de ánimo”.