Sociólogo, cofundador y director de ECODES, Víctor Viñuales (Zaragoza) apuesta por aprovechar las dolorosas lecciones que nos está dejando la crisis sanitaria del coronavirus para enfrentarnos a otra crisis que no ya estábamos sufriendo y que no ha desaparecido: el cambio climático.
¿Ha supuesto el confinamiento de estas últimas semanas un beneficio claro para nuestro medio ambiente?
En todo el mundo y, desde el luego, en los lugares más emblemáticos, como China o las ciudades más habitadas, ha habido un descenso de la contaminación. Por ejemplo, en nuestro país, en las semanas álgidas se ha reducido un 70% el consumo de combustibles fósiles para coches, un 80% el de combustibles fósiles para la aviación... En China, incluso se ha estimado que esa reducción de la contaminación equivalía a salvar la vida de 1.400 niños menores de 5 años y a más de 50.000 personas mayores de 70. Como ocurre muchas veces en la vida humana, algo negativo en un aspecto puede ser positivo para otro y viceversa. En ese sentido, la reducción de la contaminación no sólo ha sido buena desde el punto de vista de las emisiones de gases de efecto invernadero o cambio climático, sino también, paradójicamente, para salvar vidas que se dañan habitualmente por la contaminación atmosférica.
Con todo, el cambio climático, evidentemente, sigue ahí...
Claro, se están solapando tres pandemias a la vez: la sanitaria, la económica y la ambiental, que no ha dejado de existir. El cambio climático está ahí y no ha desaparecido porque durante unos días se hayan reducido las emisiones. Uno de los problemas que le da al cambio climático una gravedad enorme es que, frente al coronavirus, donde nuestro comportamiento tiene una respuesta positiva o negativa muy rápida -nos confinamos y a los quince días se reducen los contagios; el cambio no desaparece con que hagamos un esfuerzo quince días. ¿Por qué? Porque hay una inercia térmica acumulada en la atmósfera, en los océanos... En ese sentido sí deberíamos aprovechar que más de 3.000 millones de seres humanos confinados nos hemos puesto en “modo emergencia”, con grandes cambios de comportamiento. Esa energía, esa convicción del “modo emergencia” tendríamos que emplearlo también para combatir el cambio climático. En esta crisis estamos viviendo una austeridad impuesta, porque el gobierno ha decidido que hay cosas esenciales, que están abiertas, y cosas que no son tan esenciales. Tendríamos que aprovechar estos días y semanas de confinamiento para pensar que a lo mejor podemos vivir con menos cosas y mejores relaciones. Eso va a beneficiar al planeta y, seguramente, también nos puede ir bien para nuestra propia felicidad interna.
¿Algunas medidas impuestas por la crisis sanitaria deberían mantenerse, pensando en su beneficio medioambiental?
Algo impresionante que ha pasado y quizá no somos capaces de valorar todavía es que, por primera vez en muchas décadas, se ha sacrificado la economía al servicio de la salud. Eso era algo inaudito hasta ahora; vivíamos con la idea de que el dinero es lo único verdadero y que al altar de la economía había que sacrificarlo todo. De hecho, se ha estado sacrificando todo: hemos creado una contaminación increíble en las ciudades sacrificando la salud de nuestros niños y ancianos en favor de la economía. Eso ha sido muy relevante, muy importante: que, por una vez, en todo el mundo se ha sacrificado la economía en aras de la salud. Esa adaptación de la economía a la salud nos puede marcar un camino en relación con el cambio climático, donde también hay una fusión total entre la salud de la población y la salud del planeta. De hecho, el coronavirus viene de los animales salvajes. Esa naturaleza simplificada que hemos construido a nuestra imagen y semejanza en las últimas décadas, por ejemplo, con un peso de los animales domésticos 20 veces superior al de los mamíferos salvajes de todo el mundo; no nos protege suficientemente. La biodiversidad de la biosfera es mucho más resiliente para nosotros que la naturaleza simplificada que estamos construyendo. De la misma manera, un país o una ciudad más económicamente diversa y no dependiente sólo de tal o cual aspecto económico es mucho más resiliente. Las zonas más dependientes del turismo, como Canarias y Baleares, lógicamente, van a atravesar una situación extremadamente complicada. Hay cierto paralelismo entre la crisis del coronavirus y el cambio climático: en ambos casos, los científicos alertaron y en ambos casos los políticos desoyeron estas llamadas de atención. En el caso extremo, los representantes eximios de este negacionismo climático, Trump y Bolsonaro, también inicialmente han negado las evidencias científicas con relación al coronavirus -Bolsonaro todavía.
¿Conservar el medio natural puede ayudar también a frenar crisis sanitarias futuras similares a esta?
Parece que los científicos así lo plantean. Hemos reducido la complejidad de la biosfera a una naturaleza menos diversa. Si antes había miles de especies de distintas variedades de manzanas, ahora tenemos sólo quince o veinte. Todo lo hemos simplificado en aras de la economía. Un planeta sano, una biosfera sana crea un ecosistema mucho más propicio para la salud humana. Y lo contrario: es muy difícil estar sano con aguas contaminadas, por ejemplo. Algo que sí se ha probado en estudios en el Norte de Italia y en Estados Unidos es que la letalidad del virus ha sido mayor en los barrios donde había mayor contaminación. Al principio, nos hablaban de las patologías previas, pero es que, si vives en un barrio contaminado, tu salud está peor. Y, por tanto, un patógeno, como el coronavirus, te va a dañar más. Deberíamos sacar lecciones porque la crisis del coronavirus tiene que durar lo menos posible, pero sus lecciones deberíamos aprovecharlas lo máximo posible. Y algunas son muy dolorosas.
¿Le preocupa que, por el contrario, la emergencia climática pase a un segundo plano en esos planes de reactivación económica que empiezan a diseñarse?
Nos preocupa muchísimo porque ahora, de alguna forma, pensando en clave económica, estamos en la mitad de un túnel. En vez de a salir por la salida, que sería lo razonable, hacia el futuro; la tendencia es volver y salir del túnel por la puerta de entrada. En ese sentido, desde nuestro punto de vista, no se trata de reconstruir la vieja economía quebradiza, precaria, amenazada y frágil, sino de avanzar hacia una economía más resiliente, más robusta, con empleos más resilientes. ¿Qué sentido tendría ahora, por ejemplo, volver a reabrir las centrales de carbón? Sería un despropósito, porque sería abrirlas hoy para volver a cerrarlas pasado mañana. Los trabajadores no se merecen este regate corto de poner en marcha esos empleos para volver a suprimirlos después. Tenemos que aprovechar este enorme tropezón para salir por el lado más adecuado del túnel. Y hay otra razón mucho más profunda. Todos los organismos internacionales, la Unión Europa, todos los países tienen claro que salir de este bache económico significa la creación de estímulos económicos enormes. En la Unión Europea hablan de 1’6 billones, en Estados Unidos ya están en 3 ó 4 billones. Eso significa un aumento enorme de la deuda pública y también que la van a tener que pagar nuestros hijos. Sería una tremenda injusticia que esas inversiones que tienen que pagar nuestros hijos fueran inversiones que dañaran su futuro. Al menos, lo que se merecen es que, si lo van a tener que pagar, que sea beneficioso para ellos, que les construyamos un futuro mejor. Por ejemplo, que desaparezca la contaminación de las ciudades o promover la eficiencia energética en las viviendas para que consuman menos y nuestros hijos que tengan que pagar menos por una electricidad que sea renovable. Es decir, que al menos haya inversiones positivas para su futuro. Pero, efectivamente, es muy preocupante que estamos en una situación muy complicada en que hay tendencias, que la fuerza de la inercia es enorme y que está también la fuerza de los intereses creados. Hay gente que tienen intereses en que las cosas no cambien en esa dirección, sino en aprovechar para volver hacia atrás.