Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Ciudadanos, bisagra ocasional
Hace apenas tres meses, el Partido Popular metía aún más en su órbita a Ciudadanos mediante un pacto por el que irían juntos a las elecciones vascas, se harían poca o ninguna competencia en las gallegas y se preparaban para colaborar estrechamente también en las catalanas, cuando se produjeran. Ciudadanos parecía renunciar de modo definitivo a su papel de bisagra capaz de pactar a uno y otro lado del espectro político. Parecía resignarse de modo definitivo a ocupar el rincón de la derecha al que le había llevado Albert Rivera en sus últimos años de liderazgo y a ser, después de la debacle electoral del pasado noviembre (de 57 a 10 diputados), poco más que un satélite del PP. Entre los dirigentes críticos de Ciudadanos, había incluso quien veía cercana una fusión entre los dos partidos mediante la absorción del pequeño por el grande, y a Inés; Arrimadas entregando armas y bagajes a Pablo Casado garantizándose ella un lugar preeminente en la formación resultante.
Pero eso fue hace tres meses, en tiempos de la vieja normalidad previa a la crisis sanitaria, económica, social y política desatada por el coronavirus. Hace menos de una semana, y contra todo pronóstico, Ciudadanos se alejaba de manera tajante del PP y apoyaba con sus ahí valiosos 10 diputados al Gobierno de Pedro Sánchez en la prórroga del estado de alarma contra la pandemia, con lo que le daba un balón de oxígeno al presidente del Gobierno y un notable desplante al del Partido Popular.
En la política no son abundantes, pero tampoco escasos, estos cambios súbitos de guion. Por lo general se trata de cambios coyunturales, no estructurales. Se suelen deber más a la táctica a corto plazo que a la estrategia a medio o largo plazo. Pero el de Arrimadas de la semana pasada ha levantado una cierta expectación en el mundo de la política y el de los medios de comunicación y en parte de la opinión pública. ¿Coyuntural o estructural? Pese a que la propia Arrimadas vino a decir que se trataba de lo primero, en sus filas y en las del PP hay quien ve indicios de otra cosa: un nuevo viraje del partido, ahora hacia las posiciones moderadas y de centro anteriores a la deriva derechista a la que le condujo Albert Rivera, especialmente acentuada tras la moción de censura que acabó con Mariano Rajoy, o al menos un mensaje al PP de que podría darlo.
Hay incluso en ambas formaciones quienes consideran que el desencuentro entre el partido de Arrimadas y el de Casado podría afectar a la estabilidad de los ejecutivos autonómicos donde ambos partidos son socios de Gobierno: Andalucía, Murcia, Castilla y León y Comunidad de Madrid. Especialmente a la de este último, donde la gestión de la pandemia ha enfrentado y alejado a la presidenta Isabel Díaz Ayuso (PP) y al vicepresidente Ignacio Aguado (Ciudadanos). En el PSOE y en el Gobierno son más escépticos. “Serán formas de mandarse avisos entre ellos”, dice un dirigente socialista sobre la pugna Ayuso-Aguado. “Creo que nunca darán ese paso”, comenta un alto cargo de Moncloa sobre una hipotética ruptura por Ciudadanos de sus acuerdos autonómicos con el PP.
En la dirección del PSOE sí ven en Ciudadanos señales de nuevos tiempos en la relación entre los dos partidos. Con su apoyo a la prórroga del estado de alarma, Arrimadas ha acabado de un plumazo con el 'a Sánchez y al sanchismo ni agua' de su antecesor en el liderazgo del partido naranja. Ahora los socialistas esperan más apoyos, si quiera sean circunstanciales. Por ejemplo, en nuevas prórrogas del estado de alarma o en otras medidas que haya que tomar por la pandemia o en la comisión parlamentaria de la reconstrucción. ¿Y en la negociación de los Presupuestos Generales del Estado? “Es muy pronto, Veremos más adelante”, comentan en Moncloa.
Probablemente lo más relevante del movimiento de Ciudadanos la semana pasada no fue el respiro que le dio al Gobierno. Fue el mensaje que Arrimadas envió a su organización y al conjunto de la sociedad de que pretende dejar de ser un partido vicario y satélite del PP y convertirse en bisagra, al menos ocasional.
Hace apenas tres meses, el Partido Popular metía aún más en su órbita a Ciudadanos mediante un pacto por el que irían juntos a las elecciones vascas, se harían poca o ninguna competencia en las gallegas y se preparaban para colaborar estrechamente también en las catalanas, cuando se produjeran. Ciudadanos parecía renunciar de modo definitivo a su papel de bisagra capaz de pactar a uno y otro lado del espectro político. Parecía resignarse de modo definitivo a ocupar el rincón de la derecha al que le había llevado Albert Rivera en sus últimos años de liderazgo y a ser, después de la debacle electoral del pasado noviembre (de 57 a 10 diputados), poco más que un satélite del PP. Entre los dirigentes críticos de Ciudadanos, había incluso quien veía cercana una fusión entre los dos partidos mediante la absorción del pequeño por el grande, y a Inés; Arrimadas entregando armas y bagajes a Pablo Casado garantizándose ella un lugar preeminente en la formación resultante.
Pero eso fue hace tres meses, en tiempos de la vieja normalidad previa a la crisis sanitaria, económica, social y política desatada por el coronavirus. Hace menos de una semana, y contra todo pronóstico, Ciudadanos se alejaba de manera tajante del PP y apoyaba con sus ahí valiosos 10 diputados al Gobierno de Pedro Sánchez en la prórroga del estado de alarma contra la pandemia, con lo que le daba un balón de oxígeno al presidente del Gobierno y un notable desplante al del Partido Popular.