Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
La economía y los pulsos internos lastran al Gobierno
Remodelado hace poco más de cien días, el nuevo gobierno de Pedro Sánchez ha llegado a tan significativa edad –la que se suele tomar como referencia para la crítica acerada de propios y de extraños– en un delicado momento. Cuando lo remodeló, Sánchez calculaba que el otoño le traería a su Ejecutivo muchas nuevas venturosas. Entre ellas, la salida definitiva de la pandemia, una vigorosa recuperación económica y un clima político menos crispado, tanto con la oposición como dentro del Gobierno de coalición, con el socio minoritario. La pandemia sí parece casi totalmente vencida: casi el 79% de la población está vacunada con la dosis completa y, lo que es más importante, se esta volviendo a una cierta normalidad prepandémica en casi todo: la actividad económica, el trabajo, la enseñanza, el comercio, los viajes, la vida social... Las otras dos cuestiones, el clima económico y el clima político, no mejoran sino que incluso llevan camino de empeorar.
Algunos organismos internacionales, entre ellos el FMI, ya habían revisado días atrás a la baja sus previsiones sobre la evolución de la economía española. Ahora es el Banco de España quien anuncia, este lunes, que en diciembre reducirá su previsión de crecimiento de nuestra economía tanto para este año como para 2022. Al banco y a su gobernador, Pablo Hernández de Cos, no les quedaba otra, especialmente después de que hace un mes un organismo público, el Instituto Nacional de Estadística (INE), corrigiera a la baja no una previsión sino una realidad del inmediato pasado: nuestra economía no creció en el segundo trimestre de este año un 2,8%, como inicialmente había dicho el propio INE, sino sólo un 1,1%. Nubarrones laterales como la irrefrenable alza de los precios de la luz, con lo que supone tanto para la economía doméstica como para muchos sectores industriales y de servicios, y como el IPC al 4% en septiembre, la tasa más alta en 13 años, añaden más incertidumbre a nuestra economía. El tren de la recuperación económica, al que fiaba el Gobierno buena parte de su recuperación reputacional y electoral, ni acaba de arrancar ni parece que cuando lo haga lo hará con la fuerza que se esperaba. ¿Y los fondos europeos? Se les espera, pero aún no están, o al menos no están aquí lo suficiente como para notarse.
Los cien días del nuevo Gobierno dan además para algún balance. El que ha hecho el CIS en su último Barómetro, el de septiembre, tiene algunos datos preocupantes para el Ejecutivo: a los nuevos ministros les está costando arrancar, al menos en términos de visibilidad. Al más conocido, Félix Bolaños, que en realidad está haciendo tareas de vicepresidente, pues ha heredado muchas de las de Carmen Calvo, incluidas las de coordinación del Ejecutivo, sólo le conocen el 43,4% de los encuestados del CIS. Al resto de los nuevos, muchísimo menos. A Isabel Rodríguez, la portavoz, el 23,1%. A Pilar Alegría, la ministra de Educación, el 20,8%. A José Manuel Albares, el de Exteriores, el 18,3%. A Pilar Llop, la de Justicia, el 15,4%. A Raquel Sánchez, la de Transportes, el 12,2%. A Diana Morant, la de Ciencia, sólo el 9,2%. Sólo han pasado tres meses y medio desde la toma de posesión, cierto, pero los nuevos ministros -y los veteranos- deberían pensar que no tienen garantías de que la legislatura agote los dos años teóricos que le queda. Especialmente, después de los últimos encontronazos dentro de la coalición.
Han pasado casi siete meses desde la salida de Pablo Iglesias del Gobierno. En los primeros, las relaciones entre los socios mejoraron. Las de Pedro Sánchez con Yolanda Díaz, nueva titular de la Vicepresidencia Segunda y del liderazgo del socio minoritario, también. Las discrepancias en temas de fondo se discutían a puerta cerrada... Con la ley de vivienda y con la subida del Salario Mínimo Interprofesional, las puertas se entreabrieron y comenzó a saberse de nuevo del estrépito del lío interno. La reforma laboral es ahora el nuevo campo de batalla. Los pulsos entre las vicepresidentas Calviño y Díaz, primera y segunda, respectivamente, son constantes. El embrollo en torno al diputado Alberto Rodríguez, de Unidas Podemos, al que la presidenta del Congreso, la socialista Meritxell Batet, ha retirado el escaño tras una controvertida sentencia e interpretación del Tribunal Supremo, ha empeorado la relación interna de la coalición.
Las dos partes del Gobierno están interesadas en lograr un armisticio temporal, aprobar los Presupuestos y darse al menos un año de gestión impulsada por los fondos europeos para afrontar fuertes el próximo ciclo elector. Pero también están interesadas en ir marcando perfil propio. Especialmente la minoría que lidera Díaz, volcada estas semanas en unificar a toda la izquierda del PSOE para evitar en lo posible en las próximas elecciones el voto improductivo -por disperso- en las pequeñas y medianas circunscripciones.
Las dos partes creen que habrá acuerdo y tregua. Pero también probablemente creía que los tendría el primer ministro de Portugal, el socialista Antonio Costa, y este lunes se ha quedado sin apoyos suficientes para sacar adelante sus Presupuestos y se ve abocado a elecciones anticipadas. A Costa lo frecuentó mucho en su día Pedro Sánchez, cuando se iniciaba en sus intentos de formar un Gobierno de izquierdas. Quizás ahora lo tenga que frecuentar de nuevo para preguntarle qué tendría que haber hecho el portugués estos días atrás para no quedarse sin socios, por pequeños que fueran.
Remodelado hace poco más de cien días, el nuevo gobierno de Pedro Sánchez ha llegado a tan significativa edad –la que se suele tomar como referencia para la crítica acerada de propios y de extraños– en un delicado momento. Cuando lo remodeló, Sánchez calculaba que el otoño le traería a su Ejecutivo muchas nuevas venturosas. Entre ellas, la salida definitiva de la pandemia, una vigorosa recuperación económica y un clima político menos crispado, tanto con la oposición como dentro del Gobierno de coalición, con el socio minoritario. La pandemia sí parece casi totalmente vencida: casi el 79% de la población está vacunada con la dosis completa y, lo que es más importante, se esta volviendo a una cierta normalidad prepandémica en casi todo: la actividad económica, el trabajo, la enseñanza, el comercio, los viajes, la vida social... Las otras dos cuestiones, el clima económico y el clima político, no mejoran sino que incluso llevan camino de empeorar.
Algunos organismos internacionales, entre ellos el FMI, ya habían revisado días atrás a la baja sus previsiones sobre la evolución de la economía española. Ahora es el Banco de España quien anuncia, este lunes, que en diciembre reducirá su previsión de crecimiento de nuestra economía tanto para este año como para 2022. Al banco y a su gobernador, Pablo Hernández de Cos, no les quedaba otra, especialmente después de que hace un mes un organismo público, el Instituto Nacional de Estadística (INE), corrigiera a la baja no una previsión sino una realidad del inmediato pasado: nuestra economía no creció en el segundo trimestre de este año un 2,8%, como inicialmente había dicho el propio INE, sino sólo un 1,1%. Nubarrones laterales como la irrefrenable alza de los precios de la luz, con lo que supone tanto para la economía doméstica como para muchos sectores industriales y de servicios, y como el IPC al 4% en septiembre, la tasa más alta en 13 años, añaden más incertidumbre a nuestra economía. El tren de la recuperación económica, al que fiaba el Gobierno buena parte de su recuperación reputacional y electoral, ni acaba de arrancar ni parece que cuando lo haga lo hará con la fuerza que se esperaba. ¿Y los fondos europeos? Se les espera, pero aún no están, o al menos no están aquí lo suficiente como para notarse.