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Navidades como si no hubiera vacuna

14 de diciembre de 2020 22:25 h

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Las primeras vacunas contra la COVID-19, según ha contado este lunes el ministro de Sanidad, Salvador Illa, llegarán a España el 4 o el 5 de enero próximo, en apenas tres semanas, y se empezarán a administrar a la población de inmediato. La noticia, como varias otras recientes sobre vacunas, aquí y en resto del mundo, es buena, excelente, pero puede resultar mala. Excelente porque ahora sí se ve más cerca la salida del negro túnel en el que toda la población del planeta nos metimos inopinadamente hace un año. Mala, porque la inminencia de la solución médica puede provocar durante las fiestas navideñas una relajación en la sociedad, en el cumplimiento de las normas de seguridad y protección contra el coronavirus, que convierta enero no en el mes del comienzo del retroceso de la enfermedad sino en el de la tercera ola de su expansión, y una tercera ola aún peor para nosotros que la terrible segunda ola de la que aún estamos saliendo.

Hay que salvar la campaña de verano, decían en junio algunos dirigentes políticos y muchos directivos económicos. Hay que salvar el puente del Pilar, añadían después. Hay que salvar el puente de los Santos. Hay que salvar el fin de semana del Black Friday. Hay que salvar el puente la Constitución... Tras tanto “hay que salvar” sin que después viniera un “el mayor número de vidas posible”, la relajación en la aplicación de normas de menor movilidad y roce social por parte de algunas instituciones públicas y de muchos ciudadanos cebaron la segunda ola, con algunos picos de contagios tan alarmantes como en la primera y cifras de fallecimientos que algunos días se acercaron bastante a los horrorosos de abril pasado. El “hay que salvar la campaña navideña” de algunos en estos días es irresponsable. Poco hemos aprendido. Es una temeridad reflejar ya en nuestros hábitos cotidianos, por adelantado, los efectos beneficiosos de la vacuna; darnos por protegidos a mitad de diciembre con el regalo de Reyes de la inmunización que empezará a administrarse en enero. La vacuna no va a producir una especie de milagro general que despeje totalmente la pandemia y para todos en enero mismo. “La inmunidad que produce se genera un tiempo después de ser vacunado de la segunda dosis. Durante todo ese tiempo estamos expuestos. Podemos tener la enfermedad incluso con la vacuna recientemente puesta”, advertía este lunes Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. María Jesús Lamas, directora de la Agencia Española del Medicamento, era también rotunda este domingo en una entrevista en elDiario.es: “Tenemos que pasar las Navidades como si no fuera a haber vacuna después”. ¿Habremos tomado nota?  

La responsabilidad de la altura de la segunda ola, que subió mucho, fue casi toda nuestra, de administradores y de administrados. La responsabilidad de la tercera ola, si viene, lo será al completo. No podremos decir ni unos ni otros que no habíamos sido avisados. La curva descendente de las últimas semanas de noviembre y primeros días de diciembre fue mérito colectivo por la reacción a las alarmas de hace cinco o seis semanas, cuando muchísimos territorios sobrepasaban con creces los 500 contagios nuevos en 14 días por 100.000 habitantes, y algunos los 1.000 contagios. El repunte de estas últimas fechas, confirmado este lunes, es muy preocupante. A 10 días de la primera tanda de fiestas mayores (Nochebuena/Navidad) y menos de 20 de la segunda (Nochevieja / Año Nuevo / Reyes), si ese repunte se consolida como tendencia inequívoca, las administraciones deberían tomar medidas más duras sin esperar a que los administrados nos las autorrecetemos. Es cierto que con el “salvar la Navidad” no hablamos solo de comercio, hostelería y sector turístico, sino también, y para muchos sobre todo, de visitar y reunirnos con los familiares más directos. Pero también lo es que para muchos, especialmente para los más mayores, que son población de riesgo, no hay mejor regalo de Papá Noel o de Reyes que no llevarles el virus.

Alemania acaba de poner en marcha medidas durísimas para las fiestas navideñas. A partir de este miércoles, cierre de comercios no esenciales y de colegios hasta al menos el 10 de enero; y las reuniones de Navidad, limitadas a cinco personas -sin contar niños de hasta 14 años- que residan en dos domicilios. La canciller Angela Merkel ya había advertido la semana pasada a sus conciudadanos de lo que vendría si los datos seguían siendo malos. “Hay demasiado contacto”, dijo al comentar una tradición navideña muy alemana: los mercadillos de Navidad en los que se vende comida. “Lo siento de verdad, pero si esto significa pagar un precio diario de 590 muertos, desde mi punto de vista, no es algo aceptable”. Reino Unido, este mismo lunes, otro tanto: vuelve al nivel máximo de confinamiento, obligando a bares, restaurantes y pubs a cerrar de nuevo.

Si esta semana la nueva mala tendencia de los datos en España se confirma, el Gobierno central y los gobiernos autonómicos deberían revisar sus normativas para la Navidad, y endurecerlas. Quizás no se salven las fiestas navideñas, pero se salvarán muchas vidas.

Las primeras vacunas contra la COVID-19, según ha contado este lunes el ministro de Sanidad, Salvador Illa, llegarán a España el 4 o el 5 de enero próximo, en apenas tres semanas, y se empezarán a administrar a la población de inmediato. La noticia, como varias otras recientes sobre vacunas, aquí y en resto del mundo, es buena, excelente, pero puede resultar mala. Excelente porque ahora sí se ve más cerca la salida del negro túnel en el que toda la población del planeta nos metimos inopinadamente hace un año. Mala, porque la inminencia de la solución médica puede provocar durante las fiestas navideñas una relajación en la sociedad, en el cumplimiento de las normas de seguridad y protección contra el coronavirus, que convierta enero no en el mes del comienzo del retroceso de la enfermedad sino en el de la tercera ola de su expansión, y una tercera ola aún peor para nosotros que la terrible segunda ola de la que aún estamos saliendo.

Hay que salvar la campaña de verano, decían en junio algunos dirigentes políticos y muchos directivos económicos. Hay que salvar el puente del Pilar, añadían después. Hay que salvar el puente de los Santos. Hay que salvar el fin de semana del Black Friday. Hay que salvar el puente la Constitución... Tras tanto “hay que salvar” sin que después viniera un “el mayor número de vidas posible”, la relajación en la aplicación de normas de menor movilidad y roce social por parte de algunas instituciones públicas y de muchos ciudadanos cebaron la segunda ola, con algunos picos de contagios tan alarmantes como en la primera y cifras de fallecimientos que algunos días se acercaron bastante a los horrorosos de abril pasado. El “hay que salvar la campaña navideña” de algunos en estos días es irresponsable. Poco hemos aprendido. Es una temeridad reflejar ya en nuestros hábitos cotidianos, por adelantado, los efectos beneficiosos de la vacuna; darnos por protegidos a mitad de diciembre con el regalo de Reyes de la inmunización que empezará a administrarse en enero. La vacuna no va a producir una especie de milagro general que despeje totalmente la pandemia y para todos en enero mismo. “La inmunidad que produce se genera un tiempo después de ser vacunado de la segunda dosis. Durante todo ese tiempo estamos expuestos. Podemos tener la enfermedad incluso con la vacuna recientemente puesta”, advertía este lunes Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. María Jesús Lamas, directora de la Agencia Española del Medicamento, era también rotunda este domingo en una entrevista en elDiario.es: “Tenemos que pasar las Navidades como si no fuera a haber vacuna después”. ¿Habremos tomado nota?