Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Un país en Blue Monday, Week, January...
Hace 17 años, en enero de 2004, la compañía británica de viajes Sky Travel experimentó tal desplome en sus reservas que acudió a una agencia de comunicación, Porter Novelli, en busca de alguna idea que la sacara del atolladero. La solución que recibieron aún trae cola: lanzar en enero siguiente una novedosa campaña publicitaria que consistía en considerar el tercer lunes de enero el día más triste del año –porque hace mal tiempo, porque hemos incumplido todas nuestras promesas de año nuevo, porque empiezan a llegarnos las facturas de las compras navideñas...–, llamarle al asunto Blue Monday y ponerle remedio... regalándose un viaje.
Este 18 de enero, tercer lunes del año, se ha ganado todo el derecho a ser considerado un auténtico Blue Monday colectivo. O Lunes Negro, como se ha traducido aquí la idea de marqueting de 2004. Madrid y parte de la zona centro de la península aún sufren las consecuencias del paso de la tormenta de nieve y hielo Filomena y de su deficiente gestión por parte de algunas administraciones públicas, la polarización del debate público alcanza niveles escandalosos de irresponsabilidad, la tercera ola de la pandemia de COVID nos pone ante “un muro vertical de contagios” (en expresión reciente de la presidenta riojana, Concha Andreu), la campaña de vacunación acumula retrasos, las administraciones se descoordinan del todo en sus estrategias contra el coronavirus... En fin: quienes hace nada creían que 2021 nos haría olvidar pronto el infausto 2020 quizás ya se estén temiendo no un Blue Monday, sino una Blue Week, un Blue January –¿un Blue First Quarter?, ¿un Blue Year?–, tal es el reto que afrontamos en un clima colectivo de pesimismo.
Los expertos meteorológicos alertaron de la llegada de Filomena desde finales de diciembre, y de la magnitud inmensa e infrecuente del fenómeno desde primeros de año, pero nuestros administradores no fueron capaces de reaccionar con la celeridad y contundencia suficientes como para paliar sus consecuencias. Los expertos epidemiológicos advirtieron hace dos meses de que si nos relajábamos en las medidas anti COVID, por el Black Friday, por las luces navideñas, por el puente de la Constitución, por las compras navideñas, por las celebraciones familiares de Nochebuena, Nochevieja y Reyes y por la llegada de las primeras vacunas, cebaríamos una gravísima tercera ola de la pandemia. Y así ha sido, la hemos cebado. Los expertos epidemiológicos llevan al menos una semana pidiendo medidas inmediatas y contundentes que reduzcan radicalmente la movilidad si no queremos que la tercera ola sea más devastadora que la primera y la segunda juntas, pero nuestros administradores siguen enredados en quién tiene competencias para qué cosas, en el debate semántico sobre a qué hora empieza la noche para implantar el toque de queda, en el “y tú más”... ¡Y el muro vertical de contagios alzándose ante nuestros ojos en las dimensiones terribles que se han visto este lunes triste!
Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, algunos hombres políticos parecen ser la única especie animal que puede tropezar tres, cuatro y hasta 15 veces en el mismo escollo. En la primavera pasada, a la salida del confinamiento, empezamos a hablar demasiado pronto no de salvar vidas sino de “salvar la campaña turística del verano”. Luego de “salvar el puente del Pilar”, más tarde de “salvar el puente de los Santos”, de “salvar el Black Friday y el puente de la Constitución”, de “salvar la campaña navideña”... De salvar la economía en general sin aprender en cada paso y caso que no hay mejor economía que la salud y que no hay mejor manera de salvar el futuro que salvando la salud pública del presente.
Si las medidas duras o durísimas no se toman ya y si la campaña de vacunación no acelera pronto, en pocas semanas probablemente haya alguien que, sin pedir disculpas por sus anteriores peticiones de salvamento, empiece a pedir que se salve la Semana Santa.
Hace 17 años, en enero de 2004, la compañía británica de viajes Sky Travel experimentó tal desplome en sus reservas que acudió a una agencia de comunicación, Porter Novelli, en busca de alguna idea que la sacara del atolladero. La solución que recibieron aún trae cola: lanzar en enero siguiente una novedosa campaña publicitaria que consistía en considerar el tercer lunes de enero el día más triste del año –porque hace mal tiempo, porque hemos incumplido todas nuestras promesas de año nuevo, porque empiezan a llegarnos las facturas de las compras navideñas...–, llamarle al asunto Blue Monday y ponerle remedio... regalándose un viaje.
Este 18 de enero, tercer lunes del año, se ha ganado todo el derecho a ser considerado un auténtico Blue Monday colectivo. O Lunes Negro, como se ha traducido aquí la idea de marqueting de 2004. Madrid y parte de la zona centro de la península aún sufren las consecuencias del paso de la tormenta de nieve y hielo Filomena y de su deficiente gestión por parte de algunas administraciones públicas, la polarización del debate público alcanza niveles escandalosos de irresponsabilidad, la tercera ola de la pandemia de COVID nos pone ante “un muro vertical de contagios” (en expresión reciente de la presidenta riojana, Concha Andreu), la campaña de vacunación acumula retrasos, las administraciones se descoordinan del todo en sus estrategias contra el coronavirus... En fin: quienes hace nada creían que 2021 nos haría olvidar pronto el infausto 2020 quizás ya se estén temiendo no un Blue Monday, sino una Blue Week, un Blue January –¿un Blue First Quarter?, ¿un Blue Year?–, tal es el reto que afrontamos en un clima colectivo de pesimismo.