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El quinto seísmo en tres años abre una nueva etapa política

Que el voto de los ciudadanos está volátil nos lo vienen diciendo los sociólogos, los politólogos y los expertos demoscópicos desde hace años, especialmente desde 2014, cuando la emersión de Podemos aquella primavera y el despliegue de Ciudadanos por toda España aquel otoño arrojaron las primeras señales contundentes del final del bipartidismo. Que también iban a convertirse en volátiles la posición, el posicionamiento, las alianzas, la estrategia y la relación con el poder de cada uno de los cuatro grandes partidos es algo que nos ha pillado a todos un poco más por sorpresa. 

Este es un nuevo tiempo, llevamos ya tres años de grandes conmociones, de seísmos que producen cambios profundos en el mapa político. Los cuatro anteriores fueron consecuencia de unas elecciones, de los votos ciudadanos. El último, el quinto y más reciente, es efecto de una sentencia judicial y de una votación de los diputados del Congreso.  

Conviene repasar a grandes rasgos lo que ocurrió en cada uno de ellos, pues se sucedieron tan rápidos que de no hacerlo es fácil perderse.  

El primer seísmo del nuevo tiempo se produjo en las autonómicas y municipales de hace tres años. El PP, que gobernaba en 10 de las 13 comunidades que celebraban comicios, perdía el poder en 6 de ellas (Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha, Extremadura, Aragón, Baleares y Cantabria) y lo conservaba sólo en 4 (Madrid, Castilla y León, Murcia y La Rioja), y cedía también las alcaldías de la mayor ciudad española (Madrid), de la tercera (Valencia), de la cuarta (Sevilla), de la octava (Palma de Mallorca), de la novena (Las Palmas), de la undécima (Alicante), de la duodécima (Córdoba), de la decimotercera (Valladolid)... Entre las 142 más pobladas, pasaba de gobernar 85 a quedarse con sólo 39. Un cataclismo, pese al cual Mariano Rajoy proclamaba ganador a su partido. Muy diferentes eran los balances del resto de grandes formaciones. El PSOE se hacía con cinco de los seis gobiernos autónomos que perdía el PP (todos salvo Cantabria), pasaba de ejercer el poder en 9 capitales de provincia a hacerlo en 17, y entre las 142 ciudades más pobladas casi duplicaba al PP, al gobernar en 68. El primerizo Podemos, sin competir con su marca, lograba gobernar en 3 de las 5 ciudades mas pobladas: Madrid, Barcelona y Zaragoza. El también primerizo Ciudadanos, con resultados aún modestos, lograba ser llave de gobierno en algunas comunidades y en bastantes ayuntamientos. 

Las elecciones generales de diciembre de 2015 supusieron un nuevo seísmo, una nueva sacudida al mapa. El PP perdía muchos votos (3,6 millones menos que en las anteriores generales, al pasar de 10,8 a 7,2 millones) y muchos escaños (de 186 a 123, cedió uno de cada tres). El PSOE se pegaba también un notable batacazo: de 7 a 5,5 millones de votos; de 110 a 90 escaños. A los dos nuevos partidos les fue mucho mejor: Podemos, fundado menos de dos años atrás, casi alcanzaba al PSOE, pues sumaba con sus convergencias 5,2 millones de votos y se hacía con 69 escaños en el Congreso. Ciudadanos acarreaba 3,5 millones de votos y 40 escaños. Rajoy renunciaba al intento de lograr la investidura, Pedro Sánchez fracasaba en el suyo, solo apoyado por Ciudadanos.  

El terremoto de las elecciones de junio de 2016 parecía menor en las grandes cifras, pero iba a ser determinante a medio plazo pues acabó dándole de nuevo el poder a Rajoy y provocando la implosión interna en el PSOE. El PP remontaba hasta los 7,9 millones de votos y los 134 diputados. El PSOE caía levemente, a 5,4 millones de votos y 85 escaños, pero lograba evitar el sorpasso de Podemos. Este, pese a que concurría aliado a IU, se quedaba estancado en datos similares a las urnas anteriores. Ciudadanos caía tanto en votos (3,1 millones) como en escaños (32). 

El penúltimo seísmo fue hace menos de medio año, y en unas autonómicas, las catalanas, que causaron impacto en todo el mapa estatal. Entre las formaciones independentistas, las listas de Carles Puigdemont se imponían contra todo pronóstico a las de ERC, y el conjunto de ellas, sumada la CUP, mantenían la mayoría suficiente como para recobrar el Govern que habían perdido con la aplicación del artículo 155 de la Constitución y como para seguir hablando -por ahora no legislando- de mantener su ruta hacia la independencia. Entre los partidos no independentistas, las cosas cambiaban mucho más: Ciudadanos era el ganador absoluto de los comicios, el PP se hundía hasta casi la irrelevancia, el PSC apenas se recuperaba, Catalunya en Comú-Podem retrocedía bastante.

El nuevo terremoto es también novedoso por la forma en que se ha producido. De improviso, sin que casi nadie lo viera venir. Y no por unos comicios, sino por una sentencia y por la falta de reflejos de los dos grandes partidos de la derecha, PP y Ciudadanos, y por la capacidad de reacción de los dos de la izquierda, sobre todo el PSOE. Una sentencia, la de la Audiencia Nacional sobre la primera época de la trama Gürtel, que relataba en sus hechos probados cosas muy graves sobre el PP. Entre ellas, que durante décadas existió una “baja B del partido, una estructura financiera y contable paralela a la oficial” y, sobre todo, que “entre el Grupo Correa y el Partido Popular [no algunos miembros del partido, como repiten una y otra vez sus dirigentes, sino el partido en sí mismo] se creó un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional a través de mecanismos de manipulación de la contratación pública central, autonómica y local”. Fin de la cita. Por si fuera poco, la sentencia ponía en duda la credibilidad de Rajoy, que había comparecido como testigo en el juicio.

La reacción del PP, de Rajoy y de su Gobierno fue apenas inmutarse; y la de Ciudadanos y su líder, Albert Rivera, autoemplazarse a tres semanas después para pensárselo. Un error de libro. Ahí perdieron la partida. La reacción del PSOE de Pedro Sánchez, presentar en menos de 24 horas desde la sentencia una moción de censura y, apenas una semana después, ganarla con holgura, llegar a Moncloa y formar un Gobierno que ha sorprendido por lo general para bien y que parece dispuesto a quedarse todo lo que queda de legislatura, dos años. 

¿Golpe de suerte? Puede. ¿Improvisación? No tanta. Pedro Sánchez venía pensando en una situación así, en aprovechar lo que él llamaba “una emergencia nacional”, desde hace meses. Curiosamente, pocos días antes de la sentencia de Gürtel había cierta preocupación en el PSOE por la poca visibilidad de su líder y por algunas encuestas que ya le daban tercero al partido o incluso cuarto, y se especulaba con cambios en la organización en otoño, con la disculpa -para no admitir la crisis interna- de la presentación de candidaturas municipales y autonómicas. Pero esto es la política. Todo puede cambiar de pronto. Algunos de los dirigentes que podrían haber resultado afectados en esos cambios -para mal- se sientan hoy en el Consejo de Ministros. 

Todos los seísmos anteriores alteraron mucho o bastante el mapa político. El seísmo de mayo de 2018 ha generado un mapa si no totalmente nuevo sí al menos lleno de novedades. Por primera vez triunfa una moción de censura. Por primera vez el partido que gobierna no tiene el grupo parlamentario más numeroso. Por primera vez las presidencias del Congreso y del Senado están en manos del primer partido de la oposición. Por primera vez a las fuerzas políticas no les va a quedar más remedio que dialogar, negociar, transar. 

El impacto del seísmo de mayo sacude a todas las formaciones 

Tras 14 años de liderazgo de Rajoy -los tres últimos, poco exitosos, como se ve arriba-, el PP abre una etapa nueva en la que tendrá que afrontar muchas tareas. La primera, asimilar la derrota y la pérdida del poder, que aún no lo ha hecho: hay dirigentes que no han entendido nada y siguen llamando “ilegítimos” a la Presidencia y al Gobierno de Sánchez, que han salido de la aplicación estricta de un mecanismo constitucional, en lugar de preguntarse si no son más bien ilegítimos los escaños logrados con el dopaje de la caja B. Hacer oposición sin dejar de ser un partido de Estado ni caer en populismos. Saber disputarle el partido interno por el voto de derecha y centroderecha a Ciudadanos. Preparar a toda prisa las autonómicas y municipales de 2019, que a día de hoy, descabezado en muchas plazas relevantes, se le presentan muy duras. Elegir a un nuevo líder -y evitar para ello el juego sucio- y a unos nuevos dirigentes que estén a salvo de cualquier incertidumbre judicial por corrupción o de cualquier otro tipo de escándalo. Refundarse, en definitiva. 

Ciudadanos tendrá que recuperarse de la explosión de la burbuja de las encuestas. Tendrá que cambiar de estrategia en el día a día, pues yo no es el apoyo y al tiempo la amenaza del Gobierno, sino la oposición pequeña (32 diputados) a la oposición grande (134). Tendrá que confirmar en las municipales y autonómicas de dentro de un año que se hace con las llaves de muchos gobiernos. Tendrá que reflexionar sobre si, con el nuevo mapa, tiene que hacer un nuevo viraje del rumbo, tras el que le llevó hace poco más de un año de la socialdemocracia al liberalismo para tratar de heredar al PP por sustitución desde dentro, camino que ahora parece cerrado.

Podemos, sus aliados estatales y sus confluencias tendrán que ver cómo protegen su flanco derecho de un PSOE que está ya en el poder, cómo ejercen al tiempo de sostén del Gobierno y de oposición de izquierdas, cómo mantienen en la primavera de 2019 las grandes plazas municipales que consiguieron en 2015. 

El PSOE tendrá que administrar bien sus fuerzas limitadas y dispersas (en Gobierno, en el partido, en los grupos parlamentarios de Congreso y Senado), tendrá que aprender a tener cintura y negociar como nunca lo ha hecho, tendrá que demostrar en Cataluña que consigue algo más que Rajoy, tendrá que afrontar con buenos programas y buenos candidatos las autonómicas y municipales de 2019, en las que se juega también la estabilidad del Ejecutivo central y parte de las bazas de las siguientes generales. 

Las primeras encuestas tras el último seísmo apuntan que el PSOE sube mucho, el PP se recompone un poco y Ciudadanos y Podemos caen respecto a los anteriores sondeos. Harían bien todos en no prestarles excesiva atención. No hay elecciones a la vista, y estamos ya en una nueva etapa política. El río fluye. Todo cambia, y muy deprisa. Todo es volátil.

Que el voto de los ciudadanos está volátil nos lo vienen diciendo los sociólogos, los politólogos y los expertos demoscópicos desde hace años, especialmente desde 2014, cuando la emersión de Podemos aquella primavera y el despliegue de Ciudadanos por toda España aquel otoño arrojaron las primeras señales contundentes del final del bipartidismo. Que también iban a convertirse en volátiles la posición, el posicionamiento, las alianzas, la estrategia y la relación con el poder de cada uno de los cuatro grandes partidos es algo que nos ha pillado a todos un poco más por sorpresa. 

Este es un nuevo tiempo, llevamos ya tres años de grandes conmociones, de seísmos que producen cambios profundos en el mapa político. Los cuatro anteriores fueron consecuencia de unas elecciones, de los votos ciudadanos. El último, el quinto y más reciente, es efecto de una sentencia judicial y de una votación de los diputados del Congreso.