Arsenio Escolar es periodista y escritor. Con sus 'Crónicas lingüísticas del poder' –información, análisis y opinión de primera mano–, entrará semanalmente en elDiario.es en los detalles del poder político, económico, social... y de sus protagonistas. Con especial atención al lenguaje y al léxico de la política.
Yudoca octavo dan Pedro Sánchez
Hace no muchos años, una persona que lo conocía y trataba desde sus primeros pasos de concejal del Ayuntamiento de Madrid presentaba al entonces diputado raso Pedro Sánchez Pérez-Castejón a una tercera persona que lo conocía poco. La reunión, a petición del propio Sánchez, que quería contarles a ambos sus planes políticos, tenía lugar en un restaurante cercano al Congreso. A los postres, el diputado Sánchez hubo de ausentarse porque tenía en el hemiciclo una votación, y los otros dos comensales se quedaron a solas con los cafés.
-Un peso pluma, ¿no?
Golpe a golpe, combate a combate, victoria a victoria y sobre todo derrota a derrota, Sánchez ha ido escalando categorías en el pugilismo. Ligero, wélter, semipesado... Si fuera un boxeador, este domingo, 28 de abril, probablemente haya llegado con las elecciones generales a la categoría de los pesos pesados.
Hace no muchos años, casi nadie veía en aquel diputado raso que había entrado en la Cámara de rebote a un futuro líder varias veces caído y resucitado del partido más longevo de la política española, tan longevo que esta semana cumple 140 años. No solo casi nadie lo vio venir, sino que muchos de los que le han dado por muerto repetidas veces -los últimos, hace apenas dos días- son hoy ilustres cadáveres políticos por obra suya, algunos de ellos zombis, muertos vivientes que aún no saben que son lo primero.
Más que un boxeador o que ese exjugador de baloncesto que dice su biografía oficial, Sánchez Pérez-Castejón quizás sea en realidad un yudoca especializado en la técnica Chikara-No-Oyo, que proclama que no hay nada tan eficaz para derrotar a un rival en teoría más fuerte como aprovecharse de su propia fuerza para tumbarlo: si empuja, cediendo y tirando de él; si tira, cediendo y empujándolo.
Tanto como sus propios aciertos y errores y probablemente más que sus pocos o sus muchos méritos, a Pedro Sánchez lo han madurado y mantenido vivo en política -junto a su tenacidad, su perseverancia, su alta autoestima y su baraka- las derrotas y los severos golpes que le han propinado sus adversarios, internos y externos. Sin los desplantes de José Luis Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba y Eduardo Madina; sin las traiciones de Felipe González; sin las intrigas contra él de Susana Díaz; sin los menosprecios de Pablo Iglesias (“¿Qué es lo mejor de Sánchez?”, le preguntó este cronista a Iglesias en una entrevista. “Que es un hombre muy guapo”, contestó el líder de Podemos con cierta sorna, entre chanzas de las personas que lo acompañaban); sin los furibundos ataques por celos de Albert Rivera, que aún se está preguntando cómo diablos le birló el queso de la Presidencia del Gobierno hace diez meses; sin los insultos desaforados de Pablo Casado de estas últimas semanas, sin las descomunales críticas de Santiago Abascal, sin los menosprecios de algunos líderes independentistas catalanes... Pedro Sánchez quizás no hubiera pasado nunca de peso pluma. Se crece en el castigo. Se viene arriba con las derrotas. Más que 'Manual de resistencia', su reciente libro se debería haber titulado 'Manual de resistencia, resiliencia y supervivencia'.
Además de en resistente, resiliente y superviviente, los muchos golpes y las bastantes traiciones lo han convertido con los años en una mezcla de prudente, receloso y desconfiado. Algunos de sus rivales internos derrotados añaden un adjetivo más: vengativo. Quizás sean esas desconfianzas recientes lo que le lleva a cambiar tanto de colaboradores cercanos. No sería extraño que ahora, en su nuevo mandato como presidente del Gobierno, prescinda o aleje de nuevo a algunos de sus más cercanos y se rodee de algunos nombres inesperados. Ya hizo una y otra cosa hace ahora diez meses, cuando llegó a Moncloa. Nadie en su entorno, ni siquiera sus más allegados, sabe cuál es la fórmula que aplica. No ha sido posible parametrizarla o preverla. Este lunes, con las urnas aún calientes, ya han empezado a circular los primeros nombres. De idas y vueltas. De suben y bajan.
Lo primero que se aprende en el yudo es a caer. Sánchez en eso tiene un largo aprendizaje. Su carrera política ha sido una continua montaña rusa de anhelos y frustraciones, de no lograr al primer intento lo que pretendía y conseguirlo a la segunda cuando nadie ya se lo esperaba. Fue concejal del Ayuntamiento de Madrid a la segunda, en 2004, tras intentarlo sin éxito en las elecciones de un año antes. Y entró de diputado dos veces -en 2009 y en 2013- también a la segunda, tras haberse quedado sin escaño en las elecciones de 2008 y de 2011. Fue investido presidente también a la segunda, en 2018, tras fracasar en 2016. Fue secretario general del PSOE a la primera, en 2014 y, decapitado por parte de los suyos en 2016, volvió a ser elegido en 2017 aún con más fuerza.
Presidente casi por accidente, para sorpresa de casi todos, tras la moción de censura de la primavera pasada, ahora volverá a serlo gracias al mejor resultado electoral del PSOE en más de una década, y casi duplicando en votos y en escaños al segundo partido. Si realmente es yudoca, ya debe de andar por el octavo dan.
Hace no muchos años, una persona que lo conocía y trataba desde sus primeros pasos de concejal del Ayuntamiento de Madrid presentaba al entonces diputado raso Pedro Sánchez Pérez-Castejón a una tercera persona que lo conocía poco. La reunión, a petición del propio Sánchez, que quería contarles a ambos sus planes políticos, tenía lugar en un restaurante cercano al Congreso. A los postres, el diputado Sánchez hubo de ausentarse porque tenía en el hemiciclo una votación, y los otros dos comensales se quedaron a solas con los cafés.
-Un peso pluma, ¿no?