Activistas climáticos denunciados en Asturias: “Vivimos las consecuencias desde la certeza de luchar por algo justo”

Pilar Campo

Oviedo —
23 de agosto de 2024 22:15 h

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Cinco jóvenes activistas climáticos del movimiento Rebelión o Extinción se encadenaron en una de las entradas a la empresa de ArcelorMittal en Veriña (Gijón) el pasado 18 de mayo. Con su acción de protesta querían trasladar a la ciudadanía la importancia de cuidar el medioambiente y exigir que el Gobierno central dejara de subvencionar a empresas contaminantes para facilitar su descarbonización y cubrir las multas por exceso de emisiones.

Durante las dos horas que el acceso a la siderúrgica permaneció cortado impidieron el paso de los camiones, lo que derivó en sendas denuncias de la empresa de subcontrata de transporte y de la Policía. Los cinco activistas se enfrentan ahora a una petición de condena individual de tres años de cárcel y una multa de hasta 30.000 euros por los delitos de coacciones y desórdenes públicos.

Ellos sostienen que el equilibrio de los ecosistemas está colapsando y están convencidos de que si no actúan rápido, “de forma estratégica y colectiva, el futuro se volverá cada vez más impredecible y hostil”.

Sus motivos para protestar

Los investigados son dos profesores, una psicóloga, un filósofo y un político. El pasado mes de julio prestaron declaración como investigados ante el Juzgado de Instrucción número 2 de Gijón. A su salida, Gabriel Menéndez, uno de los activistas denunciados, ratificó que su acción de protesta era “legítima” y el único propósito que les había movido era denunciar la “complicidad” de las administraciones que entregan dinero público a empresas que contaminan.

Eldiario.es Asturias ha reunido los testimonios de algunos de estos activistas denunciados, así como de otros integrantes del movimiento Rebelión o Extinción donde argumentan las razones que les llevaron a protagonizar este tipo de acciones y los objetivos de sus movilizaciones a favor de la concienciación sobre la crisis climática.

Ariadna es una de las activistas denunciadas. Tiene 31 años y es psicóloga. Pertenece a este movimiento que se define como “internacional y políticamente no partidista, descentralizado, que utiliza la acción directa no violenta y la desobediencia civil para persuadir a los gobiernos de que actúen con justicia en la Emergencia climática y ecológica”.

Ella misma explica en qué consistió su acción de protesta a la entrada de la factoría de Veriña: “El 18 de mayo desplegamos una acción desde la plataforma europea ”Unidas por la Justicia Climática (UJC)“, en la que más de 30 agrupaciones climáticas, a través de diferentes acciones pacíficas, pedimos que se haga caso a las recomendaciones de los científicos y se deje de dar ayudas a la industria del petróleo, gas y carbón”.

Las ganancias multimillonarias de las empresas contaminantes podrían asumir los costes de sus excesos, que incumplen la ley, y aprovechar el dinero público que se les está otorgando para hacer la transición a energías más limpias de una manera eficaz

Los cinco activistas denunciaban los millones de euros de dinero público, que calculan que ascienden a mil al año por cada contribuyente europeo, que se destinan a empresas contaminantes para facilitar su descarbonización y las multas por exceso de emisiones.

“Esto son diez veces más de lo que se invierte en reducir o adaptarnos al cambio climático. Creo que las ganancias multimillonarias de estas empresas podrían asumir los costes de sus excesos, que incumplen la ley, y aprovechar el dinero público que se les está otorgando para hacer la transición a energías más limpias de una manera eficaz”, asegura.

Ariadna argumenta los motivos que, en su caso, le han llevado a encadenarse en plena vía pública: “Estoy realmente asustada por la situación climática actual y por el caso omiso que las instituciones hacen a los científicos para afrontarla. Me cuesta entender —afirma— que, con toda la evidencia científica y la propia experiencia de las consecuencias del cambio climático, no se esté tomando como una prioridad”.

“Por esta razón -continúa- me parece lógico y justo la realización de acciones desde la ciudadanía reclamando la transparencia y la puesta en acción de soluciones por parte de los causantes; mi sentido de responsabilidad social me obliga a informarme y actuar”.

“El Panel Científico Internacional del Cambio Climático (IPCC), un órgano de gran rigor científico auspiciado por la ONU, ya ha anunciado que el equilibrio de los ecosistemas está colapsando. Si no actuamos rápido, de forma estratégica y colectiva, el futuro se volverá cada vez más impredecible y hostil”, sostiene. Está convencida de que hay muchos ejemplos en los que nos podemos inspirar y de los que aprender para cambiar el rumbo de lo que podría ser, en su opinión, una gran catástrofe.

Una cascada de efectos “impredecibles”

“Erradicar las emisiones de CO2 es especialmente urgente ya que calentar el clima por encima de los 1,5° de seguridad, desencadena una cascada de efectos impredecibles al activar varios de los famosos puntos de no retorno. Esto significa simplemente que estamos perdiendo el control, lo conocido, lo predecible, el equilibrio que sustenta la vida tal y como la conocemos”, añade.

Aunque podría dar la sensación de que sus palabras suenan a desesperanza, advierte que es todo lo contrario y ese espíritu luchador por cambiar el mundo es el que le motiva a actuar. Dice que su deseo es que la ciudadanía esté bien informada sobre las causas y efectos de la crisis global y que eso les aporte la motivación suficiente para ponerse a soñar un mundo en el que quisieran vivir en el futuro, así como valentía y creatividad para ponerse en acción junto a otras personas.

“Lo importante no es conseguirlo, sino tomar las decisiones en el día a día que vayan al servicio de ese mundo que quieres y queremos, sin idealismos, pero con coherencia. Afortunadamente -comenta- mucha gente se está uniendo para analizar la situación y encontrar soluciones respecto a problemas como la energía, la alimentación o la vivienda”.

Ariadna advierte sobre la importancia de que la gente se implique para solucionar los problemas de su localidad, pero considera que al ser un problema global las soluciones también han de ser globales.

“No es suficiente con cambiar hábitos a nivel individual, sino que hay que exigir cambios a mayor escala por parte de los gobiernos”, afirma.

Los dos caminos posibles

En función de cómo actúen los gobiernos, ella vislumbra solo dos caminos posibles: “El primero, seguir igual, priorizando el crecimiento económico infinito e ignorando los límites del planeta. Seguiremos consumiendo cada vez más recursos para cubrir más necesidades, robándoselos a las generaciones futuras: más agua de los acuíferos para más regadío intensivo, más tierra fértil para más alimentos que se terminan tirando, más combustibles fósiles para fabricar más materiales de vida corta. Y también, más plagas, más catástrofes naturales y más pandemias globales. Las decisiones serán tomadas, como hasta ahora, por multinacionales y por personas con algún poder político y muchos intereses económicos. El segundo camino que veo es un cambio en las prioridades actuales a favor de la justicia social y el decrecimiento”, expone.

Ariadna estima que en este paradigma se priorizará tanto el equilibrio de los ecosistemas como el bienestar de la humanidad. Es decir, se reducirá la producción y consumo desproporcionado de la actualidad, pero se aumentará la actividad en sectores como la sanidad o la investigación científica. Todo ello, tanto por el bien del planeta como para mejorar la vida humana.

“Esta transición se podrá hacer desde las asambleas ciudadanas, que son una estrategia democrática con muy buenos resultados para que personas de diferentes ideologías y lugares de la sociedad dialoguen y apliquen soluciones para ir desarrollando resiliencias frente al cambio climático. Es necesario abandonar las estrategias a corto plazo para buscar soluciones que se mantengan a largo plazo”, opina. 

Como conclusión, se acuerda de una frase que le decía su madre: “Lentejas por las buenas o lentejas por las malas”. Una expresión que, trasladada al tema climático, supone que “debemos aceptar que vivimos en un planeta con recursos limitados y que sí o sí decreceremos. Debemos repensar todos los frentes para lograr que se cubran las necesidades básicas al mismo tiempo que se recuperan los ecosistemas y se frena el calentamiento global”.

“Toca decir adiós a un sistema de crecimiento infinito que nos va a llevar a una recesión abrupta y traumática y dar la bienvenida a un decrecimiento que, más nos vale, sea planificado y, a poder ser, con la menor brecha social posible. Hay mucha ciencia y muchos tratados buenísimos para lograr una sociedad descarbonizada y para recuperar los ecosistemas. Debemos sentarnos a dialogar de los problemas ambientales, reflexionar sobre las posibles alternativas al sistema actual y actuar en los tres niveles: individual, colectivo y estatal”, señala. 

Nuestra acción de encadenarnos tuvo el objetivo de llamar la atención. Elegimos el día y el lugar que menos daño ocasionaba a los trabajadores. Y aunque en esta acción estuve encadenada, la mayor cadena la siento ahora al experimentar las consecuencias que impone la ley en actos tan sencillos y pacíficos como estos

No obstante, Ariadna es consciente de que viviendo en un capitalismo global, este sistema no puede desaparecer sin que se creen otras alternativas de sustento menos abusivas con la vida.

“Nuestra acción de encadenarnos tuvo el objetivo de llamar la atención. Elegimos el día y el lugar que menos daño ocasionaba a los trabajadores. Y aunque en esta acción estuve encadenada, la mayor cadena la siento ahora al experimentar las consecuencias que impone la ley en actos tan sencillos y pacíficos como estos”, resume.

María y la angustia por la crisis climática

A sus 28 años, María (nombre elegido para no ser identificada) es una activista de Rebelión o Extinción que entró a participar en el movimiento en 2019. Cuando era una adolescente, mientras se desenvolvía la crisis económica de 2008, empezó a interesarse más por la política.

En aquella época, empezó a interesarse más por la política a través de las demandas y el espíritu del 15-M y como adulta ha pasado y aún pasa por las preocupaciones y desesperanzas vinculadas a la búsqueda de empleo y vivienda dignos y estables. En su caso, además de estas ansiedades que, según apostilla, son “endémicas en su generación”, la crisis climática ha sido para ella otra angustia profunda, pero la describe de esta manera: “Es como más existencial, menos inmediata, pero más profunda”.

La crisis climática y ecosocial es la mayor crisis que jamás ha afrontado nuestra especie, por el simple hecho de que puede acabar con el futuro que necesitamos para resolver todas las demás

Admite que no se hace a la idea de que podamos tolerar que esta crisis climática nos arrastre a lo que denomina como “un colapso civilizatorio global”.

“Las antiguas civilizaciones creían haber existido desde siempre y ser para siempre, y tenían algo de razón: más siglos separan a las pirámides de Cleopatra que a Cleopatra de nosotras. Dudo -prosigue- que hoy ninguna persona informada crea que el actual modelo de civilización pueda continuar otros 2.000 años. Ni siquiera 200. Si la inacción climática continúa durante todo este siglo, solo pensar en las próximas décadas produce congoja... al menos si deseamos que la humanidad sea un proyecto común de sociedades mínimamente pacíficas, inclusivas y prósperas, y no sólo la simple existencia de cierto número de seres humanos”.

“Los más ricos y sociópatas, en la cúspide de nuestra pirámide social, consecuentes con esta realidad, anuncian proyectos de evasión a otros planetas, a islas privadas autosuficientes o a realidades virtuales, donde escapar de la catástrofe que han contribuido más que nadie a crear, dejándonos atrás a todas las demás a agonizar en un planeta enfermo”, añade.

¿Qué razones le llevaron a unirse a Rebelión o Extinción? “No puedo tolerar este pronóstico. Quiero ser parte de la solución, no de la inacción, ni del problema”. Bajo su criterio, la crisis climática y ecosocial es la mayor crisis que jamás ha afrontado nuestra especie, “por el simple hecho de que puede acabar con el futuro que necesitamos para resolver todas las demás”, asevera.

María manifiesta que esta no es solo una rebelión por nuestra supervivencia, sino por los miles de millones de personas vulnerables sobre todo en el sur global y especialmente mujeres “nacidas o por nacer”, matiza. Y amplía su opinión: “Las personas que más sufren y sufrirán esta crisis son las que menos han contribuido a crearla. Esta es probablemente la mayor injusticia de la historia”, recalca.

Las asambleas ciudadanas

Además, corrobora que la rebelión contra la crisis climática no excluye ni pospone a las demás luchas sociales, porque su solución no se limita a garantizar un futuro viable: también es la mayor oportunidad que tenemos para resolver el resto de injusticias que, según dice, degradan nuestras vidas.

“Nuestros problemas más inmediatos como son el empleo y la vivienda dignas y los más existenciales como la crisis climática, el militarismo o la disrupción tecnológica tienen una solución que es transicionar hacia un modelo económico decrecentista cuya planificación se decida a través de asambleas ciudadanas”, destaca.

Ya existen ejemplos de este tipo de espacios, si bien con decisiones no vinculantes, en países como Francia y Noruega. Esta activista climática recalca que estas experiencias han demostrado que cuando se toman decisiones en grupos pequeños basadas en los consensos científicos, las personas se ponen de acuerdo, pese a las diferencias ideológicas que se les presupone, en implementar medidas decrecentistas que, lejos de lo que mucha gente cree, no suponen ninguna involución hacia la pobreza. “De hecho, son iniciativas que necesitamos desesperadamente para vivir mucho mejor”, relata.

María considera que es cuestión de concienciación. Cree que si todos empleásemos nuestros recursos, tiempo e inteligencia de una manera más responsable, podríamos realizar progresos sociales tales como la reducción del tiempo de trabajo y su justo reparto, garantizar el acceso universal a la alimentación, la vivienda, la sanidad y la educación, con la paz social que todo ello reporta. Disfrutar de alimentos, agua y aire limpios y saludables, de la certidumbre hacia el futuro... y la seguridad de que muchas generaciones venideras podrán disfrutar de estos derechos.

“Es esta convicción mía de que el sentido común está de nuestra parte la que me motiva a comprometerme con lo que, en realidad, no es más que un deber cívico fundamental: hacer todo lo posible, dentro de la no violencia, por evitar el colapso climático y ecológico, intentando conseguir el mayor impacto político posible en favor de políticas decrecentistas basadas en democracia radical”, argumenta.

Mantiene que el Estado reprime la desobediencia civil no violenta, pero está convencida de que con ello no consigue detener la propagación de su mensaje, sino que, bajo su prisma, provoca el efecto contrario.

Su testimonio es un ejemplo de que sus compañeros y compañeras activistas que han sido denunciados por la acción de protesta que realizaron el pasado mes de mayo no están solos. Ella misma lo expresa con sus propias palabras: “Me gustaría mandar mi admiración y solidaridad con todas las personas que dan su esfuerzo por objetivos coincidentes con los míos. Especialmente con quienes han sufrido y sufren represión por defender los derechos humanos de las personas de hoy y de las que están por venir. Y a las que sufren esa lógica ansiedad al ver el camino que está tomando nuestro mundo, las animo de corazón a sumarse a esta rebelión. No están solas, ni está todo perdido. La lucha es el único camino”, resalta. 

Aida y el compromiso con las futuras generaciones

Aida tiene 23 años. Es maestra y estudiante de máster con jóvenes y menores en riesgo social. Es una de las activistas denunciadas por la acción de protesta del pasado mes de mayo.

Relata que hace meses que como maestra de Educación Infantil no ve otra salida para las generaciones venideras que pasar a la acción y llamar a la movilización social a través de protestas pacíficas que dejen entrever las carencias del sistema.

“Nuestro presente está marcado por una crisis climática sin precedentes que lleva décadas amenazando a la humanidad ante la inacción de las instituciones y la insaciable codicia de unos pocos, quienes siguen llenándose los bolsillos año tras año mientras aumentan las emisiones y las injusticias, manchando de enfermedad y precariedad a la ciudadanía”, opina.

Vivo las consecuencias de la acción de protesta pacífica desde la certeza de estar luchando por una causa justa y necesaria. Y aunque no puedo negar que el miedo irrumpe algunas noches, intento buscar siempre una salida alternativa que me saque de las garras del sistema con la esperanza como faro

Aida siente que todos tenemos la obligación moral de caminar juntos hacia regímenes más justos e igualitarios, así como de reparar las heridas que el ser humano y en especial el uno por ciento de la población más rica, lleva décadas ocasionando al planeta.

“Aunque pueda sonar utópico, me mueve el deseo interno de generar un cambio hacia otra realidad. Una realidad donde no se intente acallar la voz de quienes actúan en favor del bien común, generando miedo a través de condenas infundadas respaldadas en leyes que coartan nuestros derechos y libertades”, afirma.

En primera persona describe cuál es su sensación actual una vez que ha sido denunciada por participar junto a sus compañeros y compañeras en la protesta en los accesos a la empresa siderúrgica.

“Hoy vivo las consecuencias de la acción de protesta pacífica realizada el día 18 de mayo en las inmediaciones de ArcelorMittal en Gijón desde la certeza de estar luchando por una causa justa y necesaria. Y aunque no puedo negar que el miedo irrumpe algunas noches en mis sueños como un fantasma que te susurra al oído negros futuros, intento buscar siempre una salida alternativa que me saque de las garras del sistema con la esperanza como faro”. 

Eldiario.es publicó un reportaje el 20 de noviembre de 2023 donde recogía las impresiones y sensaciones de otros activistas climáticos desde prisión. Mike Lynch-White, licenciado en Física Teórica y cofundador de Scientist Rebellion, el ingeniero Morgan Trowland, y el músico Marcus Deckerre reconocen que asumieron el riesgo de ir a la cárcel, pero no tenían ni idea de que sería tan largo.

Al igual que en el caso de los activistas asturianos, ellos muestran el alto grado de concienciación social que les ha llevado a realizar este tipo de acciones que, en algunos casos, acaban en condena y en ingreso en prisión.

Son las otras 'cadenas' que asumen porque son activistas climáticos que están convencidos de que “hay que actuar rápido” porque el equilibrio de los ecosistemas “está colapsando”.