Barbara Brix: “Ahora ya me atrevo a decir que mi padre fue un ejecutor nazi pero aún choca con la imagen que yo guardo”
Dedicó su vida profesional a la enseñanza de Historia y se jubiló en 2006. Entonces descubrió que el hombre culto y cariñoso que ella recordaba había formado parte de los escuadrones de la muerte
Nació en plena Segunda Guerra Mundial, en 1941. En Breslavia, Polonia. Hasta los seis años no tiene recuerdos de su padre. Tres años antes, su madre huyó con ella, sus hermanos pequeños y sus abuelos ante el avance del ejército soviético. Ya en el oeste de Alemania se reencuentra con su progenitor, que había resultado herido en el frente, en Normandía. Le habían amputado las piernas y se movía en silla de ruedas.
Nos lo cuenta desde el campo de concentración de Neuengamme, en Hamburgo, donde asiste al memorial que la organización Amical ha organizado para rendir homenaje a los deportados que perdieron aquí la vida. “Fue una experiencia rara para mí. No le conocía. Y yo, como hija, también le resultaba totalmente desconocida. Necesitábamos tiempo para acercarnos y conocernos”, recuerda.
Para restablecer ese vínculo padre-hija, ¿verdad?
Sí, exacto. Con el tiempo logramos hacerlo y después, durante mi niñez y mi juventud se convirtió para mí en la persona más importante de mi familia. Fue muy buen médico y nos formó a los tres hijos. Moralmente, políticamente y culturalmente, Nos contaba muchos cuentos. Si ahora soy lo que soy, con mi pasión por la historia y los idiomas, es gracias a la formación que recibí de él. Yo continué mis estudios después, como profesora de francés y de historia y de español también. Una carrera normal, pero siempre con el foco en el nacionalsocialismo. No podía explicarlo en aquel momento pero llegué a obsesionarme con el tema.
¿Nunca le preguntó a su padre?
Mi padre falleció en 1980, y sólo en el 68, al calor del “Mayo francés”, con la rebelión de la juventud, le pregunté. Tuvimos discusiones bastante tensas. Mi hermana y yo, que estábamos estudiando, volvíamos a casa y le decíamos: ¿Dónde estuviste? ¿qué sabías?
Buscaban respuestas
Claro. Con todo lo que estaba saliendo poco a poco sobre los crímenes de nazismo, las necesitábamos. Como en España, en Alemania también hubo una etapa de silencio. Más de 20 años en nuestro caso. Sobre los crímenes y los campos de exterminio no se sabía mucho. Estábamos descubriendo entonces esa parte de nuestra historia. A mi padre le preguntábamos de manera muy agresiva y él, en ocasiones, mostraba cierta tristeza y rechazo.
¿Y qué les contestaba?
Pues respondía con evasivas. A veces nos decía: “vosotras no tenéis derecho a hacer ninguna de esas preguntas y menos de esta forma”. Recuerdo que mi madre siempre temía que mi padre sufriera un ataque de corazón en aquel ambiente tan agresivo. Nos decían que no sabíamos nada del ambiente de aquellos años. Y por lo tanto, no nos ofrecían ninguna respuesta, nada preciso que nos ayudase a entender lo que había ocurrido y su papel durante el nazismo. Al final, dejamos caer el tema precisamente porque no obteníamos resultados.
Recuerdo que mi madre siempre temía que mi padre sufriera un ataque de corazón en aquel ambiente tan agresivo. Nos decían que no sabíamos nada del ambiente de aquellos años. Y por lo tanto, no nos ofrecían ninguna respuesta
Por lo tanto, ¿Cuánto tiempo pasa hasta que usted descubre la verdad?
Hasta la muerte de mi padre mantuvimos conversaciones sobre asuntos diferentes, pero nada sobre la guerra. Tras su fallecimiento sentí la necesidad de trabajar con mis alumnos en proyectos diferentes pero siempre sobre el mismo tema. Escribí un libro sobre un profesor judío de mi instituto, hicimos muchos proyectos sobre campos anexos al de Neuengamme. Realizamos distintas investigaciones y también escribimos pequeñas biografías. Hasta ese momento, nunca supe definir por qué me sentía tan empujada a estudiar ese episodio de nuestra historia. Hasta que lo descubrí cuando apenas me faltaban unas semanas para jubilarme. Con 65 años.
¿Cómo se enteró? ¿Quién se lo trasladó?
En el instituto recibí la visita de un amigo, activista. Mientras paseábamos, de repente, me hizo la pregunta: ¿sabías que tu padre formaba parte de los Einsatzgruppen? En este momento, en 2006, tampoco en Alemania se sabía mucho de estos grupos de asalto. Sí que en los años 90, a finales, hubo una exposición muy controvertida sobre el papel de ciertos cuerpos del ejército alemán que llevaron a cabo crímenes de exterminio en el este de Europa. De ahí conocía el término. Nada más.
¿Cuál era su papel?
Eran grupos compuestos por agentes de las SS, servicios de seguridad y de la policía y que no lucharon en el ejército oficial. Tenían encomendada la tarea de ir por detrás del frente, en el avance hacia el Este de Europa, aniquilando a la población considerada “indeseable” por Hitler. Sobre todo población judía, pero también enfermos mentales y gitanos.
¿Cómo estaban organizados?
Había cuatro grupos de Einsatzgruppen. A, B, C y D. Avanzaban en columnas desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro. Mi padre estuvo destinado en la zona de Ucrania, en el grupo C. Una vez que cruzaron la frontera, empezaron a aniquilar. Muy rápido. Primero fueron sólo los judíos, los hombres, pero después, a las pocas semanas también asesinaban a niños y ancianos, incluso bebés.
¿Cómo identificó a su padre? ¿aparecía en algún registro?
Mi padre era alemán pero originario de Riga, en Letonia. Este amigo también tenía el mismo origen. Resulta que estaba haciendo investigaciones sobre el papel de los alemanes bálticos dentro de los Einsatzgruppen. Y así había descubierto el nombre de mi padre: Peter Kröger.
Se exponía cómo habían cogido a los judíos que encontraban en las calles o que arrestaban en sus casas. Habían dado orden de fusilarlos. Así es como obtuve la primera prueba. Ahora estoy segura que participó en más actos de ejecución. Fue muy duro
¿Cuál fue su reacción?
Al principio fue un auténtico shock. Después empecé enseguida a realizar mis propias investigaciones. En ese proceso, recién jubilada ya, participé en un proyecto como voluntaria en el sur de Francia, en el campo de Rivesaltes, cerca de Perpignán. Yo comenzaba a aceptar la realidad sobre mi padre. Entré en contacto con los jóvenes, también con refugiados españoles, descendientes de represaliados, de judíos… Ahí, en ese ambiente, empecé a hacer investigaciones sobre mi padre en archivos alemanes y empezaron a llegarme documentos.
¿Qué información contenían esos archivos?
Pues que mi padre formaba parte del círculo directivo de los Einsatzgruppen. Estuvo más de 18 meses en Ucrania, sobre todo en Kiev, y descubrí que durante un año, más o menos, tuvo su oficina en el Instituto Higiénico y que estaba al corriente de todo lo que pasaba. Con esta información, desde 2009 vengo participando en seminarios para descendientes de perpetradores nazis. Fue en ese foro donde entré en contacto con personas en situación parecida a la mía y fui ampliando mis investigaciones. También me ayudó a ordenar mis pensamientos.
¿A encontrar un equilibrio?
Sí, exacto, un equilibrio. Me di cuenta de que haciendo estas investigaciones, pensando también en mis hermanos y mi hijo, estaba trabajando en la definición de una actitud frente a lo que había hecho mi padre. En 2014, el memorial de Neuengamme me invitó a escribir un artículo para un libro que estaban preparando con testimonios de familiares de perpetradores. A modo de resumen, señalaba que mi padre había estado en Ucrania durante 18 meses, que estuvo al corriente de todo lo que pasaba, de los crímenes, pero estaba segura, en aquel momento, de que no había participado activamente en ningún acto de exterminio. Había leído su declaración en hasta tres interrogatorios que le había hecho la policía en Alemania después de la guerra y él había afirmado que no sabía nada.
Pero entonces, recibe una llamada. ¿De quién era?
Era un periodista holandés que quería entrevistarme para hablar de Reinhard Heydrich, el fundador de los Einsatzgruppen y uno de sus líderes. Al final de la charla me preguntó, ¿conoce a este? Sostenía un papel escrito en inglés, un documento, y yo enseguida vi el nombre de mi padre, el doctor Peter Kröger. Era un documento que había encontrado en internet, de los juicios de la posguerra, contra los grandes protagonistas de los Einsatzgruppen. Ahí se recogía un testimonio de uno de los comandantes que describía la situación justo al final, al inicio de la invasión alemana en Ucrania.
Se exponía cómo habían cogido a los judíos que encontraban en las calles o que arrestaban en sus casas. Hasta un millar de hombres. Habían dado orden de fusilarlos. El comandante entonces afirmó haber tratado de evitar este crimen, pero no fue posible. Le obligaron. Y entonces contaba que había invitado al médico del escuadrón para garantizar que todo se desarrollara de manera higiénica. Así es como obtuve la primera prueba. La primera evidencia. Ahora estoy segura que participó en más actos de ejecución. Fue muy duro. Sobre todo porque esas acciones no guardan relación en absoluto con la imagen que yo tengo de un padre culto y cariñoso
¿Cómo gestiona usted entonces esa incongruencia con sus recuerdos? Entre un relato que es fidedigno, que está recogido en los archivos y que entra en conflicto con su recuerdo familiar
Es a día de hoy que no logro aun integrar las dos imágenes. Como si estuvieran separadas, como si no correspondiesen a la misma persona. Ahora ya me atrevo a decir que fue un perpetrador pero aun me cuesta asumir que fuera un asesino. He hecho en estos años varios viajes a Ucrania, para seguir los pasos de mi padre en ese país. Estuvimos en muchas ciudades y pueblos en los que también estuvo su grupo. Eso me ayudó a asumir la magnitud de los crímenes: más de un millón de asesinatos llevados a cabo por los cuatro escuadrones de los Einsatzgruppen.
¿Ha seguido investigando?
Sí, porque quería saber exactamente lo que había hecho mi padre en esa oficina en Kiev. Aún no lo he podido confirmar pero tengo la idea de que participó en experimentos médicos. Con presos de todo tipo. Conozco a un joven investigador que habla ruso y que tiene contactos en Ucrania. Le encargué investigar en esta línea pero primero vino la pandemia de la covid-19 y después, la guerra en Ucrania. De hecho, dos meses después de la invasión rusa escuché en la radio alemana que había habido un bombardeo sobre una pequeña ciudad muy cerca de Kiev donde yo tenía ubicados archivos importantes. Es posible que se hayan perdido para siempre, que estén destruidos.
Éramos dos hijos de perpetradores de Hamburgo y dos hijos de resistentes franceses. El auditorio estaba lleno de supervivientes y de familiares. Cuando acabamos de contar nuestras historias, se produjo un silencio que se prolongó varios minutos
Usted que ha dedicado su vida a la docencia, ¿cuál es la mejor fórmula para hacer llegar estos terribles capítulos de la Historia a los alumnos y alumnas de las nuevas generaciones? ¿cómo trasladarles algo que puede parecerles que está muy lejos en su marco temporal de referencia?
Tengo que decir que cuando yo ejercía de profesora y enseñaba Historia, en esa época era un tema que se abordaba de un modo un tanto abstracto. Durante más de 20 años yo explicaba a los protagonistas, como Hitler, Himmler o Heydrich pero para mi también eran hombres lejanos. Y también estaban claros los bandos. Ellos eran los malos. Yo, afortunadamente, estaba en el lado de los buenos. En mundos bien separados. Sin embargo, una vez descubro que mi propio padre formaba parte de este mundo y seguramente un nacionalsocialista fanático, muy convencido, eso cambia totalmente la perspectiva. Te das cuenta que ya no es tan fácil. O al menos no tan simple como distinguir entre el bando de los buenos y el de los malos. Muchas veces aún lamento no haberle hecho más preguntas a mi padre. Y no con el tono agresivo que utilicé en su día. ¿por qué se hizo nazi? ¿en qué condiciones?
Ahora ofrece charlas en institutos y facultades
En 2016 nos invitaron a intervenir en un acto aquí en Neuengamme. Éramos dos hijos de perpetradores de Hamburgo y dos hijos de resistentes franceses que habían muerto en el campo de concentración. Fue un momento clave en mi vida porque el auditorio estaba lleno de supervivientes y de familiares. Cuando acabamos de contar nuestras historias, se produjo un silencio que se prolongó durante varios minutos. Yo no sabía lo que iba a suceder. Todo era posible. Entonces, de repente, uno de ellos, Jean-Michel Gaussot, hijo de un asesinado, se levantó y expuso que, por primera vez se había dado cuenta de que también los hijos de los perpetradores llevaban un lastre a la espalda. Que nosotros también sufríamos, de manera diferente a las víctimas pero que ese sufrimiento compartido debía sentar las bases de un trabajo educativo. Fue una experiencia decisiva. Una especie de liberación, de alivio.
Crearon entonces un proyecto pedagógico: “La memoria a cuatro voces”. ¿En qué consiste?
Junto con Jean-Michel Gaussot, Yvonne Cossu-Alba y Ulrich Gantz creamos un grupo de divulgación de la memoria. Lo pusimos en práctica por primera vez en Perpignán en 2017. Allí conocí a algunos profesores y empezamos a hablar los cuatro en diferentes institutos y colegios franceses. Fue una experiencia muy enriquecedora la de intercambiar pareceres y experiencias con los jóvenes. Nos dimos cuenta de que nuestro testimonio, el de los cuatro, dejaba una profunda impresión en los alumnos. También he ofrecido charlas en Barcelona. Allí, en España, también les he propuesto a alumnos y profesores que hagan su propio ejercicio de investigación. Que pregunten a sus familias por su pasado y que rompan la barrera del silencio impuesto.
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