Hablar de reconversión industrial en Asturias es hablar de barricadas, manifestaciones, cargas policiales o escraches (aunque en aquellos años el concepto, como tal, no existía), en definitiva, hablar de las décadas de los 80 y 90 en Asturias es hablar de conflictos laborales con un denominador común, los hombres.
Los trabajadores de sectores como el naval, la minería o la siderurgia se agarraban con firmeza a sus puestos ante una administración que había puesto en marcha planes económicos de reconversión con el presunto objetivo de reestructurar la industria para mejorar la productividad, incrementando la viabilidad y competitividad de las fábricas, cuando el verdadero objetivo, según explica el profesor de Historia de la Universidad de Oviedo, Rubén Vega, era la puesta en marcha de planes de ajuste para reducir el tamaño de las fábricas con el horizonte de cierre.
Poco se sabe del papel que en aquellos tiempos jugaban las mujeres que trabajaban en las fábricas, pues eran ellos quienes salían en la foto. A ellas siempre se las ubicaba en la retaguardia, posibilitando la intendencia familiar, para que los varones pudiesen salir a las barricadas. Sin embargo, también hubo mujeres en la primera línea de la lucha obrera, la de la defensa de los puestos de trabajo, y las de las fábricas textiles, en Gijón, fueron un claro ejemplo de ello.
Un sector que estaba claramente feminizado y en el que los pocos hombres que había, ocupaban los puestos de mando o las gerencias. Ellas eran las que producían y con sus manos se ocupaban de confeccionar miles y miles de camisas al día. Las camisas IKE.
IKE, “tres largo de manga por talla”
La fábrica abrió sus puertas en la calle Balmes del gijonés barrio de El Coto, en la década de los 50, concretamente, en 1952, en pleno boom de la economía y del sector textil, de la mano del empresario Enrique López. Especializada en la fabricación de camisas de caballero, una producción manufacturada en cadena de la que se ocupaban, en su mayoría, mujeres pues eran el 80 por ciento de la plantilla. Los pocos hombres que la integraban, ocupaban los puestos de mando.
Gracias a la calidad de sus camisas, Confecciones Gijón tuvo un importante mercado en la década de los sesenta y setenta, llegando a convertirse en la fábrica textil más grande de Asturias, con 700 trabajadoras, y con ventas a nivel nacional y también internacional, pues exportaban a Estados Unidos y Latinoamérica. De hecho, en aquellos años, IKE alcanzó el millón de camisas fabricadas al año, las más famosas, las que tenían “tres largo de manga por talla”, algo insólito en España.
Sin embargo IKE sufrió las consecuencias de la crisis del sector textil que se había iniciado a nivel europeo y que llevó al principio del fin de las fábricas de confección, un cierre que se aceleró en los últimos años de los setenta y principios de los ochenta. La época que en Asturias se enmarcó en la “reconversión industrial”.
Dadas las circunstancias económicas y con el adelgazamiento progresivo de la plantilla, el empresario decidió acogerse a varios planes de reconversión que no dieron sus frutos. Se desvinculó de la empresa a principios de 1987, tras cambios en el accionariado y una vez que la Consejería de Industria del Principado nombró un nuevo gerente. A partir de entonces, y hasta el cierre definitivo de la fábrica en 1990, la empresa quedó en manos de la Administración regional. Y así, el 15 de junio de 1990 Confecciones Gijón cierra sus puertas y más de 200 trabajadoras se encierran en sus instalaciones.
“Irse a casa a llorar o unirnos y buscar una salida”
Entró en Confecciones Gijón con 20 años, directa desde la universidad. Su padre había fallecido y tuvo que dejar los estudios para ponerse a trabajar. Por ello se considera una privilegiada, “las había que entraban a trabajar a los doce años, tenían su primera menstruación en la máquina”, recuerda.
Ana Carpintero es una de las pocas trabajadoras de IKE, si no la única, que aún quiere seguir contando la historia de aquellas 200 mujeres que decidieron pelear por sus puestos de trabajo, encerradas durante cuatro años en una fábrica cuya propietario, el Gobierno de Asturias, ya había cerrado.
Cuatro años de movilizaciones de todo tipo. Desde los primeros escraches a autoridades políticas asturianas, aunque durante aquellos años no tenían ese nombre, hasta cortes de carreteras, vías del tren para impedir la salida del Talgo o la ocupación de un barco en el puerto de El Musel para impedir su descarga, y de la embajada de Cuba, en Madrid.
“La unión entre la asamblea de trabajadoras y el comité de empresa era total”, cuenta Ana como uno de los motivos de “éxito” de las movilizaciones. “Nunca sabíamos lo que tocaba cada día, solo nos decían si tocaba calzado cómodo o tacón”, y ésta era la forma en que las trabajadoras sabían si permanecerían en la fábrica encerradas o saldrían fuera.
Al presidente del Principado, Pedro de Silva, que vivía al lado de la fábrica, le tenían amargado, dice, “íbamos todos los días, a las siete y media de la mañana a la puerta de su casa, a cantar Las Mañanitas”, recuerda Carpintero quien también reconoce escraches a la entonces consejera de Industria, Paz Fernández Felgueroso.
Su capacidad de unión y de resiliencia hicieron del de IKE un conflicto que quedó grabado en las calles de la ciudad y también en la historia de las movilizaciones laborales capitalizadas por mujeres. Pues las trabajadoras de Confecciones Gijón mantuvieron durante cuatro años su encierro en una factoría que el patrón, en este caso, el Gobierno del Principado de Asturias, ya había cerrado.
Al poco tiempo de entrar en la fábrica, Ana Carpintero recuerda que comenzaron los despidos. Era una época difícil para las mujeres en el mundo laboral, pues no se valoraba de la misma forma la pérdida de puestos de trabajo de hombres, que los de las mujeres. “La mujer era un complemento. Lo habitual es que las mujeres dejásemos de trabajar en el momento en que nos casábamos”, cuenta Ana quien destaca que lo que le procuraba la independencia como persona, su libertad, era su puesto de trabajo. Así, cuando la fábrica cerró “había dos opciones, irse a casa a llorar o unirnos y buscar una salida”. Está claro que optaron por la segunda alternativa.
La fábrica se convirtió en su casa y también en la de sus hijos, pues, organizadas en turnos, se los llevaban con ellas cuando les tocaba dar relevo a las compañeras. En la calle Balmes planeaban, organizaban y analizaban estrategias, pero también, en definitiva, se conocían, pues en IKE había hasta un centenar de secciones que hacían que las trabajadoras que cosían botones, no conociesen a las que se ocupaban de doblar, como era el caso de Ana.
Durante esos cuatro años de encierro la fábrica de camisas IKE volvió a funcionar pues las trabajadoras continuaron la confección de las prendas, que vendían a las tiendas del barrio. Era una forma de mantener vivo el conflicto y de que las mujeres tuviesen ingresos. Compartían penas, sueños e ilusiones, pero también los remordimientos que, cuando estaban dentro, les hacían pensar en las familias a las que no estaban atendiendo, y cuando estaban en sus casas, en sus compañeras encerradas.
Se pusieron en contacto con trabajadoras de otras fábricas, incluso de fuera de Asturias. Compañeras de industrias de Galicia o el País Vasco, todas hicieron suyas las reivindicaciones y luchas de las otras. Se reunieron, se apoyaron y hasta organizaron encuentros en sus respectivos lugares de procedencia. Quizás era el inicio de lo que hoy en día se conoce como sororidad.
Carpintero recuerda que hubo un momento en que la administración regional puso sobre la mesa el nombre de un empresario vasco que podría comprar la fábrica para retomar la actividad, pero esa posibilidad se esfumó, según relata Ana, en el momento en que había trabajadoras que se quedaban en la calle pues él se negó a asumir a la plantilla al completo. “Nos negamos a dejar a nadie atrás y preferimos seguir adelante con el encierro”.
La “mala gestión de la Administración”, una vez que ésta se hizo con la empresa, siempre fue considerada por las trabajadoras como una de las principales causas de que no apareciese una solución viable para Confecciones Gijón y su plantilla.
“No luchábamos contra un empresario, luchábamos contra la Administración” cuenta con impotencia, reconociendo que en ningún momento pensaron que su encierro fuese a durar tanto tiempo, si bien tuvieron claro desde el principio que era desde dentro de la fábrica desde donde tendrían más posibilidades de conseguir una solución favorable para todas.
Fueron tiempos duros para la industria, tiempos de reconversión. En aquellos años, sobre todo, para el sector textil, que acabó desapareciendo progresivamente, incluso a nivel nacional. Tal y como explica Rubén Vega, “la globalización se lo acabó llevando por delante”, así, hoy en día es muy difícil encontrar ropa fabricada en España, pues toda la producción se lleva a cabo en países donde no existen los derechos laborales, en los que hay explotación infantil y las medidas de control de los vertidos y contaminación al medioambiente son inexistentes.
Una profunda sensación de derrota
El 15 de junio de 1994 las 200 trabajadoras que mantenían vivo el conflicto de Confecciones Gijón finalizan su encierro de cuatro años con una profunda sensación de derrota, pues a pesar de conseguir la propiedad de las instalaciones y bienes de la fábrica, que pudieron vender para repartir el dinero entre todas, en el tintero se quedó lo más importante y motivo de su lucha, los puestos de trabajo y la actividad de IKE, que nunca más volvió a recuperarse.
Hace nueve años que se reunieron todas por última vez. Fue en la inauguración de una exposición que albergó el Centro de Cultura Antiguo Instituto de Gijón, con motivo del 25 aniversario de aquel conflicto que paseó el nombre de la 'Villa de Jovellanos' por toda la geografía nacional y que hasta llegó a ver el nacimiento de un nuevo partido político, el de las Trabajadoras Gijonesas de Confecciones, que consiguió 4.000 votos en aquellas elecciones autonómicas y municipales.
Quizás ya no quede rencor, pues han pasado treinta años y la vida ha seguido su curso para cada una de estas trabajadoras, sin embargo, Ana Carpintero reconoce que hay personas a las que no ha querido volver a ver, fueron muchas las experiencias vividas y “se hicieron demasiadas cosas mal, con las peores consecuencias para nosotras, las trabajadoras”.
Desde elDiario.es Asturias nos hemos puesto en contacto con quien por aquel entonces era consejera de Industria del Principado, Paz Fernández Felgueroso, quien, por su parte ha querido destacar “el esfuerzo del Gobierno asturiano con Confecciones Gijón”.
El de IKE fue un conflicto duro, tanto por su prolongación en el tiempo como por su virulencia, en algunos momentos, que generó mucho dolor a las personas que integraban las partes en conflicto, por unos u otros motivos, y también a sus entornos familiares.