José Luis, de 72 años, y su mujer Pilar, de 69 años, siempre han tenido claro cómo quieren que sea su muerte: “sin dolor, ni sufrimiento”. Han dejado por escrito sus instrucciones sobre las actuaciones médicas que se deben seguir en sus últimas horas de vida. Sus preferencias, con lo que quieren y lo que rechazan, han quedado registradas en un testamento vital.
Este matrimonio avilesino ha sido uno de los primeros que ha recurrido en Asturias a este documento donde ha dejado expresado por escrito sus últimas voluntades, al estar actualmente en plenas facultades intelectivas y volitivas. “Nosotros queremos ser libres para decidir cuándo queremos morir sin sufrimiento”, afirman.
Una ampliación para incluir la eutanasia
José Luis fue diagnosticado de un cáncer de médula ósea y ha superado con éxito dos trasplantes. Antes de conocer que había contraído la enfermedad tanto él como su mujer ya se mostraban favorables al testamento vital.
“Éramos proclives, pero no había condiciones para hacerlo. En una primera instancia se abrió la posibilidad de hacer el documento de instrucciones previas, como se llamaba en aquel momento ya antes de existir la Ley de la Eutanasia de 2021.Cuando salió la ley, los dos modificamos nuestro escrito para incluir también la posibilidad de que si estábamos ya en condiciones de que lo pudiéramos decidir que el testamento vital lo contemplase”, señala.
A él no le pusieron ningún impedimento, ni inconveniente para registrarlo. Acudió a la oficina de Testamento Vital en la Consejería de Salud de la capital asturiana y lo inscribieron.
Al principio no conocía la asociación Derecho a Morir Dignamente (DMD), aunque con posterioridad se asoció. En su opinión, las campañas divulgativas que realiza la asociación facilita que la opinión pública esté mejor informada sobre estos temas. “Ahora hay más interés por estos temas. A nosotros nos viene mucha gente pidiendo información. Es un derecho que tenemos y una garantía de que no te van a hacer lo que tú no quieres que te hagan”, explica.
En su caso particular, José Luis quiere que cuando la enfermedad sea ya irreversible, que no le mantengan vivo artificialmente aunque no tenga solución. “Te pueden mantener vivo durante meses con un respirador automático y una sonda gástrica para alimentarte. Hoy en día hay miles de máquinas que te pueden mantener vivo cuando tú no puedes decidir nada por ti mismo y eso es lo que yo no quiero. Las sondas son incómodas y dan un sufrimiento que es un poco banal porque te vas a morir lo mismo. Entonces hay que admitir que te vas a morir y que por adelantar unos meses la muerte no pasa nada y sufres menos”, argumenta.
José Luis considera que antes de hacer un testamento vital se debe hacer una reflexión sobre la vida y la muerte, lo que se quiere y lo que se rechaza. “La muerte es el gran enigma de la humanidad. Por mucho que tengas creencias en algún tipo de religión que te garantice el más allá, nadie viene a decirte cómo era. Lo que sí se sabe es que el tránsito antes de morirte puede ser doloroso, puede ser de mucho sufrimiento o puede ser plácido. Como tú quieras. Yo he hecho el testamento vital para la segunda opción, ahora que soy plenamente consciente y puedo decidir para el momento en que ya no pueda hacerlo”.
Una razón similar es la que llevó a su mujer Pilar a realizar también este documento. En su caso comenta que tiene claro que en determinadas condiciones no quiere vivir. “Yo gozo de una salud excelente. Me gusta vivir, por supuesto, pero no en cualquier condición. Tengo claro que con dolor no quiero vivir. Además esto no es ninguna frivolidad. La ley no está diseñada para que tú digas 'ay, quiero morirme'. No está diseñada para eso, sino que tiene todas las garantías para que cuando a una persona le resulte insoportable estar aquí por diversas razones, tenga la posibilidad de irse”, sostiene.
Dulce Prieto Fernández, de 71 años, es una activista convencida de que cada persona es libre para dejar expresado por escrito su deseo de morir sin sufrimiento en un momento de plena lucidez mental. Natural del pueblo de Margolles, en el concejo de Cangas de Onís, vive en el barrio ovetense de Pumarín, donde es muy conocida como promotora de muchas campañas informativas sobre esta temática.
A su faceta divulgadora también se suma el hecho de que durante nueve años presidió la Asociación de Enfermos Artríticos en Asturias, una enfermedad que sufre desde hace tiempo. Viuda desde hace apenas tres meses, tiene un hijo que vive en Mallorca y del que ha tenido un apoyo total en su decisión de realizar el testamento vital.
La muerte de la gata
Dulce reconoce que su interés por la eutanasia surgió a raíz de la muerte de su gata hace más de 25 años. Aunque pueda parecer un hecho anecdótico, admite que el día en que tuvo que acudir al veterinario para ponerle la inyección que acabaría con su sufrimiento fue más trascendental de lo que ella creía inicialmente.
Ella misma lo relata: “En casa teníamos una gata que padecía cáncer de mama. El veterinario me dijo que, dado su estado, era más conveniente ponerle la inyección porque iba a sufrir y se iba a morir. Ese día yo pensé que quería algo así para mí, quería morir sin sufrimiento”.
Dulce quiere dejar bien matizado que aunque pueda parecer una perogrullada, a diferencia de las personas, los animales se sacrifican, no pueden pedir la eutanasia porque ni hablan, ni lo pueden dejar escrito. “Ese mismo día pensé que mi gata había tenido mucha suerte porque se murió sin sufrir con una inyección y empecé a indagar sobre las posibilidades que había en este terreno para las personas”, añade.
Su interés por investigar esa vía la condujo hasta la antigua sede de la entonces Consejería de Sanidad, en la calle General Elorza de Oviedo, donde la pusieron en contacto con Derecho a Morir Dignamente (DMD) de Barcelona, al estar en ese momento el único registro para este tipo de situaciones.
Dulce tiene el carné de socia número 19 de DMD de Asturias: “Mi convicción es absoluta. Era un testamento vital donde yo había puesto que por mi enfermedad quería morir sin sufrimiento. En aquel momento sólo se podían poner unas pocas frases. De hecho ya lo voy renovando cuatro veces y cada vez se pueden ampliar más los motivos”.
Entre esas ampliaciones figuraba la posibilidad de que, una vez aprobada ya la Ley de la Eutanasia, se pudiera recoger expresamente el deseo de su aplicación. Una petición que ya presentó cuando la Consejería se trasladó al conocido como edificio del Calatrava, en Oviedo.
Opina que no hay que tener una enfermedad terminal para decir que no se quiere vivir más. En su caso, dice que no se trata sólo de evitar un sufrimiento físico. Ella defiende que se pueda pedir que la vida no se prolongue de forma artificial porque “quiero morir tranquilita”, sin dejar una carga de responsabilidad a terceras personas en el momento en que ya no te puedes valer por ti misma.
Dulce participa junto a otras activistas como ella dos campañas informativas al año, donde sacan mesas a la calle con folletos informativos sobre estos temas. Cuenta que los comentarios que escuchan son de todo tipo: “Hay personas que se acercan y nos preguntan con gran interés sobre la forma de realizar el testamento vital y también hay otras personas que nos dicen que a ellos no les mata nadie. Hay de todo”, admite.
Las peticiones se duplicaron en un año
La Consejería de Salud tramitó el año pasado 3.370 expedientes del documento de instrucciones previas (DIP), más conocido como testamento vital, lo que supone un crecimiento del 128% (1.893 solicitudes más) respecto a 2022. La descentralización progresiva de este trámite, que se puede realizar en la red de centros y servicios de Atención Primaria, así como en el registro de la propia consejería, ha contribuido al aumento de estos expedientes, el 85% de los cuales se cursaron a través de las ocho áreas sanitarias.
La labor realizada por las trabajadoras sociales ha contribuido también de forma importante al aumento de este tipo de disposiciones, que suman en la actualidad 11.461 custodiadas en el registro autonómico.
El documento de instrucciones previas es un escrito por el cual una persona mayor de edad, capaz y libre, manifiesta de forma anticipada su voluntad sobre los cuidados y el tratamiento de salud, así como el destino de su cuerpo o de sus órganos tras su muerte, para que esos deseos se cumplan cuando no se encuentre en condiciones de expresarlos personalmente.