Lina Demasi, la joven asturiana-palestina que busca cómo ayudar a su familia: “Es inhumano lo que están viviendo”
Lina Demasi Aldemasi nació hace 21 años en Gijón, es asturiana. Llega ataviada con el pañuelo palestino y un pequeño colgante con el mapa de la tierra de sus padres y su bandera, porque Lina tiene doble nacionalidad y en estos tiempos tiene claro que lo que toca es defender a Palestina y ser altavoz de lo que sus familiares están sufriendo en la franja.
“Lo que están viviendo es inhumano. No tienen agua, no tienen comida”, relata. “Me llaman y me dicen: por favor, ayúdanos, que tu país nos ayude. Y yo lo intento de verdad, estoy intentando por todos los medios que nos escuchen”, clama con serenidad y firmeza.
Su padre marchó de Palestina con 17 años, becado, para estudiar ingeniería. Regresó a casa después de finalizar la carrera universitaria. Allí se enamoró de su mujer y juntos volvieron a España donde formaron una familia que nunca se ha olvidado de sus raíces.
En su corta vida, Lina ha viajado cinco veces a Gaza, la última hace apenas dos meses, en agosto, cuando nadie esperaba un estallido del conflicto con Israel de este calibre. Al preguntarle cómo era la vida de su familia antes del siete de octubre, Lina responde sin pensarlo, “normal, una vida normal”.
Pero entonces se para y retoma su discurso con el rostro mucho más serio. “Bueno, su normalidad, porque para mí fue todo un choque de realidad”. “En casa de mi abuela abrías el grifo y salía agua de mar, salada, ¿cómo va a ser eso normal?”, se pregunta con tristeza. Una tristeza que dice que se veía en los ojos de la sociedad palestina, los mayores y los niños.
Para salir adelante todos ellos se buscaban la vida como podían. Nos cuenta como ejemplo que uno de sus tíos usaba su coche particular para hacer de taxista y con los viajes podía ganar al mes unos 100 euros. “Y con eso sacaba adelante a una familia de tres hijos”, dice con cara de asombro.
La huida
En Rimal, uno de los barrios costeros más prósperos de Gaza, se encontraba el 90% de su familia. Todos los hermanos de su madre, de su padre, sus primos, su abuela materna,... Unas setenta personas, muchos de ellos jóvenes y niños, porque algunas de las tías de Lina tienen su edad y otras hace poco que han sido madres. “De hecho una de ellas se enteró de que estaba embarazada el día que empezó la guerra”, recuerda.
Para comer tienen lo mínimo, un cachito de pan para cada uno con el que intentan sobrevivir. Si no mueren por las bombas te prometo que van a morir de hambre
Y decimos que se encontraban en Rimal, en el norte del país, porque ya no están allí. Todos, cumpliendo con la petición de Israel, han huido al sur de la franja. “Ahora mismo están en camiones, en colegios, otros en campos de refugiados. Algunos en una casa que pudieron encontrar y en la que un amigo les dijo que podían estar”, nos cuenta, “una casa con 20 personas, 20 que para comer tienen lo mínimo, un cachito de pan para cada uno con el que intentan sobrevivir. Si no mueren por las bombas te prometo que van a morir de hambre”.
Lo abandonaron todo y saben que poco quedará de sus casas, como tampoco queda del resto de infraestructuras. “Uno de mis tíos, que tiene mi edad, le saco sólo cinco días, estaba estudiando la misma carrera que yo, Administración y dirección de Empresas, en la Universidad Islámica de Gaza, que es más grande que todo el Campus de El Cristo y que han bombardeado. ¿Ahora qué?”, se pregunta. “Él me dice ¿ahora qué hago? Mi tío quería estudiar para viajar, venir después a Europa, conocer mundo. Porque jopé, estás toda tu vida en una cárcel pues lo mínimo que quieres es intentar salir, si te dejan, claro”, dice con resignación.
Yo tenía la intención de graduarme allí con mi familia cuando acabase en la Universidad, hacer una fiesta con todos ellos, ahora ya no será posible
También los padres de Lina han perdido su vivienda, porque ellos, en el deseo de que la situación en su país mejorara en un futuro, compraron allí una casa de la que, lo más seguro, es que ya no quede ni rastro. “La compraron, yo qué sé, porque hace unos meses dijimos, ya que la situación está más calmada, podremos volver más a menudo. De hecho yo tenía la intención de graduarme allí con mi familia cuando acabase en la Universidad, hacer una fiesta con todos ellos”, relata con tristeza, “No queda nada, el norte está devastado completamente”.
El padre de Lina, Ghassan Demasi, ha viajado a la frontera con Egipto para llevar dinero a sus familiares e intentar ayudarles a salir, porque muchos de ellos quieren abandonar Palestina, hasta que las cosas se tranquilicen. Algo que saben es prácticamente imposible.
Ghassan, que de Egipto ha viajado a Beirut donde está en estos momentos, ayuda a medios españoles, desplazados a la zona, como traductor. Lamentablemente este lunes se enteró del fallecimiento de 40 miembros de su familia en uno de los bombardeos, un drama que no cesa y teme que afecta a alguno más.
Esto es algo que Lina no comprende. Ella recuerda cómo cuando estalló el conflicto con Ucrania las ONG`s viajaban a Polonia y desde allí sacaban a familias completas para protegerlas de los bombardeos rusos. “Nosotros no somos rubios ni de ojos azules”, dice.
No es religión, es territorio
Lina se siente “muy arropada” en Asturias. “Siento mucho cariño, mucho amor. Mis compañeros de Universidad se preocupan un montón por mí, intentan que me olvide un poco de lo que está pasando, me llaman, me ayudan”, y añade sonriendo, “hay fe en la juventud”.
Otra cosa son las redes sociales. “Yo sigo casi todas las páginas propalestinas”, reconoce, “pero también me meto en las otras para para ver lo que publican”. “Soy la típica que si veo un comentario que no me gusta, pues me meto”, comenta cabreada. “Mi madre me dice que no merece la pena hablar con ellos, porque hablar con ellos es como hablar con la pared. Literalmente no razonan”, reconoce.
Para Lina claramente la situación de la juventud israelí no es la de los gazatíes. “Suben videos en TikTok mofándose de que en Gaza no tienen agua, no tienen luz y de que nos estamos muriendo”, cuenta, “y lo hacen desde sus casas, con su electricidad, su comida, su cama, con sus bunkers por si pasa algo”, denuncia con indignación, “que los niños ahora están durmiendo en la calle, en el suelo”. “Hablaron de 40 bebés decapitados pero ¿dónde están? Nunca presentaron pruebas. ¿Y los más de 4.000 niños gazatíes asesinados? ¿esos no importan?”, continúa.
Esto no va de religiones. Esto ya lo dije 3.300 veces, a ver si la gente lo entiende, va de territorio. Va de luchar por nuestros derechos
“Voy a defender a mi pueblo por todo lo alto. Los israelíes no quieren paz”, sentencia. “Siempre, en el Ramadán, ellos vienen, asaltan, pegan, secuestran en Jerusalén, y nadie dice nada. O en las marchas cristianas de Pascua, ellos van y tiran gases lacrimógenos”, cuenta. “Esto no va de religiones. Esto ya lo dije 3.300 veces, a ver si la gente lo entiende, va de territorio. Va de luchar por nuestros derechos. Nosotros no podemos hacer absolutamente nada. Queremos visitar nuestra tierra, poder movernos, ir a Jerusalén o de Jerusalén a Gaza, pero no tenemos libertad”, lamenta.
“Los israelíes, antes de todo esto, compraban a los palestinos, les ofrecían la nacionalidad israelí con promesas de poder viajar, poder trabajar, de tener un futuro. Para ellos cuantos menos palestinos haya, mejor. Y claro, algunos aceptan, pero eso es traicionar a tu país”, comenta. “Yo, con la mayoría de edad, me hice mi DNI palestino, hasta ahora lo tenía con mis padres. Para entrar en Gaza lo necesito pero, aunque también sea española, si quiero ir a Tel Aviv -que para mí es Yaffa- tengo que renunciar a mi nacionalidad palestina, si no no puedo entrar, ni pasar por su aeropuerto”, nos cuenta para preguntarse. “¿Con qué derecho no puedo entrar en mi país?”.
Una nueva Nakba
Lina es muy joven para recordar lo que sucedió entre junio de 1946 y mayo de 1948, cuando tuvo lugar la Nakba, el masivo desplazamiento de los palestinos que tuvieron que abandonar sus casas y sus medios de vida. Y tampoco vivió la Guerra de los seis días, pero no por ser episodios pasados los desconoce.
“La abuela de mi madre le contaba historias de cuando ella acogió a judíos en su casa en el 48. Les daba de comer, les daba refugio,... Porque les daba pena, porque venían de una guerra y nadie les quería. Les hacían sentirse como en casa”, rememora y añade con enfado, “para que después esos a los que cuidaba, que se convirtieron en sus vecinos, les apedrearan y les insultaran y les hacían de todo para que se fueran”.
También su abuela, que tiene 61 años, le ha contado a Lina cómo en el 67 tuvo que abandonar su casa en Jaffa (Tel Aviv) porque “no les quedaba otra”. “Aún tiene las escrituras de la que entonces era su casa, que ahora mismo es un hotel”, nos cuenta, “toda mi familia está en Gaza porque tuvieron que abandonar su tierra”.
“Siempre convivimos en armonía, todos juntos, todas las religiones. Nunca hubo ningún problema hasta que empiezan los israelíes a decir que todos tienen que ser judíos”, estalla, “los verdaderos judíos saben que Palestina es Palestina y no Israel, y que nosotros somos los que les acogimos, los que les dimos refugio”.
Lina también tiene familia en Cisjordania, allí vive una tía de su madre. “Les dice a sus hijos que no salgan porque a la mínima un israelí puede venir y dice, te mato o te meto en la cárcel, así, aunque no estés haciendo nada”, se desespera. Muchos de ellos son estudiantes y algunos trabajan en territorio israelí. “A las madres les da miedo que vayan solos los niños, les acompañan a clase y les van a recoger porque temen que los secuestren”, dice, “hay cientos de niños en cárceles israelíes sin ningún motivo”.
Un mensaje de paz
Cuando le preguntamos a Lina qué le diría a Hamás, ella se queda callada y murmura: “Es una pregunta muy complicada”. Esta joven asturiana, que desea cursar después de ADE un máster en Relaciones Internacionales para poder cambiar las cosas desde dentro, huye del mensaje belicista y no apoya ninguna acción armada. “Les pediría a los dos bandos que dejen de matar civiles, que los civiles no han hecho nada. Si quieren matar que vayan a un desierto y se maten entre ellos, pero que dejen a la población civil en paz”, suelta enfadada.
Los niños tienen derecho a vivir, tienen sueños, quieren viajar, culturizarse, tienen todo el derecho a conocer mundo y no conocen nada, sólo conocen en Gaza, 41 kilómetros de largo y 11 de ancho de territorio, eso es lo que conocen
“La gente sólo ve desde el 7 de octubre, que fuimos nosotros, que empezamos porque nos dio la gana y no, no es así”, explica, “estamos cansados, cansados de que nos opriman, de que nos prohíban, de que no podamos vivir como las personas normales. Los niños tienen derecho a vivir, tienen sueños, quieren viajar, culturizarse, tienen todo el derecho a conocer mundo y no conocen nada, sólo conocen en Gaza, 41 kilómetros de largo y 11 de ancho de territorio, eso es lo que conocen”, lamenta.
Denuncia también el apoyo que la comunidad internacional presta a Israel. “¿De dónde sacan tantas armas? Están probando cosas que en la vida se han probado sobre seres humanos, están lanzando fósforo blanco que está prohibido”, afirma, “lo ha dicho la ONU, que lamentablemente es como un muñeco que no sirve para nada porque es EEUU quien manda”.
Lo que peor lleva Lina en el día a día es la incertidumbre. Aunque pueden mantener conversaciones con sus familiares hay días que no lo logran. “Hace unos días cortaron la comunicación por completo y estaban bombardeando también en el sur. Intentamos llamar y nos saltó un contestador diciendo 'Gaza está fuera de comunicación. Que Dios proteja a Gaza y a su población'”, nos cuenta enseñándonos el móvil donde tiene guardada la grabación. “Después empezó a sonar en plan bip, bip y alguien lo cogió. Mi madre se puso a hablar pero de repente al otro lado un israelí empezó a hablarnos en hebreo, desesperada colgó y nos entró mucho miedo”.
“¿Quiénes son esas personas? ¿Tienen controlados todos los móviles?”, se pregunta. Después de este episodio han vuelto a comunicarse con su familia. “Cuando les pregunto qué tal están me contestan. Estamos todavía vivos, tranquilos. No podemos hablar más”.
Lina no quiere imaginarse cómo va a acabar todo esto, aunque desea que lo haga cuanto antes. “Toda mi familia se ha quedado sin casa. ¿Dónde van a vivir? No queda nada”, vuelve a plantearse preguntas sin respuesta. “¿De dónde van a sacar ingresos para tener una nueva casa? ¿Qué hacemos? Estamos desesperados. ¿Nosotros qué hacemos?”, repite, “una opción es que le den ayuda económica para reconstruir, ayudas a cada familia, o que puedan venir, ¿por qué no tenemos derecho a traer a nuestra familia como los refugiados de Ucrania?”, vuelve a plantearse.
Ella cree que en Europa hay sitio para su gente. “Muchas veces tuve discusiones con personas que no tienen mucha cabeza, la verdad. Dicen, ¿por qué vienen los inmigrantes?. Y yo les contesto ¿y tú por qué te ibas a Alemania a trabajar? ¿Por qué te vas a Holanda a trabajar?”. “Mis padres vinieron aquí solo para vivir, no para tener una vida superior”, dice recordando la vida de sus padres y añade que “los inmigrantes suelen hacer trabajos que los de aquí no quieren”.
Lo que está claro es que esta joven estudiante asturiana-palestina no va a dejar de contarle al mundo qué pasa en la franja de Gaza. No para de moverse para llevar su relato a todo aquel que quiera escucharlo, con charlas en la Universidad de Oviedo o con la primera entrevista que concedió a la ONG Más Paz. Su único objetivo es lograr que pare la guerra y que su familia tenga un futuro como el suyo, que al escucharla, parece muy prometedor.
0