De la memoria al reconocimiento, el legado del cura guerrillero asturiano que murió combatiendo en Nicaragua
Un día de diciembre de 1978, en la redacción del periódico Asturias Diario, el coordinador de la sección de Internacional rescató del martilleo del teletipo un despacho de la agencia Efe que informaba de la muerte de un sacerdote español en Nicaragua. Aquella breve nota apenas contenía circunstancias personales del fallecido. Su nombre, Gaspar García Laviana, no le decía nada, pero un reflejo del oficio movió al periodista a pensar que, con aquellos apellidos, bien podría ser asturiano.
La intuición fue correcta y, en cuanto los redactores comenzaron a indagar, descubrieron que tenían entre manos una noticia con mucho interés. Porque Gaspar García Laviana era una figura de la que estaban al tanto, unas con total admiración y otras con abierto recelo, muchas personas en los círculos de la Iglesia asturiana, en el cristianismo de base y en los movimientos sociales.
Cura obrero, activista contra la pobreza, poeta comprometido con la realidad y, finalmente, guerrillero sandinista, había muerto a los 37 años en un combate con las fuerzas armadas de la infame dictadura de los Somoza.
Dos días después, un miércoles, se celebró en Asturias un primer funeral por el amigo caído. La despedida reunió en Tuilla, la pequeña localidad minera de la cuenca central asturiana a la que García Laviana había llegado cuando era un niño, a una enorme cantidad de personas para asombro de los asistentes. Aún hoy, casi medio siglo después, la mayoría de ellas recuerda su entrega, su compromiso y su sacrificio y, cada mes de diciembre, vuelve a Tuilla para honrar su memoria.
La cita de este año, además, parecía más urgente porque las diferentes asociaciones, con orientaciones distintas, que trabajan para velar por su legado y sus valores, tienen en mente el proyecto de conseguir para el sacerdote guerrillero un reconocimiento mayor del que hasta ahora se le ha otorgado en Asturias. Sus objetivos son conseguir que el Ayuntamiento de San Martín del Rey Aurelio, donde nació, le declare hijo predilecto; que el Ayuntamiento de Langreo, donde creció, le reconozca como hijo adoptivo; y que el Gobierno de Asturias, a título póstumo, le conceda la Medalla de Oro de la comunidad autónoma, la máxima distinción que puede conferir.
Aprecio social
No es que Asturias haya negado ni silenciado hasta ahora la figura de García Laviana, el comandante Martín de los sandinistas. Al menos, la Asturias institucional y social. La Iglesia es otro cantar. Aquel cura que abrazó los documentos de la Conferencia de Medellín y la teología de la liberación mucho antes de que otros en España hubiesen escuchado el concepto por primera vez, aquel sacerdote que consideró legítimo combatir por las armas contra la opresión y la miseria impuestas a los nicaragüenses, por una dictadura cruel y violenta, nunca fue una píldora fácil de tragar para el Arzobispado de Oviedo.
Pero en otros muchos foros, García Laviana sigue muy presente. Una de las principales avenidas de Gijón lleva su nombre, como también lo lleva el centro social del Ayuntamiento de Langreo en Tuilla. Y, tanto en Tuilla como cerca de su casa natal, en La Güeria de Carrocera, en San Martín del Rey Aurelio, sendos monolitos recuerdan su vida a los visitantes.
“Por supuesto que no podemos olvidarlo, que conocer quién fue merece la pena. Era una persona que portaba enormes valores humanos y religiosos y que tuvo la valentía de entrar en la guerrilla. Esa decisión resume su compromiso radical y definitivo con la libertad del pueblo nicaragüense y su libertad personal respecto a la jerarquía eclesiástica y la moral católica oficial. Pero conquistar esa libertad no le resultó fácil. Pasó por momentos muy dolorosos y difíciles y en sus cartas se ve que no creía que fuera a sobrevivir, que lo matarían en la lucha”, resume José María Álvarez Rodríguez, 'Pipo', autor de una breve biografía publicada este año por la Asociación por la Memoria de Gaspar García Laviana con una ayuda del Ayuntamiento de Langreo. Es un texto breve, concebido para su uso como material didáctico en colegios e institutos, pero recoge toda la evolución del sacerdote.
Álvarez Rodríguez comparte con su biografiado cierto trasfondo. Antiguo sacerdote, ejerció en El Entrego, a escasos kilómetros del lugar de nacimiento de García Laviana, y fue profesor en un colegio concertado de esa localidad. De manera fugaz, llegó a coincidir alguna vez con él, aunque de manera tangencial. “Él tenía más relación con los curas de La Felguera, en Langreo, pero alguna vez organizaban comidas con más gente. Y ahí lo vi, sí, pero no nos conocimos tanto como para decir que fuimos amigos”, señala el autor.
Éramos el grupo de los curas progresistas y jóvenes. Cómo no íbamos a admirar que estuviera dispuesto a dar la vida por los demás. Gaspar decidió unirse a la guerrilla por defender la dignidad de las personas
Impulso progresista
“Éramos el grupo de los curas progresistas. Y éramos jóvenes. Cómo no íbamos a admirar que estuviera dispuesto a dar la vida por los demás, que es una idea atractiva. Yo no sé si me uniría a una guerrilla, si tal vez estaría dispuesto a matar alguien. Pero Gaspar decidió que sí porque defender la dignidad de las personas era el eje de su vida. No le importó lo que dijeron de él las jerarquías. Y hay que tener en cuenta que él no promovió ninguna sublevación. Se unió a la que ya estaba en marcha y lo hizo por motivos morales, no políticos. Los Somoza llevaban 40 años pisoteando al pueblo nicaragüense. Él vio niñas prostituidas a los a 11 años porque su única alternativa era morirse de hambre. Y tomó partido”, añade Álvarez Rodríguez.
El biógrafo, como tantas otras personas que se han acercado a la vida de García Laviana, cree que sus ideas y sus actitudes no se explican sin atender a su infancia en la cuenca minera del Nalón, semillero de la solidaridad obrera y, en los años 60, foco de reivindicaciones, huelgas y protestas contra la dictadura franquista.
Nació en Les Roces, una mínima agrupación de casas cercana a El Entrego, en el concejo de San Martín del Rey Aurelio. Su padre era minero y, cuando el trabajo le llevó a Tuilla, en Langreo, la familia se fue con él. No fue un cambio drástico de escenario. Es un traslado de apenas 15 kilómetros y el ambiente era el mismo, el de la cultura minera asturiana.
No consta la fecha exacta de ese desplazamiento, pero en Tuilla pasó los últimos años de su infancia y su adolescencia. En sus años de formación como sacerdote pasó por Valladolid, Logroño y Canet de Mar. Ingresó en la congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón y, antes de cumplir los 25 años, estaba de vuelta en Tuilla para oficiar su primera misa en su pueblo y entre su gente.
Pero no se quedó mucho tiempo. Estuvo entre los primeros curas obreros de Madrid. Atendía la parroquia del barrio de Valdezarza y, al mismo tiempo, estudiaba Sociología y trabajaba en una carpintería entre el aluvión de personas recién llegadas a la ciudad e instaladas precariamente en aquellos años de urbanización acelerada de la sociedad.
En el verano de 1970, cuando su congregación pidió voluntarios para enviar misioneros a Nicaragua, García Laviana respondió a esa llamada junto a su inseparable amigo Pedro Regalado. Juntos se marcharon a la diócesis de Granada, al sur de Nicaragua, en una zona cercana a la frontera con Costa Rica y con varias parroquias a su cargo: San Juan del Sur, Tola, Cárdenas, Buenos Aires y Sapoá.
El terremoto que lo sacudió todo
Ya desde el principio, aquellos dos sacerdotes jóvenes e imbuidos de los aires del Vaticano II no estaban destinados a encajar con las autoridades locales ni a ponerse de parte de los escasos feligreses adinerados de sus parroquias. Chocaron con la costumbre de que en la víspera de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, alguien acaudalado guardase la imagen en su casa a cambio de dinero. Se negaron a recaudar las tasas eclesiásticas que reclamaba la diócesis.
Presenciaron los abusos, las arbitrariedades y las graves violaciones de los derechos humanos que Somoza y los suyos se permitían. La gota que colmó el vaso, cree el periodista jubilado Pedro Alberto Marcos, que estaba en la redacción de Asturias Diario cuando llegó aquel primer teletipo luctuoso, fue la rapaz respuesta del régimen al terremoto que asoló el país en 1972. Las imágenes de la devastación espolearon una respuesta solidaria en España y en todo el mundo, pero la ayuda nunca llegó a las víctimas y los damnificados, sino que fue desviada en beneficio de los afines a la dictadura.
Marcos se ha movido mucho en el mundo de las asociaciones que se sienten herederas de García Laviana, que son varias. Además de la que ha promovido la biografía reciente, existen una fundación, una escolanía en Tuilla y varias asociaciones que llevan su nombre. El Foro de Cristianos Gaspar García Laviana mantiene la web www.forogasparglaviana.es, en la que pueden encontrarse abundantes recursos sobre la vida del misionero y su obra poética.
Lo que interesa de su figura al veterano reportero son sus paralelismos con otro guerrillero nacido en el valle de Carrocera, a un tiro de piedra de la casa natal del sacerdote: José Mata Castro, el minero que también fue el comandante Mata, el resistente que tomó parte en el ochobre asturiano, combatió en la Guerra Civil y encabezó grupos de fugaos y la reconstrucción de la Federación Socialista Asturiana hasta que, en 1948, pasó definitivamente al exilio en Francia.
Gaspar es un mito en Nicaragua. Y aquí aunque haya recibido cierto reconocimiento formal, no es tan popular. El Arzobispado de Oviedo, desde luego, lo oculta. Si lo ocultó con prelados más progresistas, qué no hará el actual, tan conservador
Dos guerrilleros entre Asturias y Nicaragua
En la ficción, como guionista del corto 'Tierra de guerrilleros“, filmado por la directora Amanda Castro en 2004, Marcos imaginó un encuentro entre un Mata a punto de dirigirse al barco que lo sacó de España y un García Laviana niño. ”En la realidad, las fechas no cuadran. Pero, como pariente lejano de Mata y como curioso, me asombra que los dos nacieran a tan poca distancia el uno del otro. Porque son dos mitos de la lucha guerrillera, las dos figuras nacidas en Asturias que más atención han atraído y sobre las que se han escrito libros innumerables. Gaspar es un mito en Nicaragua. Y aquí, aunque en Asturias o en Madrid haya recibido cierto reconocimiento formal, no es tan popular. El Arzobispado de Oviedo, desde luego, lo oculta. Si lo ocultó con prelados más progresistas, qué no hará el actual, tan conservador“, señala.
Álvarez y Marcos coinciden en que el clima social y los valores de la cuenca minera ayudan a comprender el perfil de los dos hombres. “Gaspar creía en la dignidad de la persona y en la necesidad de defenderla de la violencia física y moral. La pobreza y la dictadura le parecían indignas. Decidió luchar por la igualdad y la libertad, por el bienestar popular. Fue generoso sin límite. Podría haber llevado una vida clerical cómoda y renunció a ella. Podría haberse ido de Nicaragua y no volver, pero se quedó y decidió colaborar con la guerrilla, primero en secreto y después abiertamente. En la cuenca del Nalón lo habrían comprendido”, apunta Álvarez.
“Su casa estaba a quince minutos de la de mis padres. Tenía el apoyo de la Cuenca, desde luego. Y era el tipo de curas que aquí se respetaba, porque en los años 60, cuando las huelgas contra la dictadura eran difíciles de verdad, se vieron en la tesitura de apoyarlas. Y lo hicieron. No lo conocí y solo supe de él cuando murió. Pero habría sido muy interesante”, añade Marcos.
Muerte en el río Mena
Una vez que dio el paso de declarar su apoyo al Frente Sandinista de Liberación Nacional, Laviana, ya conocido como comandante Martín, recibió adiestramiento militar en Cuba. Se especializó en el manejo de explosivos, fue instructor para otros guerrilleros y estuvo a las órdenes de Edén Pastora, el comandante Cero, otra de las grandes figuras del sandinismo.
Las angustias de mi alma no las calma el rosario, ni la misa, ni el breviario. Mis angustias las mitigan las escuelas en los valles, el bienestar campesino, la libertad en las calles y la paz en los caminos
A muchos amigos les expresó por carta su convicción de que no sobreviviría a los combates. Y esos presagios se hicieron realidad el 11 de diciembre de 1978, en una refriega entre la columna que comandaba y la Guardia Nacional de Somoza, cerca del río Mena, en el paraje conocido como Cárdenas. Llevaban una semana en su búsqueda. Recibió dos disparos, uno en el muslo y otro en el pecho. No vivió para verlo, pero muchos sandinistas se acordaron de él el siguiente mes de julio, cuando el régimen se vino abajo y el Frente entró triunfante en Managua. En octubre de 1979, le ofrecieron un funeral y un entierro digno de sus restos en Tola.
A Álvarez le gusta mucho citar un poema, Angustia, porque cree que captura en pocas líneas escritas por el propio sacerdote guerrillero lo que fue Gaspar García Laviana: “Las angustias de mi alma no las calma el rosario, ni la misa, ni el breviario. Mis angustias las mitigan las escuelas en los valles, el bienestar campesino, la libertad en las calles y la paz en los caminos”.
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