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CRÓNICA

Muere a los 68 años Anibal Vázquez, alcalde de Mieres desde 2011

Aitana Castaño

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Hacía tan solo unos días que Aníbal Vázquez había sido elegido, por primera vez, alcalde de Mieres con 9.807 votos (casi lo mismo que la suma de los dos partidos siguientes). Una de sus primeras decisiones fue organizar una asamblea ciudadana abierta a todos los vecinos de su concejo para contar lo que se había encontrado él y su equipo de gobierno en el Consistorio.

En esa cita ciudadana estaba, claro, la prensa. Yo formaba parte de ese séquito de plumillas. El titular con el que todos nos quedamos aquel día fue una frase que de alguna manera resume mucho el “estilo Aníbal” de hacer las cosas, de decirlas. Aseguró: “No tenemos un putu duru”. Los periodistas allí presentes soltamos una carcajada por lo bajo, nos miramos y en nuestras crónicas pusimos. “El nuevo alcalde asegura que los recursos económicos del Ayuntamiento son limitados”. 

A Aníbal no le gustó nada la traducción de sus palabras. Me lo dijo como suele decir las cosas la gente como él, con cariño, socarronería y alguna pulla que lejos de enfadar te hace reír. “A mí la gente me votó porque hablo claro, sol, así que déjate de traducirme. La gente tiene que saber que no vamos a poder facer ni una acera en los siguientes seis años”. 

Y eso es lo que hicimos durante los siguientes años de su “reinado”, no traducirle, darnos cuenta de que si él decía las cosas de una manera en concreto era porque sabía que así lo entendían la mayoría, la mayoría al menos de los que él quería que lo escucharan, sus vecinos de Mieres. Con eso le bastaba, con eso le iba a ir bien…

También hicimos en ese tiempo, y voy a hablar en primera persona porque esta será posiblemente, la crónica menos objetiva que escribiré en mi vida, adorarlo. Lo digo así y sin rodeos: Hasta cuando tomaba alguna decisión con la que yo, como ser pensante que soy, no estaba de acuerdo lo adoré.

Ocurrió cuando en la puerta del juzgado donde los dos fuimos de testigos pasamos horas y yo le eché en cara la privatización de algunos servicios municipales. “Si tuviera perres, ¿crees que no habría creado plazas de trabajadores municipales? Pero no tenemos, sol, los Ayuntamientos no tenemos perres y entonces, eso sí, lo que nos toca hacer ye defender que les clausules sociales de esos contratos sean buenes, sean las mejores, que los trabayaores cobren bien y tén bien. ¿Explícome?”. Si, claro que se explicaba. Soy más pragmática que utópìca, seguro, y me callé.

Aníbal Vázquez y su estilo han dignificado tantas cosas que no sabría por dónde empezar. El movimiento sindical minero, desde donde desarrolló parte de su vida laboral. En concreto en la seguridad minera. Una de las cosas más simpáticas que te podía contar cuando se acordaba era su participación en los congresos internacionales. Como aquel en EEUU al que, reticente a llevar tarjeta de crédito, llegó con un fajo de billetes como si fuera tratante de ganado para pagarlo todo, incluido el hotel.

“Tuve que llamar a un amigu que trabayaba en Cajastur pa que me ficiera llegar la tarjeta…”. Cada noche de aquel periplo yankee los organizadores, entre los que estaba, iban a un bar de tapas español regentado por un cubano. “Si ves qué cara me ponía el chaval cada vez que le pedía un ‘cubalibre’”, decía recordando la historia.

También el movimiento asociativo se benefició del “estilo Aníbal”. Cuando yo lo conocí, estaba al frente de la Asociación Cultural y Minera Santa Bárbara, un cargo del que, me consta, él siempre estuvo más que orgulloso. Porque el carbón y la mina, como el humo de esos pitillos que nunca dejó y a los que a veces me invitó en su despacho, llenaron siempre su proceder, sus frases o su filosofía de vida. Todo lo podía medir en términos mineros. Hasta lo más inverosímil.

En un acto, ya de alcalde, hace no tanto en el Campus de Mieres, en los días en los que era polémico la fusión de facultades de Minas que iba a traer a todos los estudios del ramo para Barredo, criticó ante los micrófonos, los representantes políticos de diferentes administraciones y el Rector a aquellos profesores y catedráticos que habían hecho pública su negativa a dar clase en suelo mierense: “Esto ye muy fácil. Cuando yo diba a la mina y decíai al capataz que nun quería trabayar en el sitiu al que me mandaba, el capataz me decía, garra el petate y pa casa, a ver si mañana te apetez”. No necesitaba traducción para ninguno de los que estaban allí escuchándolo, y menos para los que nos reímos de su ocurrencia.

La segunda vez que fue alcalde Aníbal, en 2015, lo hizo con mayoría absoluta. Sacó 12 concejales de los 21 que se eligen en Mieres. Esa noche, en la sede de Izquierda Unida donde hoy ni siquiera me puedo imaginar la tristeza, muchos de los que cuatro años antes habían llorado porque por primera vez “los comunistas” gobernaban en Mieres, volvieron a hacerlo entre abrazos.

Aníbal puso en primera fila a “los vieyos”, esas personas que durante muchas décadas habían dado su vida por unas ideas perseguidas primero, repudiadas, ignoradas y hasta burladas después. Pero también a los jóvenes a los que siempre, siempre, dio oportunidades. Estaba feliz. No era para menos. Ese año, era el 2015, su candidatura sumó más de 10.000 votos, o lo que es lo mismo, el 48,93% del total de las papeletas emitidas. Y eso que no tenía un putu duru y como él mismo había predicho, no había podido hacer ni una sola acera en el concejo. 

Ahí fue quizás cuando nos dimos cuenta de que efectivamente no había que traducir las verdades, que la gente las entiende y hasta las avala, por duras que sean.

A mediados de este segundo mandato el gobierno de IU ya pudo empezar a desarrollar algunas de las iniciativas que tenían previstas. En buena parte gracias al equipo de concejales que siempre acompañó a Vázquez y también de su gente de Izquierda Unida, leal hasta la extenuación al menos de cara al público. Y aquí otro detalle. En aquella candidatura de IU de 2015 iba un chaval de Turón que ahora ya nos suena a todos, Juan Ponte. Era joven y modernillo, con un flequillo que le tapaba la cara y unos ademanes de filósofo que lo hacían peculiar.

Tras una de las primeras ruedas de prensa de Ponte anunciando algo, no recuerdo el qué, de actividad cultural, paré a Aníbal por el pasillo: “Oye, vaya fichaje el Ponte este… ¿siempre fuiste tan finu pa elegir a los equipos?”. Él se rió. Pocos meses después hubo una conversación parecida pero el protagonista fue Manuel Ángel, el vicealcalde. Entonces sí me respondió: “Sol (así me llamaba muchas veces), yo de lo que sé ye de mina y de seguridad, del resto nada. Así que lo que faigo ye rodearme de gente lista y dejalos facer, desde siempre”. Aquella frase que, nuevamente, me hizo reír me parece ahora la declaración de generosidad más hermosa que le escuché nunca a un dirigente político.

Iba a ir acabando porque veo que puedo seguir así durante miles de líneas más, pero antes tengo que contaros cómo fue la noche electoral de 2019 porque es justo advertir que en esa ocasión el alcalde fue reelegido por el 58,11 % de los votos. Izquierda Unida, con él al frente, recibió 3.300 votos más que la suma de las siete formaciones que se presentaron a los comicios. Ganó en todas y cada una de las mesas. 

Me encontré a Luis Álvarez Payo a la puerta del Colegio Aniceto Sela donde vigilaba el recuento. Salía pálido. Era una mesa del centro de la villa mierense y los votos a IU duplicaban al resto. Era como si Payo no supiera enfrentarse a semejante victoria. El resultado esa noche fue tan evidente, tan temprano, que los periodistas ya estábamos a las nueve y media de la noche en la sede de IU de Mieres. No tardaron mucho en llegar los brindis. Era imposible no contagiarse de la emoción.

Todos, absolutamente todos, fuimos abrazados por Aníbal. 15 concejales de 21 fue el resultado de la tercera candidatura encabezada por él, que en un momento dado se acercó a mí y entre el jolgorio me dijo: “¿Sabes algo de cómo tá la cosa por Langreo? Sí lo sabía, no solo porque es mi pueblo, si no también porque tenía que marchar corriendo para allá porque había cambio en la alcaldía, tras cuatro años de gobierno IU-Podemos, volvían al los socialistas. Se lo dije. ”Y yo con quince concejales, que voy tener que inventar concejalías para alguno. Bueno, anda, que no se desanime, si vas pallá dile a Jesús que le mando yo un concejal de los que me sobra por Santumiliano“. Me guiñó un ojo y sonrió. Yo también lo hice. Porque esa capacidad de sacar sonrisas de Aníbal en cualquier momento también era propia de su estilo arrebatador. 

Vino una cuarta noche electoral, hace tan solo unos meses, el desgaste de los doce años anteriores de gobierno, puede que algo de la situación general o lo que sea, hizo que IU perdiera un concejal en Mieres. Aún así conservó la mayoría absoluta con 14 actas de edil y volviendo a sumar más votos que el resto. En esa jornada no me tocó ir a su sede a ver los brindis pero pude felicitarlo después. “Gracies, sol”, dijo antes de abrazarme.

Ahora lo pienso, y ya sí acabo, ¿hay algo que pudiera haber hecho Anibal para perder unas elecciones en Mieres? Si me permitís, y por eso de jugar en su estilo socarrón y negro que era suyo y es de todas las cuencas, sí. Hay una cosa que solo podía hacer para perder: Morrer. Y con su marcha, perdemos todos. Belén y sus hijos y nietos a un marido, padre y güelu que los adoraba. Los demás a un amigo, un camarada, un referente, un alcalde…

Y aquí estamos, llorando porque sabemos que ya no quedan políticos que no requieran traducción y que mirándonos a la cara nos digan: “No tenemos un putu duru”.

A todos los que conocieron, quisieron y admiraron a Aníbal Vázquez, un abrazo.

A su familia, su mujer, sus hijos y nietos además les digo: Muchas gracias por vuestra generosidad para compartirlo con los demás.

Hasta siempre, sol. 

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