Muere Rosa, la cunqueira de Trabáu
Conocí a Rosa hace ahora 16 años. Era un día tal como hoy. Hacía un frío que pelaba en Trabáu (Degaña), coronado aún por la nieve. Después de la grabación en aquel primigenio Rincón Cunqueiro todo el equipo acabamos con Rosa en casa de la gran María, transmisora de tradición oral (menudo trío junto con Vitorino, otro cunqueiro de raza), calentando el cuerpo y el alma con un café, al amor de la cocina de chapa. Allí viví uno de esos momentos que la vida te regala, con aquellas dos mujeres entonando cantares al son de las panderetas y el calor del hogar.
Desde entonces tuve la oportunidad de seguir compartiendo momentos con la gran Rosa Cunqueira, toda fuerza. Sí, así podría describirse a Rosa: toda fuerza. Con su hablar rápido y enérgico, las ideas claras y la sinceridad por bandera. Así recordamos a Rosa.
Mujer trabajadora, se describía a sí misma como “una mujer rural de la tierra cunqueira con inquietudes por los oficios tradicionales, la cultura y la lengua cunqueira. Soy una cunqueira, sin más”, porque, reivindicaba en aquella misma entrevista que le hacía por el Premio Mujer Rural de Asturias 2022, que sí, que lo era, que “siempre lo voy a ser, no solo este 2022”.
Y esas inquietudes de las que hablaba son las que le llevó a emprender, en este pequeño lugar escorado en la geografía asturiana, un nuevo epicentro cultural, un terremoto que bramaba con la voz de Rosa, con el sonar de los panderos que cosía a la entrada de 'La Guarida del Cunqueiro' mientras denunciaba que sin servicios y sin economía de la que vivir no se atrae población para el mundo rural. Te explicaba qué ruta era mejor seguir para subir al Teso Mular y bajar a las Lagunas de Astierna o dónde se había visto al oso la última vez. Y todo esto mientras nuevas ideas bullían en aquella cabeza, que yo creo que nunca daba descanso para dar valor al concejo de Degaña. “¿Sabes? Se meten garbanzos o lentejas dentro del pandero para que suene mejor con la vibración”, explicaba mientras apretaba el hilo con el que cosía el pellejo.
El sonido de un mundo que se resiste a morir en silencio. Ideas que borbotaban en un rumor sordo, que iban tomando forma, secundadas por su hijo Víctor, hasta brotar en el maravilloso Cachu Fest que ponía patas arriba a todo un concejo para mostrar todo su poderío.
Porque Rosa también tenía un poco de moscardón, de decir de frente lo que pensaba. Porque a ella se le veía en la cara lo que sentía y pensaba. Sin doblez. Y ahí va que te preste. Lo que se necesita desde un mundo rural que no quiere ser pisado más allá que sobre el mapa en un despacho alejado. Lo que necesitan las mujeres que sacan adelante estos lugares, mujeres como las cunqueiras que ella recordaba, sacando adelante a las familias, a los pueblos, mientras los paisanos iban a vender durante buena parte del año las tixelas (vajillas de madera) que torneaban en los pocos meses que permanecían en casa. Por eso reclamaba su espacio en el plano, no quedar fuera del encuadre que a ellas no las significaba como sujeto con capacidad de agencia.
Volví a visitarla en varias ocasiones. La última a finales de agosto del año pasado para grabarle un pequeño vídeo entre visitas de turistas a los que explicaba la vida de los cunqueiros y les hacía una demostración del torno de pedal en la tienda. En el privado Víctor seguía dando forma al Cachu Fest y organizaba el viaje que su madre y su tío harían en octubre a Venecia para desconectar. “Me gusta viajar, ver otras cosas y traérmelas. Siempre marcho con el mi hermano”. Un merecido descanso después de todo el trabajo que supuso poner en marcha un festival que antes de tener programa ya había cerrado prácticamente todos los aforos.
Nos vimos de nuevo a finales de septiembre, coincidimos en el Jurado de la Mujer Rural de Asturias 2023. Su cara de cansancio reconocía todo el trabajo y esfuerzo que culminaba justo ese fin de semana con la celebración del Cachu Fest. Sin apenas descansar se desplazó a Oviedo y comimos en compañía de la compañera y amiga Ana Paz Paredes. Allí repasaban cada momento vivido y Rosa nos reconocía las ganas enormes que tenía de marchar a Venecia para descansar y reponer pilas, para seguir ideando nuevas aventuras, de estas liadas suyas provocadas por sus inquietudes incontenibles. La gran Rosa. La incombustible Rosa.
Y ese recuerdo, esa fuerza, es lo que me llevo de este trozo del camino compartido con ella. Rosa para mí es un vendaval, es un ejemplo de lucha, de trabajo y de esfuerzo. Rosa para mí es ser Paisana. La última cunqueira de una tierra que hoy la llora y añora.
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