La 'resistencia' de las últimas rederas de Asturias para evitar que su oficio se extinga ante la falta de relevo
Teté Costales es una 'superviviente' que trabaja en Lastres. El Reader le rinde un homenaje este domingo como 'Mujer Rural 2023'. Alicia Rodríguez Calero relata su experiencia en Bustio (Ribadedeva)
Teté Costales Obaya, de 65 años, es una superviviente de un oficio en peligro de extinción. Desde hace más de tres décadas trabaja como redera en Lastres, una localidad costera de la zona oriental asturiana. Este domingo recibirá el premio como “Mujer Rural de Asturias 2023' que otorga la Red Asturiana de Desarrollo Rural (READER).
Ella se autodefine como una redera un poco atípica porque ni es hija de pescador, ni nació en un pueblo de puerto de mar. Su padre era carpintero y ella nació en Tornon, una parroquia del concejo asturiano de Villaviciosa que en el censo de 2020 no llegaba a 200 habitantes.
El matrimonio con un marinero de Lastres, una localidad costera situada en el concejo asturiano de Colunga, acercó a Teté al arte de las redes, un oficio que está en peligro de extinción ante la falta de relevo generacional y donde ella destaca como mujer emprendedora.
Su jornada de trabajo empieza a las nueve de la mañana y termina a las nueve de la noche. Su vida transcurre en el almacén donde cose y repara las redes y en la tienda anexa donde vende los productos marineros a los turistas llegados de todas partes de España y el extranjero. En el almacén incluso cocina y almuerza para aprovechar todas las horas del día.
Del puesto en la plaza a coser redes
La 'Mujer Rural de Asturias 2023' desembarcó en Lastres con la idea de “echar una mano” a su hermano Jose en el bar Marbella que abrió en el pueblo y donde conoció a un pescador llamado Eugenio, con el que contrajo matrimonio y formó una familia.
Sus primeros trabajos fueron en un hotel y en una tienda pero su vida dio un giro cuando entró a trabajar en una pescadería durante tres días a la semana y se tenía que desplazar hasta la localidad asturiana de Pola de Siero, donde vendía el pescado en un puesto de la plaza.
“Siempre me había llamado la atención ver cómo se cosían las redes. La Cofradía de Pescadores organizó un curso restringido a socias que eran hijas de pescadores y como yo no lo era me quedé sin plaza. Tenía muchas ganas de aprender el oficio y cuando el ayuntamiento organizó otro curso, abierto a todo el mundo hace unos 30 años, conseguí un puesto y ya no volví a soltarlo nunca más”, explica.
El trabajo es su pasión y lamenta que económicamente no esté bien remunerado a pesar de que es un oficio imprescindible para la actividad pesquera.
“Económicamente no se puede vivir únicamente de coser redes. A día de hoy los pescadores están muy en precario también, no tienen una economía muy boyante. Es un trabajo que no está muy bien pagado, pero hay que dar otros valores a la vida, no solo el económico. En mi caso, me siento una parte imprescindible en el sector porque si no hay redes, no hay pesca”, señala.
Las rederas trabajan distintos artes de pesca. En su caso, Teté hace la red de cerco, que es con la que empezó a trabajar, aunque comenta a elDiario.es Asturias que cada vez hay menos barcos en Asturias y, en consecuencia, muy poco trabajo de esta especialidad.
También realiza artes de bajura, volanta, miños y rasgos que, aunque tienen más demanda, económicamente son menos rentables. Cualquiera de estas redes son para la pesca de bajura aunque especifica: “la volanta es para la merluza, los rasgos son para el rape y los miños son para la pesca de salmonete, lenguado e incluso de marisco”.
Diversificar la actividad
Cuando los barcos marchaban desde Asturias al País Vasco a la costera del bocarte, durante casi dos meses, disminuía el trabajo y apenas llegaban encargos porque no rompían las redes, por lo que ella empezó a pensar en diversificar su actividad porque no llegaban los ingresos y a finales de mes tenía que hacer frente igual a los gastos de autónomos y al alquiler del local.
Para mantenerse económicamente, Teté abrió una tienda de productos marineros y artesanía que confeccionaba ella misma aprovechando unas ayudas económicas que concedía la Unión Europea (UE) para incentivar que la gente de la mar no abandonara los pueblos.
“Empecé a consultar revistas y se me ocurrió abrir una tienda y confeccionar llaveros y pulseras durante el tiempo que estaba parada. En verano sacaba un caballete delante del almacén y los vendía a los turistas”, comenta.
Reconoce que lo que menos le gusta es la “cantidad de papeleo” que se necesita para solicitar las subvenciones aunque ella particularmente ha tenido la ayuda de la Comarca de la Sidra y de la Dirección de Pesca, que le asesoraba con las gestiones.
Vivir exclusivamente de coser redes es imposible, asegura, pero ella, que es optimista, anima a las mujeres que quieran emprender a que no tiren la toalla.
“El camino es difícil, pero a fuerza de buscar ayudas y de diversificar con alguna actividad más, al final se consigue y aunque yo lo conseguí a fuerza de años, añade, estoy en el lugar que quiero y haciendo lo que realmente quiero”.
Coso redes y tengo una tienda de productos pesqueros y artesanía al lado del almacén. Ahora trabajo todos los días de nueve de la mañana a nueve de la noche. A casa solo voy a dormir, pero soy una mujer totalmente feliz
Teté dice abiertamente que es una mujer totalmente feliz al poder desarrollar un trabajo que es totalmente vocacional: “Cuando empecé a coser redes trabajaba de lunes a viernes. Ahora que además de coser atiendo la tienda de productos pesqueros y artesanía trabajo todos los días, de lunes a lunes siguiente, de nueve de la mañana a nueve de la noche. A casa voy a dormir, pero soy una mujer totalmente feliz”.
Cuidar la vista, las manos y las muñecas
Mantener un cuidado especial con la vista, las manos y la muñeca es una de las prioridades de las rederas para llevar a cabo un buen trabajo. Tendinitis y problemas de columna por las malas posturas con las que cose y repara las redes son algunas de las enfermedades más habituales.
“En invierno, con el frío, las manos se me agrietan y ya voy probando muchísimas cremas, pero da igual. Yo trabajo sin guantes y es difícil de tratar porque antes de que termine de sanarte una herida ya salió otra”, ratifica.
Apenas quedan rederas en activo en Asturias. Poco a poco se han ido jubilando y no sabemos cuántas siguen en el oficio porque no hay un censo oficial
Apenas quedan rederas en activo en Asturias. En 2015, después de dos años intentando encontrar a las rederas que trabajaban en otros puertos, Teté consiguió formar la asociación Areva de rederas de bajura en el Principado, que actualmente ya no tiene prácticamente actividad.
Llegaron a ser ocho mujeres y se repartían entre las localidades costeras de Lastres y Luarca, pero poco a poco se han ido jubilando y ella desconoce cuántas siguen en el oficio porque no hay un censo oficial.
Teté impartió el año pasado un curso a nueve alumnas en Lastres e incluso un taller como clase extraescolar a niños para tratar de que el oficio no se pierda.
Dice que el principal problema es que se exige un certificado de profesionalidad para desarrollar la actividad y con la burocracia existente tardan mucho en entregarlo, por lo que todo se ralentiza.
Teté reivindica la necesidad de que el trabajo de las rederas se visibilice porque, según sostiene, está muy poco valorado.
“La mayoría de la gente piensa que las redes vienen de la fábrica. No existe ningún arte de pesca que no lleve un trabajo artesanal detrás. Las cuerdas sí se hacen en las fábricas, pero el montaje siempre es manual al igual que las reparaciones cuando se rompen”, explica.
La ayuda de los pescadores jubilados de la mar
Las redes que prepara son de varios tamaños. No trabaja con un tamaño estándar. Hay redes que miden 600 metros de largo y en esos casos cuenta con la ayuda de pescadores jubilados de la mar. Al trabajo programado se suman las llamadas de emergencia de última hora.
“Hay veces que los barcos salen por la noche a la mar, entran de madrugada al puerto y por la mañana temprano me suena el teléfono avisando que se rompió la red. Pueden ser redes de 100 ó 200 metros. Nunca se sabe. Entonces estos jubilados de la mar que saben coser son los que me ayudan. Nos desplazamos a pie de puerto y cosemos todo el día y a la tarde-noche la red vuelve al barco. Si finalmente no dio tiempo a coserlo se puede hacer un apaño y siguen trabajando con la red”, describe.
Teté no sólo cose en el almacén, otras veces debe reparar alguna red desplazándose a los puertos generalmente de Avilés o de Gijón. Si la avería es muy grande y no se puede terminar el trabajo en un día, entonces optan por transportar la red en un camión y se la llevan al puerto de Lastres, donde la extienden y la cosen los días que sea necesario, a veces incluso semanas, y cuando ya está lista la recogen y la llevan al puerto de origen.
Las redes se suelen romper por varias causas. Según sus explicaciones, pueden romperse si al caer la red al mar choca contra alguna roca que esté en el fondo. Unas veces, porque la dejan caer demasiado; otras por la misma corriente de la mar que la arrastra hasta las piedras. Si lo engancha va rasgando igual que una tela y al final se rompe.
En otras ocasiones, la propia hélice del barco engancha la red, con lo cual ya se complica más el trabajo porque tienen que recurrir a la ayuda de un buzo para cortar la red. Al estar cortada ya le falta un trozo que luego Teté tiene que recortar bien y sustituirlo para que quede perfecto.
Otras veces, las redes se rompen o se rasgan al engancharse a un tronco de madera que esté flotando en el agua en el momento en que se levanta la red.
Habitualmente todas las redes rotas pueden arreglarse y si ve que están muy deterioradas o en mal estado que calcula que va a ser más costoso emplear muchas horas de trabajo opta por su sustitución.
"No me planteé todavía la jubilación porque me encuentro bien. A veces me paro a pensar cómo es posible que siga queriendo realizar tantos proyectos con 65 años recién cumplidos. Todavía tengo facultades para seguir y me encanta lo que hago
Teté no se ha planteado retirarse del oficio y seguir una vida más tranquila en casa con su familia. Cuenta que este pasado verano incluso le llevaban a sus dos nietos, de tres y seis años, al almacén, que es donde transcurre su amplia jornada laboral.
“No me planteé todavía la jubilación porque me encuentro bien. A veces me paro a pensar cómo es posible que siga queriendo realizar tantos proyectos con 65 años recién cumplidos. Pero todavía tengo facultades para seguir y me encanta lo que hago”, asegura mientras sigue preparando la red.
Este domingo recibirá el premio como 'Mujer Rural de Asturias 2023' y en el acto improvisará su discurso contando su trayectoria en este oficio que le da tanto trabajo y a la vez tantas satisfacciones, mientras apela a la necesidad de que llegue pronto un relevo generacional para que no se extinga.
De dependienta en Sevilla a redera en Asturias
Alicia Rodríguez Calero, de 49 años, aún conserva el acento sevillano de su ciudad natal de Alcalá de Guadaira a pesar de que hace 20 años que abandonó su tierra. Su vida cambió cuando conoció a un hombre llamado Lolín que vivía en el pueblo de Bustio, en Asturias, y que se dedicaba a la pesca, siguiendo la tradición de su padre Lolo y un tío paterno. Lolín acabó convirtiéndose en su marido y padre de sus tres hijos, de 17, 13 y nueve años.
El cambio fue radical. En Sevilla capital trabajaba como dependienta en un supermercado en un centro comercial y en Bustio, este pequeño pueblo marinero situado en un recodo ribereño de la Ría de Tina Mayor, en la frontera natural entre Asturias y Cantabria, aprendió los entresijos del sector pesquero hasta especializarse en el oficio de redera.
A diferencia de Teté, Alicia se ocupa de los dos barcos de la empresa familiar y por su experiencia como administrativa también lleva la contabilidad. Su marido es el armador.
“A mi marido le apasiona su profesión, pero no le he visto en mi vida hacer una red, es la parte que no le gusta. Si hay mala mar y no pueden salir a pescar, él, su padre y su tío vienen a la bodega pero mientras ellos están armando las volantas mi marido está pintando o arreglando como mecánico cualquier cosa para los barcos. Todo con tal de no hacer redes que lo ve una tarea muy aburrida”, dice entre risas.
Ella acude puntual todas las mañanas a la bodega a armar las volantas. Para ella, el trabajo más difícil es el de coser. Cuando se estropean las redes explica que el experto es su suegro que repara las costuras: “Mi suegro es una maravilla”, ensalza.
Disfruta con su trabajo porque, entre otras ventajas, ella es su propia jefa. Ella y Teté tienen la suerte de que trabajan en un local bajo techo, en su caso se denomina bodega y en el de la redera de Lastres se llama almacén. Otras rederas tienen que coser el cerco a pie de muelle e incluso dentro de los propios barcos, destaca Alicia.
Ella está seis horas seguidas armando la red y mientras trabaja está entretenida con la radio y a su aire. Lo peor que tiene su trabajo es que durante las seis horas de jornada está de pie y eso se traduce en dolores de espalda, pero sobre todo, de las manos. Y a pesar de la tendinitis que tiene en el codo, ella sigue a buen ritmo con la tarea y siempre risueña porque si algo la caracteriza es que trabaja de buen humor.
La empresa familiar cuenta con dos barcos, pero uno de ellos lo tienen parado porque, según manifiesta, no hay gente para ir a la mar, siendo la falta de personal uno de los mayores problemas actuales.
“Hoy en día no se encuentran marineros pescadores. Mi hijo mayor quiere ser soldador y sacar el título de tornero y fresador, afirma, pero ante la falta de personal se apuntó a un curso de marinero pescador que impartían en Avilés. Ya sacó la parte de formación básica. Yo le enseñé a hacer redes y estuvo este verano ayudándome y espero que el verano que viene pueda ir a la mar con su padre”.
Alicia comenta que en San Vicente de la Barquera, en Cantabria, también hay barcos parados porque en la comunidad autónoma vecina tampoco hay gente suficiente para salir a la mar :“Si seguimos así, llegará un momento en que si no hay barcos vendrán de otros países”, lamenta.
A mí me han enseñado a ahorrar todo lo que se gane desde Semana Santa, que empieza la temporada de 'xarda', hasta el otoño porque después llega el invierno y si no pueden salir a la mar no cobran
Su formación como administrativa y su doble trabajo llevando la contabilidad de la empresa le han servido para valorar lo importante que es ahorrar y como mujer previsora que es procura guardar los ahorros en tiempos de vacas gordas para estar cubierta cuando llegue el tiempo de las vacas flacas.
“En el verano si se les da bien la jornada pueden ganar dinero, pero en el invierno esto afloja. A mí me han enseñado a ahorrar todo lo que se gane desde Semana Santa, que empieza la temporada de 'xarda', hasta el otoño porque después llega el invierno y si no pueden salir a la mar no cobran”, ilustra.
El precio disparado del combustible tampoco ayuda a la economía familiar y, según cuenta, en su caso llevan un año esperando a cobrar la subvención estatal al gasóleo.
Alicia advierte que hoy en día se están cargando la pesca artesanal y culpa especialmente a los arrastreros porque, en su opinión, destrozan los fondos marinos. La pesca artesanal, por el contrario, no estropea ni destroza el fondo marino.
La falta de relevo generacional puede llevar a la extinción de su oficio. Alicia considera que uno de los principales obstáculos para que haya más mujeres dispuestas a seguir su camino es el trámite burocrático que acompaña a la obtención del certificado de profesionalidad que se les exige para ejercer.
“Yo trabajé como redera cinco años con anterioridad antes de hacer un parón para criar a mis tres hijos. Me convalidaron esas horas, pero apenas dan facilidades. Antiguamente te daban de alta como bodeguera y ahí se incluía todo lo que hacía tanto de bodeguera como de redera. Sin embargo, ahora yo llevo un año intentando darme de alta en la Seguridad Social para cotizar y figurar como redera y no hay manera.”
El cambio climático también les está afectando tanto porque el agua está muy caliente como por las basuras que hay en la mar. Pone de ejemplo el caso del rape que casi ha desaparecido o el pulpo, que también escasea.
La excesiva burocratización es, a su juicio, una de las principales trabas que hay hoy en día. Comenta que hace tiempo, cuando salían a faenar los barcos, se podía ir “a todo”, pero últimamente se precisa un permiso específico para cada especialidad, de tal forma que “si van a pescar rasgos o miños tiene que figurar expresamente que los permisos son para rasgos o para miños”.
El barco familiar tiene su base de atraque en el puerto de Llanes, en la zona oriental asturiana. Al terminar la jornada laboral, su marido y sus familiares llevan la pesca capturada a la lonja local, ahí descargan el pescado y se vende directamente en la lonja.
Una parte de las capturas se queda en Asturias y otra parte la venden fuera de la comunidad autónoma. Tienen encargos de empresas radicadas en Barcelona y hasta la Ciudad Condal envían en camiones la merluza y el rape que han pescado. En verano, suelen vender a los restaurantes y a las pescaderías locales de Lastres.
Alicia, al igual que Teté, es una mujer feliz. Está convencida de que el cambio que dio a su vida fue muy positivo. En 2019, su madre también dejó atrás su vida en Andalucía y se trasladó a vivir cerca de ella.
La familia está asentada en Unquera, la localidad del municipio de Val de San Vicente, en Cantabria, que linda con Asturias y situada junto a la ría de Tina Mayor, en la desembocadura del río Deva.
Su oficio de redera no lo cambiaría por nada. Tampoco Unquera, ni Bustio: “Aquí tienes que coger el coche para todo, pero no cambio vivir aquí por nada del mundo. Mis hijos tienen una gran calidad de vida y a mí me gusta venir a mi almacén, poner la radio y armar las redes”, ratifica con una gran sonrisa.
Toda una declaración de intenciones que hacen que Alicia, junto a Teté Costales, sean dos auténticas supervivientes de un oficio donde ellas son la resistencia.
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