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Entrevista a Antonio Orejudo sobre cuál ha sido el presidente más dañino para la democracia

Pregunta. Todos los presidentes de la democracia, salvo Leopoldo Calvo-Sotelo, se han marchado entre gritos de ¡dimisión, dimisión! ¿Qué nos pasa?

Respuesta. A nosotros no nos pasa nada. Habría que preguntarse más bien qué les pasa a ellos. O qué le pasa al diseño de nuestro sistema, que le permite a un presidente permanecer en el poder con toda la ciudadanía en contra y después de hacer exactamente lo contrario de lo que había prometido. Es cierto que pedimos la dimisión de Adolfo Suárez, que pedimos la de Felipe González, la de Aznar, la de Zapatero y ahora también pedimos la de Rajoy. Pero lo raro no es eso. Lo raro es que de todos ellos solo dimitió el primero.

P. Suárez no se marchó por la presión popular.

R. Al final de su mandato, la sola presencia de Adolfo Suárez en la tele provocaba la misma náusea que provoca hoy Mariano Rajoy. Aquella raya perfecta en el pelo, aquel aspecto de paleto venido a más, aquellas frases relamidas, “puedo prometer y prometo”. Hoy está canonizado, pero entonces era estomagante.

P. ¿Cuál de los seis presidentes que hemos tenido desde la muerte de Franco cree usted que ha sido más dañino para la democracia?

R. Es difícil decirlo... Lo único cierto es que hemos ido de mal en peor. Así que el menos dañino de todos debió de ser Suárez. Si alguno de los que vinieron después hubiera tenido que legalizar al PCE, hoy los comunistas seguirían siendo ilegales.

P. Eso es una especulación que no puede demostrarse.

R. Lo que no es una especulación es que todos ellos han dejado su cagadita. O varias. Y que todas juntas forman hoy el lodazal de nuestro sistema político.

P. ¿Hasta el efímero Calvo Sotelo dejó la suya?

R. Calvo-Sotelo nos metió en la OTAN.

P. Y Felipe González no nos sacó de ella como había prometido...

R. Con aquel viraje en el asunto de la OTAN, González nos enseñó que en política uno no debe ser esclavo de sus ideas. Nos enseñó que no pasa nada si vences en unas elecciones diciendo una cosa y luego mantienes lo contrario. Nos enseñó que puedes incluso ganar un referéndum, si tienes la financiación necesaria, aunque sea ilegal. Aquel cinismo pragmático desengañó a toda una generación de españoles y desmovilizó a la izquierda por mucho tiempo. Rajoy está recogiendo los frutos de la pasividad social ante el cinismo político que durante muchos años cultivó González. La sumisión del poder judicial al poder político, que tanto nos daño nos hace hoy, es otro fruto que también se sembró entonces.

P. ¿No le parece un poco fuera de lugar venir ahora con el márchese, señor González?

R. Es que yo no digo “márchese, señor González”. Yo digo “Rajoy, ¿dónde estoy?”, porque tengo la sensación de vivir entre ruinas. Es cierto que González abonó el terreno donde ha florecido —entre la impotencia de unos y la pasividad de otros— ese hermoso nardo de cinismo político, que se llama Rajoy. Pero Mariano es un destroyer. El presidente más peligroso que hemos tenido, un suicida. Con esa silenciosa filosofía suya de que “en la vida todo es resistir y que alguien te ayude”, se esconde un hombre desesperado, capaz de cargarse por ambición personal las pocas cosas que han dejado en pie sus predecesores, aunque el cataclismo final lo sepulte a él también.

Pregunta. Todos los presidentes de la democracia, salvo Leopoldo Calvo-Sotelo, se han marchado entre gritos de ¡dimisión, dimisión! ¿Qué nos pasa?

Respuesta. A nosotros no nos pasa nada. Habría que preguntarse más bien qué les pasa a ellos. O qué le pasa al diseño de nuestro sistema, que le permite a un presidente permanecer en el poder con toda la ciudadanía en contra y después de hacer exactamente lo contrario de lo que había prometido. Es cierto que pedimos la dimisión de Adolfo Suárez, que pedimos la de Felipe González, la de Aznar, la de Zapatero y ahora también pedimos la de Rajoy. Pero lo raro no es eso. Lo raro es que de todos ellos solo dimitió el primero.