Vaya revuelo que se ha armado con las palabras de Pablo Iglesias reclamando control público sobre los medios de comunicación.
Todo el mundo critica a Podemos, pero ahora mismo es Pablo Iglesias el que marca la agenda de discusión política.
¿Está de acuerdo con sus palabras?
Los medios de comunicación son terreno sagrado. Si alguien se atreve siquiera a insinuar la sugerencia de que sería conveniente tal vez regular los contenidos de los medios de comunicación, se convierte inmediatamente en un enemigo de la libertad de expresión y en consecuencia en un partidario de los estados totalitarios. Puedes pedir la nacionalización de los bancos, la prohibición de la sanidad privada o la eliminación de los colegios privados, que no pasa nada. Pero como se te ocurra sugerir alguna norma para esa ciudad sin ley que son los medios de comunicación, te conviertes en un sospechoso.
Los medios de comunicación no son una ciudad sin ley. Están sujetos a las leyes como cualquier otra persona física o jurídica. ¿Cree usted, que siempre ha criticado las leyes ad hoc, que además del Código Penal los medios de comunicación deberían ser regulados con una ley específica?
Es un poco raro que reclamemos leyes para casi todos los ámbitos de la vida, control para todos poderes, y dejemos al margen los medios de comunicación.
Las cadenas de televisión, las radios y los medios escritos tienen que respetar la ley vigente. ¿Debería haber más regulaciones?
Sí, creo que debería haber más regulaciones. Reglas que garantizaran la pluralidad y que velaran por la calidad. Si a mí me preguntaran, como a Zavalita en Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, cuándo se jodió España, no tendría ninguna duda en la respuesta: España empezó a joderse el día que aparecieron las televisiones privadas y en particular Tele 5. Alguien tendrá que analizar algún día la influencia que han tenido las televisiones, la abyección de sus contenidos, en la caída del nivel cultural del país, del nivel de educación. Hay programas de televisión indecentes, que habría que eliminar.
Tienen su público.
Oler pegamento también tiene su público.
¿No le parece que la calidad es un concepto demasiado volátil para regularlo?
No, en absoluto. ¿A usted le parece que la BBC tiene calidad?
Sí.
A mí también. Y si podemos llegar a un acuerdo en lo que a calidad de contenidos se refiere, podremos también valorar la veracidad o la manipulación de las informaciones.
¿No le parece que el control de los contenidos, de la calidad de los contenidos o de la veracidad de la información, acabaría facilitando la censura?
Habría que evitar que eso sucediera diseñando con cuidado el funcionamiento de los organismos de control y seleccionando con esmero a los miembros que las compondrían: profesionales y usuarios independientes. Si los encargados de velar por la calidad y la veracidad son los partidos políticos, apaga y vámonos. Ahí tenemos los casos de las televisiones autonómicas para saber dónde no queremos llegar. La censura no es una consecuencia inevitable del control. Ahora mismo no hay un organismo que supervise la veracidad y sin embargo hay censura. No sólo en los medios privados, sino también y sobre todo en los públicos.
¿No le parece que la mejor manera de proteger la libertad de expresión y la libertad de los ciudadanos para elegir los contenidos que quieren consumir es no inmiscuirse con nuevas normas?
¿Libertad? Yo no tengo libertad para montar una cadena de televisión. Ni siquiera un periódico. Incluso algunos periódicos como El País ni siquiera me publican las cartas al director que escribo. ¿De qué libertad me está hablando? Y como televidente, no tengo libertad de elección. Me gustaría elegir un buen programa de música en alguna cadena y no puedo. Me gustaría elegir otro programa que consistiera en largas conversaciones a escritores españoles y extranjeros y en análisis de sus libros, pero no puedo. Sólo tengo el excelente Página 2, pero es muy cortito. Me gustaría elegir un espacio que emitiera esas películas tan difíciles de ver, que circulan al margen de los circuitos habituales, y no puedo.
Es que esos programas no interesan a la gente.
La cultura nunca ha interesado a la gente, pero la obligación de los medios de comunicación es difundirla. Como diría la Iglesia católica, ya está bien de relativismo: lo que no pueden difundir las cadenas de televisión son esos debates donde la gente grita, se interrumpe y no respeta al interlocutor. Eso es antihigiénico y un país no debía permitir que sus niños se formaran oyendo a esos energúmenos con prestigio.
Son los inconvenientes de vivir en libertad.
Ay, la libertad. ¡Cuánto daño han hecho los telefilmes idealizando la libertad! La libertad solo existe para justificar la atrocidad. Prefiero defender la justicia, la igualdad y la buena educación. Garantizando esos tres principios se preservan los mismos valores —incluso alguno más— que defendiendo ese concepto tan vago y amorfo que llamamos libertad.