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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La carrera de los valores

  • Con el apadrinamiento entre niños, los más pequeños desarrollan su capacidad crítica sobre temas relacionados con la pobreza y exclusión, la globalización y los derechos humanos

Cuando María era una niña jugaba durante horas con una muñeca de madera que le hizo su padre. Era su único juguete. Eso y un poco de imaginación bastaban para garantizar la diversión. “Lo compartía todo con mis hermanos y con mi mejor amiga y nos entreteníamos con cualquier cosa”, explica. Hoy ella tieneños y los tiempos han cambiado mucho, pero no se resigna a que sus hijos vean la realidad de forma distorsionada, en la que las relativas comodidades con las que viven apenas les dejan intuir un mundo desigual.

Educar a los hijos para que sean buenas personas es uno de los retos a los que se enfrentan los padres y madres en un contexto social y económico que favorece el individualismo. Para afrontarlo, Ayuda en Acción ha puesto en marcha un proyecto de apadrinamiento entre niños con el que los pequeños se involucran en la lucha contra la pobreza y la exclusión de millones de personas; con ello comprenden mejor cómo funciona el mundo y se educa en valores como la solidaridad, el respeto y el compromiso. El responsable de campañas de Ayuda en Acción, Alberto Casado, explica que el proyecto nace de la propia demanda de las familias: “Los socios nos contaban que con las cartas de los niños apadrinados explicaban a sus hijos y sobrinos cómo es la vida en otros países. Lo que hicimos fue poner en valor esa experiencia y desarrollamos un proyecto a través del juego y la diversión, que es lo que hace que los niños aprendan con más ganas”. El hilo conductor de esta experiencia es Wedu, “un personaje simpático que llega de otro planeta, que va explicando lo que pasa en los países donde nosotros trabajamos, qué cosas faltan y qué se puede hacer”, apunta Casado.

Gracias a este proyecto, los más pequeños pueden saber más y desarrollan su capacidad crítica sobre temas relacionados con la pobreza y exclusión, la globalización y los derechos humanos, entre otros. “A veces nos equivocamos al pensar que hay cosas que los niños no pueden entender, pero puesto en su lenguaje pueden entenderlo todo. Por ejemplo, no entienden las cifras de niños que pasan hambre, pero entienden perfectamente que en determinados sitios los niños en vez de comer tres veces al día comen una, o que en vez de la hamburguesa que comen aquí, allí tienen arroz todos los días de la semana. Utilizando conceptos simples les transmitimos la diferencia de vivir en un sitio y en otro”, detalla Patricia Moreira, directora general de Ayuda en Acción.

María propuso a sus hijos apadrinar a un niño, algo que les encantó. César, de diez años, esperaba ansioso la llegada de la carta de su nuevo amigo a su casa, en Santiago de Compostela. “Cuando la abrió y vio la foto de Elky se puso muy nervioso. Estaba orgulloso de ayudar a un niño que vive tan lejos”, apunta su madre. Tanto, que al día siguiente llevó la fotografía al colegio para explicárselo a sus compañeros. Ahora ha puesto la foto del niño en el salón junto con la de su familia y hará un mural con las cosas de su amigo. Algo que está reportando una gran satisfacción también a María al ver que sus hijos se implican, se emocionan y son responsables.

Aprender con la práctica

En la otra punta del país, en Barcelona, a Olga le ocurría algo parecido. “Tengo la inquietud de que mi hija crezca en base a unos valores; entre ellos, la solidaridad y querer ayudar a los demás son para mi prioritarios. Me pareció que apadrinar a otra niña de su misma edad y en otro país le abriría los ojos y la mente a mi hija, pues así conoce otra cultura y aprende a aceptar tradiciones diferentes, ni mejores ni peores, simplemente diferentes”, comenta. Algo comenzó a cambiar desde que recibieron las primeras noticias de la niña que apadrinan. “Desde que llegó la foto de Anai, su nueva amiga de Perú, Clara no paraba de preguntar cosas sobre su país y sobre cómo vivía: si tienen ordenador, si comen esto o aquello, en qué trabajan sus padres… miles de preguntas. Yo no sabía responder a muchas de ellas así que le dije que fuera ella misma quien se lo preguntara a Anai”, relata Olga, que hace un mes contemplaba cómo su hija leía “con los ojos llenos de ilusión” la primera carta de la niña que tienen apadrinada.

El apadrinamiento con su hija, afirma, está siendo “un proceso transformador” para toda la familia. “Desde que tiene a su amiga apadrinada, hemos notado un cambio de actitud enorme en Clara. Tenía un carácter bastante exigente, quería siempre imponer su criterio y ello le generó algún problemilla con sus amigas. Nunca ha sido una niña consentida a quién le hemos dado todo, pero ahora en lugar de pedir que le compremos cosas me dice: ‘mamá, no gastes dinero en esto que lo enviamos a Perú’. Está mucho más concienciada sobre la importancia de ayudar a los demás”.

La explicación de esa pequeña revolución que está viviendo la familia de Olga nace en parte de la implicación activa que el proyecto exige a los niños. Charo Batlle es pedagoga y autora del libro “El aprendizaje-servicio en España”, un concepto que explica así: “El aprendizaje-servicio es una manera de aprender y de enseñar a través de realizar un servicio a la comunidad. Se basa en la idea de que los chicos y chicas encuentran mayor sentido a lo que estudian si ven la utilidad que tiene, si ponen en práctica lo que acaban de aprender”. Batlle, que ha dedicado su carrera profesional a formar ciudadanos capaces de cambiar el mundo, afirma que para conseguirlo “la clave está en la acción y el compromiso y un poquito menos en la verbalización”. Una idea que es el germen del proyecto de Ayuda en Acción. “Queremos ofrecer a las familias experiencias para ayudar a sus hijos a crecer, porque a través de ellas se aprenden valores y actitudes”, explica Moreira.

Familias comprometidas

“La implicación de las familias en este tipo de proyectos es una de las asignaturas pendientes” según Batlle, pues la mayoría de las iniciativas de educación en valores se centran en el ámbito escolar. Sin embargo, la educación en valores comienza en los hogares desde edades tempranas, pues los padres y madres son el primer modelo que tendrán como referente los hijos. “Durante los primeros años de su vida, ven lo que otros niños hacen bien o mal, pero sobre todo ven en los adultos de su entorno el modelo a seguir, les imitan”, señala Patricia Garcés, pedagoga y coordinadora de proyectos educativos en Ayuda en Acción.

El aprendizaje se produce en dos sentidos: los padres son el modelo a seguir, pero los hijos también pueden concienciar a sus familias. “Hay grandes problemas sociales en los que los niños pueden arrastrar a sus familias, como cuando les involucran en una campaña de donación de sangre o les convencen para que utilicen el transporte público”, señala Batlle, quien añade que “frente al concepto de ciudadanía representativa, lo que tenemos que hacer es convertir a las familias en ciudadanía activa”. Pero para ser ciudadanos de un mundo globalizado es necesario conocer y estar en contacto las diferentes culturas que lo conforman.

Dice el filósofo Fernando Savater que “nadie se queda sin educar”. Si educar en valores es una carrera de fondo, no hay tiempo que perder: cuanto antes empecemos, antes llegaremos a la meta, que no es otra que formar ciudadanos capaces de cambiar el mundo.

  • Con el apadrinamiento entre niños, los más pequeños desarrollan su capacidad crítica sobre temas relacionados con la pobreza y exclusión, la globalización y los derechos humanos

Cuando María era una niña jugaba durante horas con una muñeca de madera que le hizo su padre. Era su único juguete. Eso y un poco de imaginación bastaban para garantizar la diversión. “Lo compartía todo con mis hermanos y con mi mejor amiga y nos entreteníamos con cualquier cosa”, explica. Hoy ella tieneños y los tiempos han cambiado mucho, pero no se resigna a que sus hijos vean la realidad de forma distorsionada, en la que las relativas comodidades con las que viven apenas les dejan intuir un mundo desigual.