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“Dediqué cinco años de mi vida a esta casa y en 55 segundos quedó destrozada”

Inma D. Alonso

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Wendi Cabezas y sus dos hijos, de 11 y 8 años, de la comunidad Daule en Muisne (Esmeraldas) sobrevivieron al terremoto que sacudió la costa noroeste de Ecuador el pasado 16 de abril. “Gracias a Dios yo sólo me lesioné la rodilla, cuando salí corriendo de la casa con los niños la tierra se cuarteó y la presión que salía de debajo del suelo me tiró a un lado”, dice mientras señala una grieta de casi dos metros de larga por 5 centímetros de ancha que cruza la entrada.

Los cuantiosos daños materiales y el miedo a que tras el terremoto llegara un tsunami hicieron que la mayor parte de los habitantes de esta comunidad costera pasaran la madrugada del sábado en los numerosos albergues que se improvisaron en las lomas de Daule.

Cuando regresé el domingo, lloré al ver cómo había quedado mi casa; yo sé que las cosas materiales son secundarias pero cuando uno es pobre es difícil volver a adquirirlas”. Aunque sigue en pie, la vivienda ha sufrido graves daños; 4 paredes corren el riesgo de caerse, la batería sanitaria ha quedado inservible y todo el suelo se ha levantado.

“Dediqué cinco años de mi vida y todos mis ingresos para construir esta casa y en tan sólo 55 segundos quedó destrozada. No nos hemos ido a otro lugar porque no tengo a donde ir, no es porque quiera estar acá, porque aquí yo siento miedo”, se lamenta y añade que los tres duermen vestidos y listos por si tuvieran que salir corriendo.

La vida en los albergues

Al contrario que Wendi, casi 22.000 personas aún continúan fuera de sus hogares en las dos provincias más castigadas por el terremoto, Manabí y Esmeraldas. La profusión de estos asentamientos informales en la zona rural del cantón Muisne es tal que la palabra albergue en estas dos semanas se ha incorporado a las conversaciones cotidianas y se hace referencia a ellos como si siempre hubieran estado ahí, como si hubieran sido un nivel más de la división territorial ecuatoriana -de provincias, cantones, parroquias y comunidades- incluso antes de que temblara la tierra.

Estos espacios improvisados que empezaron siendo provisionales han pasado a no tener fecha prevista de clausura, al menos, por el momento. La primera semana residieron en ellos prácticamente todas las familias de las comunidades afectadas pero tras el desconcierto de los primeros días, aquellas personas cuyas casas habían quedado habitables regresaron a sus hogares, quedándose en los albergues sólo los que lo han perdido todo y quienes no pueden volver a sus viviendas porque han sufrido graves daños y temen que se derrumben.

Santa Rita Bravo es una de ellas. Su casa se cayó el día del seísmo, desde entonces, ella y sus siete hijos, todos menores de edad, viven en el albergue de la comunidad Daule, compartiendo un único colchón para todos. Junto a ellos, conviven en este reducido espacio otras 17 familias, sin luz y con una única cocina en la que preparan la comida para 53 las personas que allí residen.

El hacinamiento y las condiciones de salubridad preocupan tanto al gobierno como a las diferentes organizaciones que dan respuesta a la emergencia en la zona. “Tienen agua y alimento pero en muchos de los albergues no hay luz y tampoco se está realizando una gestión adecuada de los residuos sólidos ni del saneamiento. Si a todo ello le sumamos que acaba de comenzar la época de lluvias, estamos ante un foco de enfermedades e infecciones”, comenta desde Muisne Teresa Godoy, responsable del operativo de respuesta a la emergencia de Ayuda en Acción.

Tras la emergencia, la reconstrucción

Desde el día del terremoto, Ayuda en Acción ha asistido a 759 familias –más de 3.000 personas- y 7 albergues de las comunidades rurales del cantón Muisne repartiendo más de 1.300 kit con artículos de primera necesidad. Tras ello, las prioridades para la organización en este momento son dar respuesta a la situación de la infancia con la creación de espacios seguros para los menores que vive en estos albergues, junto con la reconstrucción de las viviendas y la reactivación de las actividades económicas.

Godoy hace un llamamiento a la solidaridad ciudadana. “No podemos olvidarnos de Ecuador cuando pase la emergencia, es ahora cuando más necesitamos la ayuda para realizar las labores de reconstrucción y de reactivación de las actividades económicas; queremos que las personas afectadas vuelvan a tener una casa y medios de vida que garanticen sus ingresos”.

Respecto a los menores, más de 200.000 niños y niñas no han podido volver a clase tras sus vacaciones ya que 560 escuelas sufrieron daños durante el terremoto y aún quedan por revisar 248. El gobierno ecuatoriano prevé que el curso inicie a comienzos de julio pero ello dependerá de las labores de reconstrucción; mientras tanto, ha planificado la instalación de aulas prefabricadas y la puesta en marcha del programa “Escuela para todos, juntos nos levantamos” para dar soporte socioemocional a docentes y escolares y realizar actividades recreativas.

En el plano económico, el tejido productivo de esta región se sustenta, principalmente, en el cultivo de cacao y en la pesca. En el caso del primero, no ha sufrido grandes daños pero las consecuencias del terremoto sí han sido graves para el segundo. El seísmo fue tan fuerte que la pesca se fue hacia adentro y los pescadores temen echarse a la mar y que un nuevo temblor los sorprenda en plena faena. Aun así, los hay que se atreven, como Jinín Marín, vecino de la comunidad de Daule. “La pesca aún sigue lejos pero hay que salir si queremos comer. La verdad, yo creo que los peces no se acercan porque tienen miedo, igual que uno”.

Las donaciones para apoyar a la población afectada por el terremoto pueden hacerse en http://www.ayudaenaccion.org/terremoto-ecuador, llamando al 900 85 85 88 y en los números de cuenta Banco Santander IBAN ES51 0049 0001 5422 1186 3029 y Caixa Bank ES35 2100 5731 7502 0020 1447

Wendi Cabezas y sus dos hijos, de 11 y 8 años, de la comunidad Daule en Muisne (Esmeraldas) sobrevivieron al terremoto que sacudió la costa noroeste de Ecuador el pasado 16 de abril. “Gracias a Dios yo sólo me lesioné la rodilla, cuando salí corriendo de la casa con los niños la tierra se cuarteó y la presión que salía de debajo del suelo me tiró a un lado”, dice mientras señala una grieta de casi dos metros de larga por 5 centímetros de ancha que cruza la entrada.

Los cuantiosos daños materiales y el miedo a que tras el terremoto llegara un tsunami hicieron que la mayor parte de los habitantes de esta comunidad costera pasaran la madrugada del sábado en los numerosos albergues que se improvisaron en las lomas de Daule.